OTOÑO, NECESIDAD, IMPRONTA
El otoño no era otoño
sino una necesidad,
casi una impronta.
Una estación cargada de invierno,
subnacida entre hojas parduscas,
revelada en los países del Este.
El otoño perdido de Pessoa,
propicio a la noche y a la meditación indefinida,
regocijándose púber e inusual,
argentino y rubí como un caimán carnicero.
Otoño rojizo, casi animal, selvático
Y jirafas doradas
y asesinos lobos, de diamante y escarcha.
Y desde los ojos de una niña se hacía vida,
renaciendo en un balanceo acompasado y tardío.
Pelo moreno y un columpiarse ineludible
de árbol de madera y nueces amargas.
La necesidad se convirtió en deseo,
en física de libido
en mirada carnal, casi de invierno.
Y el sexo se hizo otoño,
crónica cenicienta, volando austera
al viento, roja.
Y ya es tarde, llevo, sin darme cuenta,
más de tres horas en la cola de un museo,
y lo único que consigo encontrar es
una muñeca en el suelo,
demasiado vestida para resultar erótica,
vigilada por una cámara de video.
Espiada en su lasciva agonía.
Agonía que, por otro lado, forma parte del otoño necesario.
<div style="text-align:center">mi mama me mima
mi mama me ama
yo amo a mi mac
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