Por otro lado, Wright vuelve a apartarse de aquellos que todavía puedan confundirle como a uno de esos realizadores que facturan academicamente dramas de época (cómo si alguna de sus películas hubiese sido academicista, pero bueno...) .

Su visión del género vuelve a ser renovadora, y en este último film subvierte el realismo del escritor ruso por un estilo opuesto expresionista, para acabar trasladando el mismo mensaje; la hipocresía de la aristocracia, su decadencia (que no os engañe el atrezo, todo el teatro es ruinoso), y la vuelta a los valores tradicionales.


Existe una paradoja en todo esto y que puede ser una de las causas de que a mucha gente no termine de funcionarle , y es que donde el realismo buscaba la descripción objetiva del ambiente social por encima de las pasiones de sus personajes (meros testimonios de una época y clase), la aproximación ideada por el director prioriza los sentimientos a través de una recargada subjetividad estética en el entorno, y por tanto, desarrollando a los personajes y sus tribulaciones por medio de una escenografía en constante metamorfosis, en lo que vendría a ser una narración demiúrgica que situa a Wright en la misma posición a la de la niña que orquestaba la tragedia de amor de Atonement de la misma forma que jugaba con su casa de muñecas (teatro).


Formalmente, la propuesta funciona con un dinamismo espectacular, que consigue que claves los ojos en uno de los mayores lujos audiovisuales vistos recientemente. Partes de diálogo mínimo se apoyan en una cámara virtuosa que flota alrededor de actores y figurantes, trazando travellings y planos secuencia marca de la casa, al son de una elegante música que se adueña (y con Marianelli ya van...) de la narración casi por completo, con tramos prácticamente musicales.


Por último, señalar otro mis momentos preferidos: la primera salida al exterior cuando el teatro duerme, al mundo real campesino tan alejado de la falsedad del interior. Un personaje sale de las tablas tras acabar su escena, otro entra para retomar la narración. La transición se produce sin cortes, con el cruce de dos cuerpos que no reparan en la presencia del otro, compartiendo espacio físico pero no dramático.