Indudablemente a unos más que a otros.
Para mí, que soy por naturaleza optimista, la evolución intelectual de las audiencias es evidente.
Como ejemplo pondré los formatos de las series de televisión. En mis queridos años ochenta flipábamos con series que hoy parecen profundamente estúpidas. Los guiones y las tramas de la mayoría de series actuales serían incomprensibles hace treinta años, desde los diálogos de House a los asuntos de la actual Galáctica. Como no se debe generalizar, en EEUU se hicieron series extraordinarias y de éxito, como canción triste de Hill Street y aquella fue una década en que la buena televisión procedía de Reino Unido. Pero admitamos que los productos más populares y de consumo masivo seguían los esquemas de Vacaciones en el mar o El coche fantástico, formatos que hoy en día han quedado demasiado obsoletos.
Con el cine ha pasado lo mismo. El cine de consumo masivo y escapista ha existido siempre y pobres de nosotros si dejara de existir. Hoy la gente va a ver Crepúsculo como en los 60 iban a ver las comedias románticas de Doris Day. ¿Era mejor el cine de los años cincuenta que el de hoy? ¡Para nada! Pero sucede que la perspectiva que el tiempo otorga nos ha hecho olvidar los truños de otras épocas que sólo los nostálgicos rescatan para que nos podamos divertir y de este modo el cine antiguo en general da la falsa sensación de ser mejor.
Las revoluciones tecnológicas van siempre acompañadas de fastuosas producciones: el sonido, el color, el cinemascope, las cámaras de control de movimiento, las CGI... y ahora los nuevos sistemas 3D. Si el nuevo formato triunfa será simplemente porque se demostrará rentable
A lo que quiero llegar es: ¿es Avatar una digna carta de presentación para la implantación masiva del 3D? y ¿no es acaso la historia que nos vende un tanto pueril y trasnochada para un producto tan enorme y una audiencia tan espabilada?