Una película para todos los públicos (o mayores de 13, me da igual) puede ser maravillosa y estar realizada como Dios, eso se sabe; el problema viene cuando adaptamos algo para mayores de 18 a un público más joven. A un público que NO ES EL SUYO. En ese momento nos encontramos ante una aberración, un cervatillo nacido en Chernobyl.

Es lo que ha ocurrido con la película The Meg. Algo que debería haber sido para mayores de 18 (un tiburón masacrando gente, por Dios), ha terminado siendo la mayor mierda del año precisamente por haberse bajado los pantalones ante el público juvenil.