en la última parte de la película, Tarkovski nos muestra ambos sacrificios, aunque muy diferenciados: mientras que el de Domenico tendrá al fuego como elemento, se mostrará con la 9ª sinfonía de
Beethoven de fondo, alternado diversos planos, el de Andréi tendrá el agua por elemento, ya que debe recorrer la piscina de Santa Ecaterina de un aldo al otro, con una vela encendida (de nuevo el fuego) sin apagarla (algo que le llevará hasta tres intensos. Durante su sacrificio, no hay música de fondo, sólo el goteo del agua y sus pasos, en unos nueve minutos en un mítico plano secuencia. Tras lograrlo, se escucha el
Réquiem de
Verdi.
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El resultado es asombroso, el director dilata el tempo narativo y dota a la secuencia (y al personaje de Andréi) de un ascetismo sobrecogedor, fundiéndose en ella el vacío existencial, la fe, la importancia/relevancia de nuestras acciones (por insignificantes que puedan parecer, dignificando al ser humano