ADVERTENCIA: GRAN CANTIDAD DE SPOILERS RELATIVOS A AMBAS PELÍCULAS.


<u>"CRASH"</u> y <u>"FUNNY GAMES"</u> son dos de las películas más inquietantes y extremas de los últimos años.
Arriesgadas y generadoras de polémica, han sido discutidas ampliamente por aquellos espectadores que no han sabido o no han querido ver un discurso profundamente crítico implícito bajo la escandalosa superficie. Acusadas de provocación gratuita, de violencia injustificada y de sexo innecesario, ambas son dos joyas a recuperar por lo extraordinario y atípico de sus planteamientos y desarrollos.

Naturalmente, sus creadores son dos de los más iconoclastas y transgresores directores del momento. Tan sólo dos hombres como Michael Haneke y David Cronenberg pueden ser capaces de causar los abandonos masivos de espectadores de las salas, asfixiados, escandalizados o incómodos al presenciar dosis al por mayor de cine adulto sin concesiones a la galería. Ese público acostumbrado a un cine masticado incapaz de producir hondas reflexiones, se encuentra fuera de lugar cuando se le ofrece imágenes e historias que se desmarcan del común denominador.
Cuando una película posee ese efecto demoledor en la conciencia del respetable, es acusada automáticamente de ostentar la condición de enfermiza, por la sencilla razón de que su ánimo es el de hurgar con saña en la miseria de la propia especie humana.

Como no podía ser de otra forma, las películas más extremas de Haneke y Cronenberg ya son consideradas como fenómenos de culto, obras mayores incomprendidas por la mayoría, y nacidas para tocar las narices del incauto que se atreva a verlas con ojos de ingenuo mojigato.


<u> "CRASH" (1996, David Cronenberg)</u>

Se trata de la adaptación de la novela homónima de J. G. Ballard, una obra literaria de 1973 aún más impactante y desasosegante que la película. Los niveles obsesivos y enfermizos que se alcanzan con la novela están en el límite de lo soportable, incluyendo fragmentos casi ilegibles hasta merecer el calificativo de nauseabundos.
Por supuesto, la novela de Ballard es extraordinaria, siendo tremendamente opresiva y perturbadora.
Y, desde luego, su adaptación al cine era algo prácticamente inimaginable por la imposibilidad de reflejar en pantalla ciertos elementos irreproducibles. Sin embargo, el inquieto Cronenberg se arriesgó dirigiendo una película que contiene el espíritu de la novela y que llega a puntos delicados de la psique humana. El director canadiense crea la mejor adaptación posible, puesto que no es posible llegar más allá.

La película sufrió graves problemas de calificación moral, obteniendo la "NC-17" por sus numerosas escenas sexuales explícitas y la "R" por accidentes gore, lenguaje y contenido sexual aberrante. Es decir, lo previsible.

Su estreno en el festival de Cannes del 96 supuso un escándalo mayúsculo, con mareos de espectadores, indignación y huidas de las salas. Términos como los de lasciva, inmoral o asquerosa se utilizaron constantemente. Incluso, Ted Turner, cuyo estudio poseía la distribución del film en EEUU, afirmó públicamente que la odiaba.

Pero no importa, porque pese a quien pese, <u> "CRASH"</u> es una propuesta que perdurará en la memoria, una de las pocas que consigue calar y dejar huella para siempre.
La mayor virtud del film es hacer creíbles conductas que rayan lo increíble por el exceso en el que se ven inmerso los extremos personajes.
Ambientada en un decorado urbano grisáceo, deprimente, oscuro, decadente y denso, Cronenberg no se corta ni un pelo y muestra (sin tapujos y con la máxima crudeza) en qué consiste la enfermiza obsesión/adicción de los desequilibrados personajes. Estos caracteres sienten un irrefrenable deseo y apetito sexual producido por el truculento mundo de los accidentes automovilísticos ("Crash" es el ruido causado por el choque entre vehículos).

Hemos de tener en cuenta que los automóviles hubieran podido ser sustituidos perfectamente por avionetas, por ejemplo. Es un objeto fetichista más. De hecho, ahí está la escena del inicio del film, donde el personaje de Deborah Kara Unger (excepcional) lame el metal de la carrocería de una avioneta, mientras un amante la lame a ella. Es decir, el automóvil es utilizado como una metáfora de la unión entre el ser humano y la tecnología, hasta el punto de desear practicar el sexo (el acto más íntimo) con el otro ser y con la propia máquina simultáneamente. Ya no es suficiente la relación convencional, sino que hay que añadir otros elementos externos que eleven las pasiones y la excitación hasta cotas insospechadas. Los nuevos y radicales estímulos son necesarios.

Cronenberg no tiene la intención de resultar gratuito o erótico. Las escenas sexuales directamente ubicadas en el terreno pornográfico por su descarada explicitud son necesarias para ilustrar exactamente cuál es la conducta de estos seres. Por otra parte, en ningún caso suscitan erotismo o excitación, puesto que el director las rueda en la oscuridad más fría, en la más evidente carencia de glamour o buen gusto, de un modo desgarrado y descarnado... su objetivo no es otro que retratar relaciones compulsivas e impersonales representativas de la patología de personajes en el extremo, en la cuerda floja.

James Spader, Deborah Kara Unger, Elias Koteas, Holly Hunter y Rosanna Arquette interpretan papeles de gran dificultad, pero resultan creíbles como seres marginales y diferentes a lo políticamente correcto.
Spader es el productor de cine James Ballard que, tras sobrevivir a un accidente de coche, se introducirá en una espiral de perversión consistente en convertir los accidentes en lugares de encuentro sexual. Su esposa, Catherine (Unger), lo acompañará en ese particular descenso a los infiernos, uniéndose a otros personajes que comparten la misma fascinación.
Elias Koteas es el fotógrafo líder del grupo, Holly Hunter es la mujer del hombre que murió en el accidente con Ballard y Arquette es una lisiada con aparatos ortopédicos en las piernas.
Por tanto, la galería asusta, ya que son personas que se dejan llevar por el deseo irreprimible y participan del desenfreno, ya sea en contactos hetero u homosexuales. Son como marionetas incapaces de negarse ante el llamamiento del sexo compulso.

Cronenberg es un cineasta que siempre ha tratado a lo largo de su brillante filmografía temas como la relación entre el hombre, el sexo y la tecnología, buceando en los más íntimos recovecos de la mente humana.
La sociedad actual, donde la interacción entre el hombre y la máquina está a la orden del día, puede provocar que finalmente hagamos participar a la propia máquina en nuestras pasiones más ocultas, unas pasiones que resultan tan gélidas como el vil metal que las recubre. Las posibilidades se amplían: hombre-mujer-máquina, hombre-hombre-máquina (atención a la complicadísima escena homo entre Spader y Koteas) y mujer-mujer-máquina (participando también una Arquette con hierros en su propia carne ya que representa a una lisiada).
El autor es el creador del concepto de "la nueva carne". Supone la evolución de la especie humana a través de mutaciones físicas y desviaciones o desequilibrios mentales. El entorno tecnológico que envuelve al humano tendrá mucho que decir en el proceso de desarrollo del sujeto.

El director canadiense, además, es un crítico de cuidado. No en vano, muestra que el ser humano ha perdido los sentimientos, son emocionalmente inestables y están totalmente vacíos. Únicamente los estímulos más potentes son aptos para hacerlos funcionar y "sentir" algo.

En cuanto a momentos culminantes, yo destaco especialmente dos: el primero corresponde al simulacro o representación del accidente automovilístico de James Dean. El personaje de Elias Koteas lo protagoniza, y el resultado es una secuencia sobrecogedora e impactante absolutamente magistral. El segundo es, naturalmente, el final liberador. Tras morir Koteas, Spader y Unger experimentan un accidente de coche. Tras chocar, salen del vehículo demacrados y malheridos, caminan unos metros hasta caer juntos en la hierba. Inmediatamente, intentarán satisfacer sus impulsos sexuales a pesar de su lamentable condición. Deviene algo estremecedor que origina unas sensaciones en el espectador impagables.

Otros aspectos que conviene destacar es la acertada música del gran Howard Shore (habitual colaborador del director) que sirve de ideal complemento a imágenes de semejante dureza, o la sensacional fotografía de Peter Suschitzky (<u> "INSEPARABLES"</u> -por cierto, en mi opinión, la mejor obra de Cronenberg- o <u> "EL IMPERIO CONTRAATACA"</u>, por ejemplo) ideal para enmarcar una historia así.

En suma, un film excelente lógicamente denostado que constituye, en definitiva, una de las mejores películas de ciencia-ficción en mucho tiempo.
Sólo apto para paladares muy especiales y exquisitos.


<u>"FUNNY GAMES" (1997, Michael Haneke)</u>

Si la defino como un puñetazo en pleno estómago, estaré dando en la diana. Tan contundente como eso, ni más ni menos.
Al igual que la otra película compañera del análisis, esta obra de culto ofrece unos niveles de brutalidad, de frialdad y de inquietud difícilmente superables. Algunos momentos poseen un sadismo de tal calibre, que se convierten en prácticamente insoportables por la tensión emocional originada. La crudeza de los acontecimientos es tan escalofriante y espeluznante, que supone un ejercicio de fe conseguir aguantar el despliegue de barbarie que se nos presenta en todo su fatídico esplendor.
Su ultraviolencia no tiene medias tintas: es radical y fría como el acero.
Y es que lo que realmente incomoda es la inmoralidad, la total y absoluta falta de ética, el desprecio por la vida humana y la terrible indiferencia con la que actúan esos dos jóvenes que torturarán sin piedad a una convencional familia (formada por matrimonio e hijo), dejando perpleja a la platea, indignada de rabia al presenciar la impotencia y nula defensa que pueden oponer a los "chicos juguetones". Las víctimas están a merced de la voluntad de sus verdugos.

Pero a Haneke no se le debe entender mal. El director austríaco no plasma violencia gratuita en pantalla, sino sencillamente necesaria en una situación tan cruel como la planteada. Además, las secuencias de violencia física quedan fuera de campo, no mostrándonos casi sangre ni truculencia hemoglobínica, pero inquietándonos aún más de este modo. Deberemos intuir o deducir qué indescriptibles actos han ocurrido a través de sonidos y gritos.
Lo que sí ofrece en toda su extensión es el devastador proceso de cruel tortura psicológica que sufrirán los impotentes miembros de la sacudida unidad familiar.

Los jóvenes torturadores de limitan a jugar a unos "juegos divertidos" según su particular concepción. No existe ni el menor arrepentimiento en ellos, ni tampoco se cita una explicación o razonamiento que dé motivos para averiguar por qué hacen lo que hacen. Sencillamente, cometen esos actos porque les gusta, porque así se divierten. Es el juego de la destrucción, el juego del MAL con mayúsculas. Un juego que no termina con un final feliz, puesto que no hay escapatoria, no hay salida posible en un mundo donde la violencia se ha convertido en un acto de estética, de divertimento, de entretenimiento.
No existe en ellos el menor respeto o consideración por el valor de la vida humana. Jugar con las vidas de sus semejantes no supone mayor problema.
El propio espectador se enfrenta, cara a cara, con la extrema violencia injustificada dentro del simple juego de dos personajes pintorescos: Peter y Paul son algo así como una pareja formada por el listo picarón y el torpe bobalicón, como un duo de dibujos animados salvajes.
Entonces, ese espectador que asiste estremecido no podrá negarse a tomar partido, a pronunciarse y a rechazar la extrema violencia como espectáculo. No se mantendrá indiferente y participará del rechazo, porque lo que el director refleja en pantalla es una violencia tan real como la vida misma que "introduce" al espectador de pleno en el infierno.

Así que... ¿cuál es el objetivo de Haneke? Realizar una despiadada y durísima crítica a la frivolidad o trivialidad con que se muestra la violencia hoy en día en los diferentes medios de comunicación o entretenimiento.
Haneke, en definitiva, utiliza una historia perturbadora como vehículo para denunciar la falta de conciencia de la sociedad. Su film es necesario, no sólo por su valor artístico, sino también por su valor didáctico. Una película doblemente imprescindibles, pues.

Se dan cita algunas escenas que estimo dignas de mención, como la del rebobinado: en un determinado momento, uno de los miembros de la familia torturada consigue vencer a los sádicos, parece que la victoria y la salvación llega por fin para liberar de tensiones al acongojado público, pero... uno de esos torturadores coge un mando a distancia y... ¡¡¡ rebobina la acción que hemos visto hasta instantes anteriores a esa presunta victoria !!!. Entonces, los acontecimientos se alteran y no se repite la victoria original. Está claro: aquí no hay escapatoria posible. El final feliz de la inmensa mayoría de producciones comerciales no tiene cabida en este caso, porque, normalmente, estas historias acaban mal en la realidad y así puedereflejarse en la ficción.
El autor demuestra que esa crueldad no sirve como espectáculo, no es algo bonito en lo que regodearse. Es dura, es desagradable. Deja un amarguísimo sabor de boca imposible de tragar y un nudo en la garganta casi doloroso.

Otra escena interesante es aquella en la que uno de los jóvenes asesinos se gira hacia la cámara, la mira y guiña el ojo, dibujando una sonrisa sarcástica en su divertido y maquiavélico rostro de "niñato juguetón y travieso". Es una señal directa hacia el público, animándole a que interactúe con el film.

Atención, también, al modo con que se deshacen los asesinos de la última víctima, lanzándola al agua atada como si de un cebo para pescar se tratara. De repente y sin previo aviso la empujan por la borda del barco, lo que produce una sensación de incredulidad en el público. Así de fácil la eliminamos. Nos cansamos de ella y adiós.

Para concluir, diré algo que puede sorprender: esa familia que es víctima del salvajismo representa a una clase media acomodada, pertenece a una burguesía separada de los problemas del mundo, que se deja llevar por la corriente de las convenciones, insolidaria con lo que ocurre a su alrededor, bien aposentada en su sólida posición, componente de una sociedad vacía no suficientemente mentalizada en relación a la triste realidad...
Es decir, que tampoco es que uno sienta demasiado apego o simpatía por los personajes, algo que me hace pensar que Haneke no presenta una lucha del bien contra el mal, lo único que hace es diseccionar la violencia en estado puro, sin necesidad de manejar moralismos para salvar a nadie.
Si a nosotros nos provoca malestar lo que vemos es porque nos colocamos en la situación de las víctimas y nos imaginamos qué ocurriría y cómo reaccionaríamos.

Haneke, como Cronenberg, no es amigo de las concesiones comerciales de cara a la galería. Para él, el cine es mucho más.
Obviamente, a mí también me lo parece.

Que ambos sigan así: tan radicales, revolucionarios y transgresores como hasta ahora.





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