El propio interés que está suscitando este debate es una muestra de la importancia que el cine tiene para la historia en casi todos sus aspectos. Su función más inmediata, la didáctica, ya ha sido comentada aquí ampliamente: una buena película introduce al alumno en la época histórica que se pretenda estudiar casi sin esfuerzo. Los conocimientos sobre aspectos visuales, sonoros, de la vida cotidiana y material se adquieren casi inconscientemente con el propio visionado del film. Por otra parte, la realización de coloquios posteriores contribuirá a aumentar la capacidad crítica del alumno, así como a consolidar sus conocimientos; al hacer una reflexión crítica sobre los elementos históricos y los propiamente fílmicos, o de la visión que el director ofrezca del período en que se ambiente la película.
Sin embargo, existe otra faceta muy interesante, y que me atrevería a decir poco explotada: el estudio del cine como fuente para la investigación histórica del siglo XX. Es éste un arte que nace prácticamente con el siglo, y que describe a la pasada centuria como ningún otro: los miedos, las ilusiones, los mitos, las costumbres, los fracasos y las conquistas del mundo moderno quedan reflejados en la gran pantalla desde todos sus puntos de vista. En efecto, el uso de las películas como fuente para la historia requiere un proceso de crítica; lo cual no debe extrañarnos, ya que es parte fundamental en cualquier tipo de investigación. A cambio de este esfuerzo, el cine ofrecerá al historiador todo un caudal de información referida a los más diversos asuntos: costumbres, tipos sociales, modas, vida cotidiana o mentalidades (trascendiendo la propia temática del filme: por ejemplo, El gran combate¸ de John Ford se convierte así en un valioso documento para comprender el cambio de mentalidad producido en la sociedad norteamericana de mediados de siglo con respecto a los nativos americanos); sin olvidar el cine más estrictamente social, que nos presenta instantáneas de los problemas de una época, vistos por sus propios contemporáneos (la película Bienvenido Mr. Marshall, de J. L. García Berlanga, o Las uvas de la ira de John Ford serían perfectos ejemplos de ello).
Un último aspecto, y no por ello menos importante, tiene más que ver con los estudios de tipo historiográfico. El cine histórico, sea cual sea la época a la que se refiera, refleja la percepción que de tal período se tenía en el momento de producir el film. Aunque en la mayoría de ocasiones lo que se refleja es más una visión “popular” que estrictamente científica, esto tampoco es desdeñable, ya que nos servirá para estudiar la percepción que la sociedad tiene de determinado período histórico. Incluso, a un nivel más profundo, se podría cuestionar el papel de los medios de comunicación de masas en la creación de percepciones sociales sobre cierta época o personaje. Y es que, para bien o para mal, muchas veces estas percepciones están más condicionadas por el cine u otros medios masivos que por la investigación académica (lo cual, dicho sea de paso, sería objeto de un debate que excede los límites de nuestra temática).
No me gustaría concluir sin hacer referencia, a título de ejemplo, de una película fundamental, tanto para el estudio histórico como para la propia historia del cine. El séptimo sello, de Ingmar Bergman, es una de las cumbres artísticas del director sueco, dando pie a niveles de lectura abrumadoramente distintos. El argumento es bien conocido: un caballero vuelve de las cruzadas, y la muerte sale a su encuentro para llevárselo. Sin embargo, éste aún no ha resuelto ciertas preguntas, y pide a la muerte una prórroga que se concreta en una simbólica partida de ajedrez entre ambos.
En lo que a la didáctica se refiere, esta película puede ser un buen complemento para estudiar el tremendo impacto psicológico que tuvo la Peste Negra en la sociedad del siglo XIV, la cotidianeidad de la muerte *que llega a convertirse en un personaje más de la trama-, las procesiones de penitentes *verdadero momento de ascética cinematográfica-, el mundo de los titiriteros, de las tabernas y, en fin, de toda la iconografía medieval (no olvidemos que Bergman basó la vanguardista puesta en escena de su película en murales medievales. Perfecto ejemplo de ello es la escena en que vemos a la muerte aserrando un árbol en el que se encuentra subido un hombre que va a morir). Por otra parte, habría que ser crítico con el mundo espiritual que se nos muestra, en muchas ocasiones más propio del siglo XX que del mundo bajomedieval. Y es que, para Bergman, la época era sólo un pretexto para expresar sus más profundas inquietudes existenciales.
Es por eso que la película, a otros niveles, puede servirnos también para adentrarnos en el complejo mundo interior de un director muy en contacto con la filosofía de su tiempo; reflejo, pues, de una parte muy significativa del pensamiento de los siglos XIX y XX (sobre todo en lo referente a la filosofía existencialista). El mundo de la espiritualidad contemporánea también queda perfectamente delimitado: el ateísmo del escudero, que desprecia la religión y disfruta de los placeres sensoriales; la fe sencilla y acrítica de los titiriteros, dada a la superstición y a las creencias mágicas; y el agnosticismo siempre agónico, reflexivo y finalmente desesperado del caballero Antonius Blök.
Bergman nos presenta una Edad Media oscura, irracional, sucia, con elementos mágicos interviniendo constantemente en la vida cotidiana de los hombres. Esta visión, que comparte elementos reales con otros más discutibles, se corresponde en parte con la percepción de la sociedad, aún en la actualidad, de lo que fue dicho período histórico. Por otro lado, el conocimiento del contexto histórico en que nace la película abre una perspectiva mucho más amplia para comprenderla en su totalidad, que de otra forma se nos escaparía: en el momento álgido de la Guerra Fría, el terror de la Peste Negra sirvió a Bergman para encauzar los propios miedos de su propia sociedad en lo que al holocausto nuclear se refería. El pesimismo, la introspección y el mostrar al hombre con los mismos miedos a lo largo de los siglos son tres constantes que se respiran a lo largo de toda la obra. El espejismo de felicidad que proporciona la ignorancia es el único modo que parece vislumbrar el director para llevar una existencia feliz a pesar de todo.