Pronto empezó a quedar patente que Tony Mann no tenía el menor interés en sujetar las riendas de Peter (Ustinov). Parecía abrumado por la enormidad de la película en su conjunto.
Teníamos un problema. Antes de comenzar la tercera semana de rodaje, Universal también lo sabía. Recibían informaciones continuas de que Mann perdía el control. Íbamos corriendo contra el reloj y el presupuesto se había disparado ya por encima de los seis millones de dólares.
El jueves 12 de febrero, mi reciente «mejor amigo», Ed Muhl, el jefe de producción de Universal, estaba aterrorizado.
—Kirk, tienes que hacer algo. Este tipo no recorta gastos. No podemos permitirnos que esta película se nos escape de las manos.
—¿Permitirnos? ¿Permitirnos? Vosotros sois los que pensasteis que Tony era adecuado para esta película. Yo jamás creí que fuera el tipo adecuado, pero lo acepté. ¿Y ahora me dices que no podemos permitir que esta película se nos escape de las manos?
—Está bien, Kirk… —empezó diciendo Muhl.
—¿Qué quieres que haga, Ed?
Hubo unos instantes de silencio.
—Tienes que despedirlo.
(...)
—Pero, préstame mucha atención, Ed. Esta vez yo elijo al director. ¿Entiendes? Quien quiera que sea, lo habré elegido yo. ¿De acuerdo?
Más silencio. Con reticencias, Muhl respondió:
—De acuerdo.
(...)
Lo encajó mejor de lo que yo hubiera esperado. En realidad, parecía aliviado. Tony no lo dijo, pero yo tuve la sensación de que estaba buscando una salida elegante por iniciativa propia. Le dije que le debía una película y que íbamos a respetar por completo su contrato por 75.000 dólares. Consensuamos que se marcharía sin pleitos y aduciríamos «diferencias creativas». La jerga al uso en Hollywood para referirse a un divorcio por mutuo acuerdo.