Con Escarnio, estamos ante un producto atípico en el panorama cinematográfico español, en especial el de los cortometrajes. Las mayores virtudes de Escarnio se convierten a su vez en su mayor enemigo. No se trata de un producto para ser consumido por el gran público, a la par que se comen palomitas. No es el típico corto simpático, que sirve para pasar el rato, echar unas risas y “a otra cosa, mariposa”.
Escarnio es un proyecto ambicioso, sin por ello caer en ser pretencioso. Es una historia que nos hace pensar: “¿Qué es lo que realmente está pasando aquí?”, “¿He comprendido la historia?”. Escarnio nos deja con ganas de un nuevo visionado, casi “obligatorio” si se quieren captar los múltiples matices, que tanto el guión, como el director, nos dejan escondidos en cualquier recoveco.
Los personajes de Escarnio son más característicos de un largo que de un corto. Están vivos y muertos al mismo tiempo. Vivos porque los sentimos como reales, muertos porque en su interior hay algo que murió hace tiempo y que no consiguen volver a traer a la vida. El mundo interior de cada uno de los personajes está impecablemente retratado por unos magníficos actores, nada “glamourosos”, pero sí creíbles y adecuados. Todos encajan a la perfección en el claro-oscuro cuadro que, cual pintor, nos pinta el director.
La lucha entre las fuerzas del bien y del mal no sólo está expresada a nivel interno por los personajes en sí, sino por el uso del personaje desencadenante del corto: el Sol. Éste trae consigo la presencia de ese médico, cuya misión podríamos denominar “sobrenatural”. Las referencias son claras pero no por ello menos adecuadas o conseguidas: la sombra y el maletín de El exorcista. La soledad del médico nos recuerda en ciertos momentos a la del “predicador” de El jinete pálido, magníficamente interpretado por ese genio que es Clint Eastwood. Comparte con ese personaje que no se expresa a través de la palabra sino de lo que le rodea, de su forma de andar, de su postura.
Los planos son por momentos preciosos, llenos de rabiosa luminosidad, en otras ocasiones deliberadamente opacos, rayando en lo terrorífico. Una magistral fotografía.
La dirección es inteligente y sofisticada, tanto en la dirección de actores como en la elección del movimiento de cámara. Por momentos, nos recuerda el estilo de M. Night Shyamalan, lento pero firme.
En definitiva, estamos ante una obra de “autor”, no ante un producto de marketing, con lo que ello conlleva. Su director, Raúl Cerezo, ha demostrado que –si le dejan- puede ser una referencia a tener muy en cuenta en el desvalido panorama del cine español, tal vez un Kubrick versión española. Lamentablemente, los escasos riesgos que se suelen tomar en nuestro país en el séptimo arte, unidos a la escasa fuerza económica de nuestra “industria” hacen pensar que, para poder hacerse un hueco en dicho panorama, Cerezo va a tener que demostrar que también sabe manejar un tipo de cine más accesible para el espectador medio, que al fin y al cabo es que el va en masa al cine. Algunos genios como Billy Wilder fueron capaces de adaptarse a tal tesitura. Esperemos que Raúl Cerezo también…
Saludos cordiales.
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