Entiendo la aclaración y la comparto, pero tu cita -junto a algún comentario que has pdido leer anteriormente de Lumet- la manejo como fuerza motivadora para equilibrar fuerzas puesto que ya sabemos que en no pocos autores la parte elctrónica asume el protagonismo sobre la orquesta. Ya has oído las maravillas de audios de Richard Rodney Bennett, o las de Fielding, al que también se menciona. Y es seguro que el segundo se apoyara en la electrónica (esta película con Julie Chistie de ciencia ficción, Engendro mecánico), pero es que hay un autorazo detrás, lo mismo sucede con Christopher Young y su modélica Haunted Summer, que el autor se nota en su dominio de la sutileza lo grande que era. Más ejemplos: Fred Karlin y el Westworld de Yul Brynner. Y tú lo has dicho, es que Carpenter es un genio poliédrico, admirable, genial; sus frases musicales largas demuestran un conocimiento mayúsculo del medio y de sus antedecesores, con o sin Shirley Walker, creando unos climas atmosféricos muy peculiares a tono con la naturaleza de sus films, y deja que la música se desarrolle, se manifiesta, adquiera variaciones y tiña las imágenes de un colorido personal a todas luces. Hoy parece que los músicos sean decoradores y ya.
Por cierto, Goldsmith, también era humano, admitió que probablemente hubo unos años de su vida en los que se obsesionó demasiado con los sintetizadores. Quien sabe, quizá desde la perspectiva que da el tiempo, pensó, siempre profesionalmente, que ante films cojos pudiese experimentar y dar con la tecla correcta en su modo de empleo, inspirándose de paso para futuras empresas, porque soy de los que piensa que hasta de lo peor se puede sacar algo positivo en el arte de la música. No hay nada que me genere un absoluto rechazo, pondré pegas y posiblemente ciertos trabajos no volveré a escucharlos, pero el 98% de las veces existe algo que me atrae. Quizá porque yo no soy capaz de llegar adonde ellos, a una composición musical que de entrada yo me veo incapaz de articular trabajando con una pequeña fracción instrumental dotándola de sentido sin que parezca hacerme parecer tonto.
Para sketches, demos y demás, está claro que la electrónica es un aliado muy suculento; ahora, que se quede ahí la cosa y venga el listillo de turno para decir que en su transcripción a cierto instrumento suene menos intrusivo (ya hemos visto que Lumet no requería de música intrusiva, pero es que Lumet era mucho Lumet) y que se quede en un aborto lánguido de lo que podía ser, la frustración es floreciente en mi caso en particular.
Tendría su lógica de peso que según fuera creciendo siguiera adaptándome a los gustos actuales desde que empecé a interesarme en la música como reveleadora de imágenes y sensaciones, y en su lugar voy hacia atrás, hacia la música que existió cuando ni había nacido, cómo se aplicaba, cuándo, por qué. Y comparo y pienso, y, por qué no, me pregunto qué elegiría y lo tengo claro. Es en la aparente sencillez formal de décadas anteriores a los 90' donde de verdad aprecio la rerspuesta a esas preguntas, en la desnudez, y menos en el batiburrillo que en no pocas veces acaban productos como los blockbusters de hoy día, en un porcentaje no bajo. Si no hay exigencias, un tope, un autor de nivel medio o medio-bajo que esté bien remunerado por sus servicios se va a volver como dijo Quincy Jones en una entrevista respecto al nivel musical cinematográfico actual, "lazy". Y este hombre es el compositor de dos maravillas de signo muy diferente: la festiva y algo desvergonzada "MacKennas's gold" y la atmosféricamente casi necrófila, donde las notas más cálidas parecen proceder del calor de la sangre recientemente derramada, "A sangra fría".
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Balanza, equilibrio, igualdad en la Meca del Cine. Justicia.