El herido orgullo nacional
Cambio Tour de Francia casi sin estrenar por el salario mínimo francés. Cambio Copa del Mundo de Fútbol semiusada por la renta per cápita alemana. Cambio la Copa Davis, los Wimbledon, los Open Usa y todos los Roland Garros por la tasa de desempleo de Reino Unido o por el presupuesto estadounidense en I+D. No me malintepreten: no pretendo despreciar los inspiradores éxitos del deporte español, que también ayudan a la economía. Pero me estomaga la exagerada reacción, desde las tripas, ante una broma en un programa de humor. ¡Oh, escándalo! ¡Los guiñoles franceses se han burlado de Rafa Nadal! ¿Se imaginan en Francia la misma respuesta ante cualquiera de las páginas de El Jueves dedicadas a Sarkozy? ¿A todo Portugal indignado por los chistes sobre Cristiano Ronaldo o Mou? ¿Al canciller alemán quejándose de las imitaciones que hace José Mota de Angela Merkel?
Que el ministro de Educación y Cultura, José Ignacio Wert, trate esta anécdota francesa de
“ataque xenófobo” es ya el colmo del chovinismo (si quiere combatir la xenofobia, sugiero al ministro que investigue los criterios de selección de algunos colegios concertados). Que el ministro de Exteriores y el propio Gobierno
protesten formalmente ante Francia y los guiñoles es otra populista exageración.
Hay motivos para indignarse por el tratamiento sobre España en los medios internacionales, también con los diarios franceses y el deporte español. Aun así, es lo de menos. Me encantaría vivir en un país que se encendiese con la misma intensidad cuando la prensa financiera de Londres nos retrata como “PIGS”, o cuando los tabloides alemanes nos sumergen en un mar de estereotipos sobre las siestas, las sevillanas, los toros y los vagos españoles. Que sólo saltemos cuando los guiñoles nos tocan a Nadal demuestra algo: que el deporte es la nueva religión, también en la intolerancia ante el humor.