Drácula. El viaje.
Han pasado quinientos años. Drácula es ahora, en palabras de Dvid J. Skal, "un anciano andrógino que parece atrapado en el ensayo general de una especie de ópera infernal que nunca acaba". Sigue llevando prendas rojas, pero por alguna extraña razón, más parece una geisha jubilada que el poderoso príncipe guerrero que antaño fue (menos mal que se descartaron otros conceptos de vestuario en los que llevaba una especie de zorro muerto alrededor de los hombres como ciertas señoras de los años 50
). Jonathan Harker, un joven abogado inglés, se dirige a Transilvania donde va a asistir al Conde en la compra de una serie de propiedades inmobiliarias en Inglaterra. Lo que el incauto por supuesto no sabe es que Drácula es un vampiro y pretende extender el vampirismo por todo el territorio inglés (en una serie de imágenes muy gráficas en que veremos la sombra del vampiro, dotada de vida propia, extendiéndose amenazantemente sobre un mapa de Londres). Jonathan está prometido con una joven profesora (dato éste que no se revela en la película) llamada Mina, una especie de reencarnación de la perdida princesa de Vlad, de la que no será totalmente consciente hasta que no descubra de manera casual el retrato de la joven entre las pertenencias de su novio. Nada de esto es realmente novedoso: ya estaba en el Nosferatu de Murnau, sólo que allí no se establecía en ningún momento que ella y el vampiro se hubieran conocido nunca antes. Desde ese momento, una especie de conexión mística se establecerá entre ellos dos. La correspondencia entre Mina y Jonathan y sus respectivos diarios servirán para contar la extraordinaria historia que vivirán. Algo que Coppola apunta en varias escenas, aunque no usa de manera continuada. Las comunicaciones y las nuevas tecnologías (de 1897) juegan un papel importante en la novela.
No sólo Coppola retomará los fondos rojos de la primera parte (adornados aquí con el detalle inquietante de los ojos del vampiro sobreimpuestos), sino que saturará de imaginería nosferatiana todo esta secuencia de la película. De manera menos sutil que Murnau o Dreyer, aunque más espectacular, Coppola nos relatará la experiencia de su más bien torpe e involuntario héroe (poco que ver con el Jonathan del libro) abandonando su zona de confort para entrar en un mundo extraño, paralelo e inquietante. También lo recibirá un cochero misterioso, disfrazado, por alguna razón que se me escapa, con una armadura de pájaro dotada de largas garras (no fue hasta varios años después que pude ver
Panna a Netvor, cuya vampírica y enamorada bestia también tiene forma de pájaro: me pregunto si Coppola y Kilar habrían visto también esta película).
Lobos, noche, extraños viajeros, crucifijos con forma de bestia.. Jonathan ya no tiene la impresión de estar saliendo de Europa y adentrándose en el oriente, sino en un mundo alarmante y misterioso. El castillo del Conde es un extraño edificio con resonancias industriales que parece una especie de plataforma petrolífera abandonada (otros conceptos, descartados, incluían una bóveda acorazada y una fortaleza estilo art decó con gárgolas de aluminio). Allí un hombre misterioso lo recibe:
De toda esta descripción, veremos que Coppola sólo respeta el detalle de un hombre viejo con una lámpara antigua en la mano, que más que el clásico candelabro de las películas de terror gótico, parece un farol de mercadillo marroquí.
Kilar nos mete en situación con otro tema de ciertos aires militares que también empieza con una especie de golpes rítmicos y amenazantes de la percusión y la sección más baja de las cuerdas y un piano apoyando, mientras que la sección más baja de la madera nos dará a conocer roncamente el otro tema que va a caracterizar al conde, ahora ya en cuanto a vampiro y a amenaza para la sociedad. Lo oiremos un par de veces, la segunda menos grave y apoyado por una suerte de chirridos de violines que parecen remitir a Psicosis. Y una tercera vez con los violines metiéndonos esa especie de golpes del Destino cual Quinta de Beethoven. Finalmente todo se deshará en una resolución a cargo de los violines que nos aliviará apenas de la espantosa tensión acumulada Majestuoso, rítmico y ominoso, nos dará la sensación de amenaza en ciernes, de algo en la sombra que va a venir o se está preparando. Varias veces se repetirá también a lo largo de la historia, especialmente cuando los "buenos" se preparen para dar caza al monstruo. Y me pregunto si con este tema, Kilar quería retratar no sólo lo inexorable, sino el vertiginoso traqueteo de un viaje en tren, o algo parecido. Recordemos que las comunicaciones, que avanzaban por aquel entonces a gran velocidad, juegan un papel destacado en la historia. La versión de la película es ligeramente más airosa, más rápida y menos grave, un poquito menos ominosa, y las trompas, más presentes, le añaden cierta majestuosidad, al igual que unos pífanos y la sección del metal, que suena más militar. Ya hemos dicho que este tema se usará también para los cazadores de vampiros, que aparecen retratados, en el libro por lo menos, como una especie de modernos caballeros, desfacedores de entuertos y restablecedores de la honra.