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Tema: Cuentamelo otra vez

  1. #26
    maestro
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    07 mar, 04
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    OTOÑO, NECESIDAD, IMPRONTA

    El otoño no era otoño
    sino una necesidad,
    casi una impronta.

    Una estación cargada de invierno,
    subnacida entre hojas parduscas,
    revelada en los países del Este.

    El otoño perdido de Pessoa,
    propicio a la noche y a la meditación indefinida,
    regocijándose púber e inusual,
    argentino y rubí como un caimán carnicero.
    Otoño rojizo, casi animal, selvático
    Y jirafas doradas
    y asesinos lobos, de diamante y escarcha.

    Y desde los ojos de una niña se hacía vida,
    renaciendo en un balanceo acompasado y tardío.
    Pelo moreno y un columpiarse ineludible
    de árbol de madera y nueces amargas.

    La necesidad se convirtió en deseo,
    en física de libido
    en mirada carnal, casi de invierno.
    Y el sexo se hizo otoño,
    crónica cenicienta, volando austera
    al viento, roja.

    Y ya es tarde, llevo, sin darme cuenta,
    más de tres horas en la cola de un museo,
    y lo único que consigo encontrar es
    una muñeca en el suelo,
    demasiado vestida para resultar erótica,
    vigilada por una cámara de video.
    Espiada en su lasciva agonía.

    Agonía que, por otro lado, forma parte del otoño necesario.





    <div style="text-align:center">mi mama me mima
    mi mama me ama
    yo amo a mi mac
    </div>
    </p>

  2. #27
    maestro
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    07 mar, 04
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Y aqui la nueva corriente creada por mi llamada googlintismo que consiste en vapulear unos versos por el traductor de google a varios idiomas hasta conseguir una obra de arte como esta:


    OTOÑO, NECESIDAD, IMPRONTA

    el otoño era un otoño de la necesidad no sin embargo, casi impronta.
    Una estación cargada del invierno, llevada entre Graulichem se va, destapado en los países del este.
    El otoño perdido de Pessoa, favorable a la noche y al indefinido,
    rejoicing a más púber e inusualmente, a Argentinienmeditation
    y al rubí tiene gusto de un salvaje cayman.
    Otoño, casi animales rojizos, selvático
    y giraffes de oro y Meuchelmoerderwoelfe, diamantes y las heladas.
    Y de los ojos de la muchacha a la vida fue ocurrido y aparecido otra vez en una calibración rítmica y retardada.
    Pelo marrón e inevitable columpiar del árbol del Nuesse de madera y amargo.
    La necesidad se convirtió en deseo, en la física de la libido
    en la visión volátil sexual, casi el invierno.
    Y el sexo se convirtió en otoño, chroniclecenicienta,
    moscas el austero el viento, rojo.
    Y está ya, las tomas de I tarde, sin realizar,
    más de tres horas en el pedazo de extremo de un museo y de la única cosa, que son también encontrar una muñeca en el suelo,
    demasiado geklitten, para ser erótica,
    mirado hacia fuera sobre más camcorder. Espiado en su agonía lasciva.

    Agonía, que contiene por otra parte a partir del otoño necesario.





    <div style="text-align:center">mi mama me mima
    mi mama me ama
    yo amo a mi mac
    </div>
    </p>

  3. #28
    Aleccionando Avatar de Sargento McKamikaze
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    El que tuvo, retuvo.
    Endwood tuvo un amor. Endwood tiene un amor.
    Endwood no tiene novia, la tuvo. Endwood no tiene esposa, la tuvo. Amantes, romances, líos; no los tuvo. Endwood tan sólo tiene…
    …un amor.
    La conoció allá por los setenta. Era joven y hermosa, pero sobre todo era la mujer que siempre rondaba por su cabeza: Tenía sus defectos, como los dientes torcidos, el hoyuelo del mentón exageradamente metido en la mandíbula y el pelo basto y arremolinado por la coronilla. Sin embargo era un realce constante en su forma y ella, toda ella, formaba todo lo que había soñado. En el cine Palance, la quinta bajando por la calle que cruzaba el pueblo, fue donde se dieron su primer beso. Horas después Endwood estaba dentro de ella, amándola, una primeriza manera de saber por qué era un hombre que amaba. Y lloraba, después del momento él lloraba; ella le mecía en su regazo, le consolaba no por tristeza, sino por la exagerada felicidad que en ese momento intentaba cerrar en lo más profundo de su alma. Sin embargo era difícil no dar una vía de escape a tanto sentimiento, por lo que todas las noches lloraba y lloraba y lloraba hasta que ella también se ponía a llorar, y ambos compartían su llanto en el único espacio vital que existía en ese momento.
    A medianoche Endwood se asomaba por la ventana y veía los coches pasar, rápidos, y pensaba cuánto duraría esa felicidad tan anhelada. ¿Días? ¿Horas? ¿Por qué ella lloraba con él? De alegría, por supuesto. ¿Si? Si. Compartía la misma alegría pero también el mismo miedo, el frío y punzante temor a perderse en las redes de la mutua pasión y no saber afrontar las directrices que el propio pueblo imponía en el destino de las gentes.
    La fábrica cerró. Él sabía que llegaría el momento y todas las noches, en el garaje que compartía con ella, se desnudaban y hacían el amor como nunca antes lo habían hecho. Más brutal, más salvaje, más instintivo. Sin embargo no había llantos, los ojos de Endwood secaron y con ellos los de su amada, y si bien su cabeza seguiría reposando en los senos de ella, jamás podría recuperar esa explosión de felicidad que le provocaba el inevitable llanto.
    A los tres meses ella partió a la ciudad, y con ella todas las lágrimas compartidas. Lo siento de veras, lo siento, lo siento; las entrañas que una vez hicieron estallar a Endwood se pudrían y pasaban a su conciencia, haciéndole lamentar algo de lo que no tenía la menor culpa. Ella trabajaría, el la vería de vez en cuando, pero jamás sentiría su pecho de nuevo. Lo sabía y lo lamentaba.
    Pero Endwood, en un momento de aquella época, comenzó a llorar.
    No lloró de pena. Volvió a sentir el aguijón de sus tripas de nuevo y el obligatorio temblor de los ojos, y por mucho que su penitente mente lo intentara no podía evitarlo. Endwood seguiría siendo feliz y jamás sería capaz de remediarlo.
    Ella llegó al pueblo, pero jamás volvería al cine Palance, ni al garaje, ni a los brazos de él. Sin titubeos admitió ante Endwood que jamás le quiso, que sus lágrimas no eran sino la culpabilidad de una adolescente de veinte y cinco años confusa y dolida, lágrimas de una mujer que no sabe que camino escoger y hace un alto en el camino. Ella sufría por cómo lo aceptaría, pero Endwood reprimió el llanto. Sabía que, de romper a llorar, ella notaría que era de felicidad.
    No felicidad por ella, ni por la rotura: Endwood jamás volvería a tener pareja. Para siempre sería feliz y conservaría ese sentimiento. Prosperó en su vida gracias a tan bien conservado sentimiento, que era el motor que impulsaba todo su potencial. Era él y ella pero sin ella, en realidad sin nadie más.
    Fue feliz, vivió largo tiempo y de buena manera. En su lecho de muerte le preguntaron si no se sentía sólo, si no lamentaba que en su vida sólo estuviera él y él. Con la sonrisa aún bien situada Endwood admitió que no, que jamás le hizo falta: era el hombre más afortunado del mundo, porque era dos y tan sólo uno.
    Antes de expirar soltó otra pequeña lágrima, una lágrima más amarga y espesa.
    Jamás esperó ver esa lágrima.


    <div style="text-align:center">En las almas de las personas las uvas de la ira maduran y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia.</div></p>

  4. #29
    Amor por el fantástico Avatar de Diodati
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    <blockquote>Quote:<hr>me parece fatalisimo que se murieran los post del dio <hr></blockquote>
    La editorial me dice que sale el libro "Retos y pomas" para otoño. Ya tienen el cd con todo el material para que trabajen a gusto. Me comprometo en mandarte un ejemplar dedicado con cariño, si dejas de discutir tanto, te pones las pilas y me adaptas un par de "retos". ¿Haces? <img src=https://www.mundodvd.com/forum/emoticons/smiley.gif ALT=":)">

    ____________________
    "I never drink... water" </p>

  5. #30
    adicto Avatar de mariaman69
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    “Muérete ahí, poeta” le grité a ese pesado que intentaba hacer ruido en mi silencioso y metálico interior. Llené otra palada de sucia tierra y… volcaba violentamente su contenido sobre el último suspiro amarillo de aquel extraño, cuando algo excepcional sucedió. El poeta alzó como un rayo inverso su mano y bajo tal perfecto movimiento, el tiempo se paró. Los relojes dejaron de apuntar al presente y se alejaron como viajeras fotografías en blanco y negro que se desplazaban constantemente hacia el pasado haciéndose al mismo tiempo más antiguas y más humanas.
    El poeta no se ha marchado. El poeta ha aguantado su respiración hasta el desfallecimiento. Ha sido durante todo este tiempo, un falso muerto. Ha permitido que mi yo más rastrero recoja de manera vulgar su materia prima. Ha necesitado de mí. Me ha hecho infeliz. Pero nada importa. El vendrá a mí y yo seré en pocas lunas la inexistencia… la nada. Y el será todo y en cambio… no será más que yo.

    P.D..: ¿Me se nota que e fumao?

    (Edito para poner P.D.)


    </p>Editado por: <A HREF=http://p216.ezboard.com/bmundodvd43132.showUserPublicProfile?gid=mariaman6 9>mariaman69</A> fecha: 24/4/05 0:31

  6. #31
    Aleccionando Avatar de Sargento McKamikaze
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Él siempre quiso que entrara por delante, pero la puerta siempre estaba cerrada. Por aquella época yo no tenía llaves, a decir verdad en casa tan sólo había una copia y esta pertenecía a mi padre. Y mi padre no quería que entrara por delante y yo entraba por detrás, por la cocina, subiendo las escaleras de incendio; por ello mismo cogía unos rebotes que mejor evitar, por lo que directamente me metía en la cama sin esperar a que se levantara para ir al trabajo.
    Si me hubiera dado unas llaves…
    Una noche mi padre se quedó esperando en la barandilla de las escaleras. Mientras los chicos me dejaban en la esquina de la pastelería él fumaba uno de sus cigarros sin filtro, negros y cuyo espesor del humo era equivalente a mi miedo al verle. Debería estar durmiendo, pensé, durmiendo y dejando que yo suba las escaleras de incendio tantas veces quiera. Pero él estaba allí apoyado, moviendo la luz del cigarro, siendo la única en toda la calle tras apagarse las farolas una a una. La misma luz que veía caer al suelo tres pisos, los que debería subir para poder entrar en casa ya que, como digo, no tenía llaves. Crucé la calle hasta la escalera; empezó a crujir cuando subí de dos en dos la rejilla y, entre tanto, intentaba comprender por qué él estaba esperándome. Por los huecos de la malla le veía como siempre le he visto; yo abajo intentado subir, sus pies por encima mío intentado que no subiera. Él no era consciente de la resistencia que estaba ejerciendo en mi escalada por las escaleras.
    Cuando llegué a casa no se giró, no quiso verme o quién sabe la razón; sencillamente se quedó quieto ante mi llegada. “¿No trabajas hoy?”, le dije. Se volvió lentamente, sacó otro cigarrillo y me contestó:
    -Hoy no hay trabajo.
    Ahí acabó la conversación. La última.
    Ahora tengo unas llaves y jamás se ha hecho copia alguna de ellas. Son las llaves de mi casa y entro por la puerta de delante.
    Ojalá no hubieran quitado aquellas escaleras de incendio.

  7. #32
    aprendiz
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    El ultimo hombre

    Para llamar su atención, sus congéneres pronunciaban un sonido bronco y gutural que seria imposible transcribir aquí.
    Solo comían y fornicaban; cazaban cuando la carne putrefacta se acumulaba al fondo de la cueva y volvían a comer y a fornicar. Sin reglas. Sin ningún tipo de futuro. Sin conciencia de sus toscos cuerpos cubiertos de pieles o de las vastas llanuras que los rodeaban. Sin el mas mínimo atisbo de inteligencia mas que para comer y fornicar, comer y fornicar.

    Él era diferente y lo sabia. Solo por el mero hecho de saberlo ya era diferente.
    Él también fornicaba y comía y cazaba y pintaba animales y lanzas en las paredes con sus rechonchos dedos. Él también bebía agua del río y despedazaba la carne cruda manchándose los dientes de sangre y nervios. Él también llamaba a sus congéneres con un sonido bronco y gutural que salía del fondo de su garganta.
    La diferencia es que él era consciente de todo. Él sabia que comía y fornicaba y cazaba y emitía sonidos primitivos para no ser diferente a los demás porque, también sabia lo que eso significaba.
    A la puesta de sol de aquel tercer día desde la caza de primavera, por primera vez fue consciente de su absoluta y desoladora soledad. Fue consciente de que no era como los demás y sin embargo en el periodo en que le había tocado en suerte sub-existir jamás podría ser diferente. Pensó que jamás podría pensar y con un desasosiego que marchito la hierba a su alrededor, se dejo morir.
    Dejó de fornicar y de comer y de beber y de quitarse carne cruda de entre los dientes. Dejó de pintar y de cazar y de bailar paganamente alrededor del fuego las noches de luna llena. Dejo de respirar y se dejó morir, y con ese acto dejó morir al último hombre.
    [center:61e86a17d7][url=http://www.mundodvd.com/foro/viewtopic.php?t=23286][img]http://www.mundodvd.com/foro/images/avatars/firmamax.gif[/img][/url][/center:61e86a17d7]

  8. #33
    aprendiz Avatar de Henry Morrison
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    15 may, 05
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Aquí una pequeña historia sobre el porqué del ruido de las canicas en el techo y lo que os pasará si decidís investigar. No es una de las mejores, pero es cortita.


    Despierto a las cuatro de la madrugada. Se siente extrañamente húmedo, y comprueba que la botella de whisky se ha derramado por la cama y por sus pantalones. Disgustado, Billy se levanta de un salto y se dirige al cuarto de baño, entra dentro, se desnuda y se mete bajo el grifo de la ducha fría durante diez minutos. El ruido de la ducha amortigua sus pensamientos, que divagan demasiado cuando se despierta. Finalmente, se concentra y recuerda. ¡Las ratas, las malditas ratas! El edificio era viejo, estaba ya negro y cayéndose a pedazos, y había ratas en el techo. Producían un ruido muy curioso, como el botar de las canicas. Él estaba en el tercer piso, y solo había un piso por encima, y estaba desocupado, así que era eso. Las ratas. Billy había alquilado la casa para tres meses, y estaba en algún punto, en la calle más sucia y tirada de París. Llevaba allí un mes, y ni una sola noche dejaba de oír el ruido de las ratas en el piso de arriba. Ratas, o canicas… pero no podía ser, el piso estaba vacío, se lo habían confirmado los vecinos. ¿Ocupas, tal vez? Pero no, eso no tenía sentido, Billy había entrado en casas, de ocupa, prácticamente desde siempre, y sabía que lo mejor era no hacer ruido. Además, no se oía nada más, solo las ratas. No se oía la tele, ni la radio, ni voces, ni arrastrar de muebles, ni el correr del agua… no, tenían que ser las ratas.
    Salió de la ducha, se secó con una toalla blanca y rancia y se puso unos pantalones limpios. El piso era pequeño y estaba atestado, era una auténtica pocilga. Billy nunca había sido un devoto del orden, precisamente. Se tiró sobre el cómodo sillón y examinó la estancia con sus sentidos. Fuera, la calle sucia y vacía no producía sonidos, ni pasos, ni coches, ni voces, ni gritos, nada. No provenía de abajo, sino de arriba. Se oía justo encima de la cama, en cualquier otra habitación de la casa no se oía.
    ¿Tendré que subir?, se preguntó. Pero tampoco podía hacer eso, tendría que forzar la cerradura, todo por unas ratas molestas. No merecía la pena.
    Era imposible concentrarse. No podía leer, y no tenía televisión. Y por supuesto, no podía dormir con ese ruido molesto por encima de su cabeza, ni en una noche ni en mil noches como esas.
    Pero Billy amaba el peligro, la adrenalina que le producía enfrentarse a cualquier cosa desconocida. Por eso había huido de casa a los 13 años para ver mundo, y por eso siempre se estaba metiendo en una serie incontable de líos que le hacían huir de un lado a otro del globo, pero no podía evitarlo.
    Era su naturaleza, y sabía que si el ruido continuaba, subiría antes del amanecer. Se llevaría su cuchillo para matar a aquellas jodidas ratas. Ah, pero seguía asustado.
    Se puso una camisa blanca y sucia y las botas, y se colgó el cuchillo de caza del cinturón. Iba a subir. Solo a echar un vistazo, se dijo. Y si encontraba las ratas, las mataría. Si no, no se quedaría a curiosear ni a explorar, retrocedería y abandonaría, con dignidad. Estaba demasiado cansado para enfrentarse a peligros excesivos. La última noche había tenido una buena pelea con un capataz de obra, y le había atizado en las costillas. Tenía un buen moratón en el costado derecho, y su curiosidad había decrecido considerablemente con el golpe.
    Ah, pero aquel hijo de puta tendría que andar apoyado en una sola pierna por un tiempo, pensó, regocijado. Por muy mal parado que saliese, no podía dejar de mostrarse orgulloso por sus “hazañas”.
    Salió al vestíbulo, donde olía a verduras, a gasolina, a galletas de chocolate y a maderas podridas. Era un edificio cochinamente viejo y decrépito, y la mitad de los pisos estaban vacíos o eran inhabitables. La electricidad se cortaba con frecuencia, y por lo menos una vez a la semana se producía algún accidente.
    Cuanto antes se marchase, mejor. De todas formas, París no era tan excitante como le habían dicho que era. Era muy hermosa, pero muy fría. Él prefería mil veces Oriente a Occidente. Entre algunos de sus lugares favoritos figuraba Sri Lanka, Hong Kong, Bombay y en menor medida, Tokio. Su ciudad occidental favorita era, sin duda, Barcelona.
    Cruzó el pasillo hasta las escaleras de incendios, subió el piso y entró en el cuarto piso. Los pisos eran laberintos, había varias manos con varias casas, y tuvo que pararse un momento y ubicarse, para buscar el piso que estaba justo encima del suyo. Era el Cuarto H, y era la última casa del piso, estaba metida en un rincón y no había ninguna puerta enfrente o al lado. Sacó de su bolsillo una tarjeta de plástico duro y una ganzúa, y forzó la cerradura. Le bastó con medio minuto y ¡victoria! La puerta se abrió revelando una penumbra oscura.
    Penetró en el pequeño vestíbulo, dejando la puerta abierta para que entrase la rancia luz del pasillo, pues no había electricidad en aquella casa.
    No recordaba donde había oído primero el ruido de las canicas. ¿En su casa natal, en Nueva York, de niño? ¿En la vieja posada de Túnez? O quizás en una taberna de Munich, no importaba. También había oído hablar a otros de esos extraños ruidos sin explicación posible, pero él lo había rechazado todo, todos esos rumores fantásticos, y los había atribuido a las ratas. Hasta llegar a París, donde todas las noches, con la regularidad de un reloj y en el mismo punto exacto, oía los ruidos. Eran demasiado sistemáticos para ser producidos por las ratas. ¿Siempre a la misma hora y en el mismo lugar? Imposible. De todas formas, ninguna otra noche se había aventurado a algo semejante como lo que se proponía ahora. Nada de incursiones nocturnas e investigaciones. Pero esa noche… en fin, ya estaba en marcha, no importaba. Entró en lo que habría sido el salón. Un puñado de bultos oscuros, muebles tapados con sábanas. Levantó uno y vio que era un piano. Lo dejó, sin demasiada curiosidad, y se acercó a donde debía estar el dormitorio, justo encima del suyo.
    Se sorprendió mucho al ver un débil resplandor que provenía de la habitación, y llevó su mano al cuchillo instintivamente.
    Dentro, en un rincón, había un par de velas que iluminaban toda la estancia con un resplandor enfermizo y débil. Allí había quizás media docena de niños y niñas, vestidos de formas completamente diferentes, todos ellos diferentes entre si… Billy dio un involuntario paso atrás. Su respiración se volvió loca. Aquello era…
    Los niños lo miraron. Cada uno tenía una canica y la hacía botar contra el suelo. Una niña rubia, de unos once años, le sonrió.
    -¿Quieres jugar con nosotros?
    ¿Jugar con ellos? Si, claro. Cuando el Infierno se congele. Billy dio otro paso atrás. Los niños le miraban, sin moverse, sin hacer el más mínimo gesto para impedir su retirada.
    Se dio la vuelta y vio al otro niño. Parecía el más joven, y aunque Billy n lo sabía, era en realidad el más viejo de ellos.
    El niño le metió la mano en el pecho. Billy imaginó que moriría. Aquel niño hurgaba, buscando algo. Su corazón, tal vez. Quizá le arrancase los pulmones, o los intestinos. Ante la idea de no sobrevivir a semejante extracción, Billy se asustó. No quería morir, todavía no. Solo tenía 29 años, y aunque había visto y vivido más que la mayoría, no lo consideraba suficiente. Los niños le sonreían sin malicia, solo había inocencia en sus rostros angelicales. Entonces, el niño estiró. Lo que salió, en su mano, no fue un órgano interno. En realidad, el niño llevaba de la mano a otro niño, un Billy de unos ocho años que miraba su cuerpo adulto caer al suelo, perplejo y confuso. En su cuerpo no había ninguna señal. Billy niño arrastró el cadáver hacia otro cuarto, donde estaban todos los cuerpos de los adultos que se negaron a dejar jugar a su niño interior. Luego, Billy volvió con sus nuevos compañeros. Un chaval de unos trece años le dio una canica. Billy la hizo votar una vez. Y dos veces. Y tres. Se rió, una alegría infantil que no sabía de maldades ni peligros. Tenía una canica, amigos y tiempo para jugar. Todo el tiempo del mundo, en realidad.
    En todas partes hay niños que juegan con canicas. Niños que no son, sino que fueron. Niños que, en la fase adulta, se habían asesinado a si mismos porque ya no creían en la magia de las canicas. En todas las ciudades, en todos los edificios, no solo en los pisos superiores, sino también en los inferiores y en los tejados, los niños alegres juegan con las canicas, sin miedo, sin prisas y sin agobios, sin aburrimiento ni desdicha. Las canicas resuenan en todos los techos del mundo. Es posible que algunos lo hayáis oídos, un ruido molesto que en un principio atribuiréis a un vecino, y cuando descubráis que el vecino es inocente, a las ratas. Podéis ir a comprobarlo una noche, si queréis. No os pasará nada. Os encontraréis a unos niños muy simpáticos, que no os harán ningún daño. A no ser, claro, que hayáis perdido todo el potencial de soñar y jugar, en cuyo caso el regalo de los niños os parecerá una maldición…

  9. #34
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Quería un pollero, pero tan sólo tenía un pollo. Mataré al pollo, pero me gustaría matar un pollero.

  10. #35
    aprendiz
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    up!


    Cuatrocientas cuarenta y dos veces me dio tiempo a mirarte
    Doscientas tres a retenerte media hora antes de irte a trabajar
    Ciento setenta y cuatro te bese furtivamente aprisionandote entre mi boca y la pared
    Unas noventa y seis me bañe en tus pupilas bajo la luna azul electrico
    Cuarentaytantas te desvesti con prisa y algunas pocas con calma de engranaje
    Dos te dije te quiero mientras bailabamos jazz en aquel Music Hall embriagados

    Ninguna vez me pare a contar cuantas veces te hice el amor, te mire a los ojos, te bese inquieto, baile contigo, te desvesti, te quise, volé contigo.

    Lo que si conte fueron los cuentos que salian de tu boca cuando cocinabas con ese delantal azafran y todas las flores de neon azul que me regalaste en la bañera de laton.
    [center:61e86a17d7][url=http://www.mundodvd.com/foro/viewtopic.php?t=23286][img]http://www.mundodvd.com/foro/images/avatars/firmamax.gif[/img][/url][/center:61e86a17d7]

  11. #36
    Aleccionando Avatar de Sargento McKamikaze
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Estaba revolviendo por el disco duro a ver qué salvo o qué descarto y he ido a encontrar ésto. Me ha hecho tanta (y tan estúpida) ilusión que me gustaría postearlo:

    ---------------

    CUARENTA LATAS DE ARENA


    Ocho
    Treinta latas se amontonan en un pequeño estante, dos maderas una encima de otra sobre un saliente rocoso de la pared. Son treinta latas más otras seis de la esquina, aunque éstas estén llenas de arena y apiladas como si de un castillo se tratase.
    Solamente que este castillo de arena está rodeado de latón.
    Y entre treinta y seis latas, cuatro niños: Mayce, Charles, Philip y Susan.
    Ocho años de vida equivalen a treinta y seis latas.
    Lo único que llena todo es la arena.

    Los Wesk no son precisamente angelitos del cielo. En su palacio esquina con Harper acumulan todo tipo de cachivaches y comodidades: DVD de última generación, equipo DTS de sonido digital con 7 canales de distribución, televisión digital, masajeador de pies con función para piernas cansadas, robot de cocina con más de 547 programas, ordenador última generación con conexión de banda ancha de velocidad punta, redes de cámaras de vigilancia en los dos pisos que componen la vieja casa, detector infrarrojos en cerca, puertas y ventanas; un perro guardián entrenado por el ejército. También tienen una bicicleta estática. También tienen…
    …cuatro hijos en el sótano.
    Cuarenta latas de arena.

    Siete
    Las calles son más frías que en NY, se dice así mismo, más frías porque el calor es más impersonal y los árboles más caducos. En NY no tenía árboles, por ello eran eternos. Si salía a pasear por Central Park veía un reflejo de lo que era la ciudad, no vegetación real; bien estaba plantada con abono y semillas reales, pero la realidad es para Clifford Bourgens lo que la mentira para el más déspota de los comisarios: Un recurso al que zafarse sin sentir amor ninguno, tan sólo necesidad de hacerlo.
    Cliff amaba la gran manzana porque le recordaba a una tarta de manzana, quería Central Park porque ni estaba en el centro ni era realmente un parque, hubiera hecho el amor con la Estatua de la Libertad de haberla visitado durante los catorce años que vivió en Brooklyn. Pero la Ciudad que nunca duerme es incapaz de asimilar tanto amor fraternal de una sola persona. Sencillamente no puede hacerlo.
    Por ello Clifford Bourgens, nacido en Glasgow, volvió a Glasgow. No fue Cliff quien dejó a su primera madre. Fue Escocia quien no supo asimilar a su hijo.

    Seis
    De noche el teléfono no suele sonar, pero esta noche la luna brilla y el teléfono suena. Así es Glasgow: Dos elementos inusitados se confabulan para dar con algo más jodido.
    -¿De qué se trata? -se pregunta Cliff y pregunta a Katie, la agente de guardia en la comisaría de Hollysbourgh.
    -Algo malo ocurre esta noche,-dice la mujer al zombie que se incorpora en su cama.- Algo malo en la esquina de Harper, Cliff. Primero ladridos, quejas de los vecinos por el ruido y luego los llantos de unos cuantos niños.
    Katie se muestra tan segura que está al borde de las lágrimas.
    -¿En Harper?, -piensa en voz alta el detective Bourgens-, ¿tiene algo que ver con los Wesk?
    -Tiene todo que ver con los Wesk, Cliff. -Son palabras de la agente y las de la cabeza del detective que se unen y retumban en sus sienes.- ¿Sabías que tenían hijos?
    -Sabía que tenían cosas.
    -Pues tienen hijos que parecen cosas. Ahora están llorando, date prisa.
    Dentro de nada será ella la que romperá a llorar.
    -¿Cuántos hay?
    -Hay tres llorando. Tan sólo tres…

    Cinco
    Cuando de pequeños corrían por los pasillos de la casa Harper, antes de El Gran Cerrojo, sabían que existía una cosa llamada arena y que había en abundancia allá en la mar. Un tal Alfie les hablaba sobre lo que pasaba al pisarla, y que la arena del sur era más caliente que la del norte. Sin embargo se pegaba de llevar los pies mojados y terminabas enfadado. A mamá y papá no les gusta el enfado. Por eso mismo El Gran Cerrojo.

    Momentos antes de que volviera a sonar la puerta Charles, Sails para los dientes podridos de sus hermanos, había terminado de amontonar las seis latas en la esquinita donde El Gran Guauguau hacía guau por arriba para ellos, por abajo para él. Todo un reto para Charles que Mayce, Philip y Susan (Mais, Fils y Usen) supieron apreciar aporreando los brazos en sus débiles canillas.
    Cuando la sinpito mayor cogió a los tres pequeños ya era demasiado tarde: Seis más cinco hombres sin cara por la barba los cogieron y los llevaron a una caja grande y blanca y que huele a bueno, pero bueno es raro y en principio no debería ser bueno. Allí pinchaban hombres y algunos sinpitos en los brazos de los niños y Susan-Usen, la mayor, vió cómo el pequeño Charles-Sails se caía y echaba rojo por la boca y lo metían en un suelo negro que se levanta, lo levantaban los hombres sin cara por debajo y lo metían en otra caja negra muy larga, pero no tan alta como la caja grande y blanca de Susan, Philip y Mayce.
    Ahora El Gran Guauguau sigue haciendo guau en una caja con barrotes. Ahí El Gran Guauguau no puede romper las latas de arena de Sails.
    Sails estará contento cuando vuelva. El Gran Cerrojo ya no estará.
    Usen ve a El Pequeño Cerrojo mientras la caja grande y blanca se mueve.

    Cuatro
    Esa era otra ventaja de Nueva York. Salías a comprar a un Seven Eleven cualquiera y cualquier adicto al crack podía volarte la tapa de los sesos, pero como a la madre Ciudad no le importaba a ti tampoco. Aceptabas sin resignación cualquier sino de esquina, cualquier esperanza que te encontraras en cualquier boca de incendio abierta.
    En cambio Glasgow te mira y te devuelve la mirada sin haberla recibido aún y sin tener la posibilidad de responder; se anticipa a la desesperación para que no llegues nunca a acostumbrarte y de esa manera conserves la imagen durante el resto de tu vida.
    La imagen que en este momento captura Clifford Bourgens es la de un crío muerto, sus tres hermanos… ¿vivos?... y una pareja que han pasado de tecnócratas a tecnópatas.
    Así no es Cliff, se dice, así no debe ser. Alguien que tiene árboles en el jardín no puede estar cuerdo.


    Un tal Agente McOldie, novato de Edimburgo, me habla sobre el matrimonio Wesk. Me dice que recibían subsidio por mantener en una escuela mayor a sus cuatro hijos, y yo se que lo gastaban en todas aquellas cosas. Me comenta que los encerraron cuando la mayor tenía siete años, por lo que el menor tenía un año y medio cuando dejó de ver la luz del sol; yo tan sólo se que esas pequeñas bestias deberían haber muerto. Ahora la muchacha debe tener unos quince y las piernas llenas de sangre, incapaz de comprender o controlar sus menstruaciones. También afirma que el matrimonio era cortés con el vecindario aunque tuviera poco tacto, pero que el refinado estado en el que se encontraba la casa de dos pisos no inspiraba sospecha alguna. Yo tampoco hubiera sospechado.
    Por último asegura que el crío muerto era el que menos atrofia representaba y que murió por una infección que le pasó el perro que solía asomarse por la verja del sótano. Afino el oído para escuchar que jugaba con el polvo acumulado. Oigo de un agente de la patrulla especial detrás mía que la habitación parecía una playa…

    Tres
    Un familiar lejano, Alfred Wesk, vendrá de Londres para encargarse de los tres supervivientes. Por lo que dicen, o balbucean, deben llamarse Ursula, Phynneas y Mann. Dignos nombres.

    Dos
    Allí donde dejaron a Susan-Usula-Usen hace frío pero ella no lo siente. Piensa en cómo tendrá que correr cuando vuelva a la gran sala y vea a El Gran Cerrojo ya curado. Cuando coja las latas y busque arena en ellas e intente hacer un castillo grande con las cinco y cinco y cinco y cinco dos veces latas sin necesidad de arena. La colocaría a puñados en la otra parte de la caja grande, al sur, y dejará de sentir el frío de ahora.

    Uno
    Clifford Bourgens piensa en Conney Island y su playa. Era sucia, llena de desperdicios y del aceite de los barcos que atracaban cerca. Recuerda pisar algo granulado, casi de verdad pero más real que él mismo.

    Glasgow, Brooklyn; todo su mundo se derrumba cuando descubre que aquella lejana orilla de Nueva York la componían cuarenta latas de arena.

  12. #37
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Cuando seas mayor, comerás huevos con panceta

    No me cansaba de repetirlo, porque era una expresión realmente graciosa; la decía mi padre, a él se la dijo mi abuelo, y mi madre acabó harta de mi abuelo y prohibió a mi padre decirlo delante de ella. Pero él, débil que fue en vida, no paraba de repetirlo y al final mi buena madre le dejó, aunque el no menos buenazo de mi padre insistiera en que fue él quien la dejó al grito de “Ya no me sirve esa, parece que plancha con el chocho, y cuando sea mayor comerá huevos con panceta. Huevos con pacenta, huevosconpanceta, ¡puta!”

    El caso es que me vino la frase repentinamente una noche de agosto, justo después del examen -¿examen? ¿test?- de acceso al penitencial psiquiátrico que debería llamar casa a partir de octubre. Mamá me acompañó. Por favor, no deje que me interrumpa de esta manera. De vez en cuando divago y me vienen a la mente trozos de panceta enormes, huevos con una yema amarilla como el sol y a mi madre acompañándome a un lugar blanco donde todos son felices saltando con los brazos a la espalda. Sigamos: Esa calurosa noche pensé en la frase que me marcaría el resto del año, que son pocos meses para ya es algo. Me levanté sobre las tres de la mañana tras una hora pensando en aquella frase que provocó la ruptura familiar –ojala todas las rupturas fueran tan geniales- y me asomé por la terraza. Allí estaba la ciudad limpia y cuidada, dejada de la gente veraniega que veraniega su verano en playas de cuatro horas de viaje, y pensé que la ciudad era mía.

    ¿Era mía? Claro que sí. Ya lo decía yo: Con panceta y huevos me como todo, y soy mayor. O algo así. Aquel compendio de tiempo entre las dos de la mañana y las tres me llenó la cabeza de significados extraños y de formas no menos raras, y pensé que era una especie de bicho enorme de cinco metros con una Thompson en una mano y un trozo de carne porcina en la otra, y que si alguien –cualquiera de cualesquiera- aceptaba alguna de las dos cosas que portaba sería un nuevo amigo. Un amigo que llevarme al lugar blanco donde todos son felices saltando…

    ¡Qué idea tan estupenda!, me dije. Cogiendo una Thompson, que escuché una vez en la radio que era la metralleta de Al Capone, me acerqué a la puerta de la habitación de mamá y pregunté por la carne de cerdo. “¿Qué carne, hijo? ¿Qué hora es?” ¿Por qué tanta pregunta? ¡Yo tan sólo quiero panceta! Y la pegué con el bate que parecía una Thompson y la maté.

    Buena noche me aventuraba: Al menos pude ver muchos huevos con forma de cerebro de mendigos y fiesteros, o bien cerebros de fiesteros y mendigos que parecían huevos; también pude ver como un perro dejaba de ser perro para ser perrito caliente -¡Ja, ja, ja!- y también a una mujer que quería un taxi y acabó necesitando a un taxidermista para erguirse -¡Ja, ja, ja, ja!-.

    Y lo divertido que resultó desayunar tortilla con salchichas en el bar de debajo de casa. Y las sirenas, y la vecina llorando. Ay mamá, qué cosas decía padre.

  13. #38
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Me asome a la ventana y los vi. Eran unos pocos chicos de once o doce años que corrian alborotados por la calle sin parar de gritar. –La guerra ha terminado! la guerra ha terminado! - ¿Terminado? No puede ser. – Japon se ha rendido! Por fin la guerra ha terminado! – y murmullos, comentarios, una mujer que deja caer las bolsas que lleva en las manos y se las lleva a los labios, incapaz de contener unas lagrimas felices, y la noticia corre como la polvora – La guerra por fin ha terminado! Japon se rinde! – y un grupo de viejos sentados en circulo que encienden una vieja radio y es cierto, los locutores no paran de radiar japon se rinde, japon se rinde, la guerra ha finalizado, nuestros chicos vuelven a casa y los viejos que se levantan y aprietan sus manos felicitandose buen trabajo, sabiamos que ganariamos, siempre confiamos en nuestros chicos.
    Me moje la cara en la pila de agua de mi pequeña habitacion, la seque con una toalla pequeña despues, me apoye sobre la pila y estuve mirandome al espejo durante algunos minutos, me costo un rato reaccionar. Despues me puse la camiseta y sali a la calle. La guerra ha terminado. La guerra ha terminado. Es facil decirlo. La guerra ha terminado.

    El sol parece iluminar mas que otras mañanas. El paseo hasta el puerto es todo igual. Por todos lados encuentro grupos de gente hablando excitada, alegria, Mr Glance, el dueño del restaurante de comidas con el cartel redondo de un bote en la puerta, grita esta ronda invita la casa, y tres hurras de los marineros y entonces Mike, el zapatero, saca a Mery a bailar y dan vueltas y vueltas riendo mientras los demas dan palmas y rien tambien. El paseo hasta el puerto es todo igual excepto porque sobre el pequeño pueblo flota una luz especial, como difuminada, y tiñe todo de un color pastel que parece irradiarse de las caras de la gente que sonrien sonrien sonrien.

    El puerto es una locura. Los puestos bullen de actividad, las señoras compran harina, azucar, huevos -son frescos? – Claro señora Gatwick – hoy haran pastel para celebrarlo, y los hombres que charlan, encienden sus pipas, -esperad chicos tenia unos puros que me trajo John de su viaje a Europa guardados para una ocasión especial, los sacare – y los niños -¿mama me compras algodón de azucar? - Claro pequeño, hoy si -.El puerto es una locura.
    Todo parece ser mas blanco. Voy dejando a mi derecha los barcos blancos, los marineros de blanco que friegan las cubiertas con grandes mopas con energia, como con ganas, la espuma blanca que choca contra los cascos suavemente, meciendose, bañada por el sol.
    Camino, camino, camino. Es agradable caminar en este puerto que es una locura de alegria. Una locura. La guerra ha terminado, es facil decirlo, la guerra ha terminado.

    Y entonces lo veo. Esta sentado al borde del muelle, sobre una caja de madera, una caja de la lonja boca abajo. No hace frio pero el viste una gabardina azul. Azul oscuro. Esta sentado al borde del muelle, sobre una caja de madera mirando al mar.
    Le veo de lejos pero su mirada parece que navegara sobre las pequeñas olas del dia tranquilo hacia el horizonte, sin rumbo fijo.
    Cuando me acerco mas descubro una cosa sorprendente. Es raro porque el dia es soleado y hay esa luz como color pastel y la guerra ha terminado y es facil decirlo y la gente rie, bebe, baila, y las olas chocan despacio sobre los cascos blancos de los barcos y sin embargo sus labios dibujan sobre su rostro dos lineas grises como cuando hay tormenta y el cielo y el mar, grises, se ven partidos por la linea del horizonte que apenas si deja diferenciar cual es arriba y cual abajo, cual mar azul grisaceo y cual cielo gris azulado. Y no son solo sus labios. Son sus ojos, que miran al infinito como navegando sin rumbo a ninguna parte. Sus ojos tambien.
    Es raro porque el dia es agradable y corre una brisa agradable y todo el mundo es agradable y la guerra ha terminado y sin embargo para el parece que no porque ni siquiera sonrie.
    Me acerco mas y no se si quiero interrumpirlo asi que mientras me decido solo me siento a su lado en las maderas del muelle, con los pies colgando sobre al agua azul azul azul y dejo que el sol tambien me bañe mientras miro con el a ninguna parte.
    Creo que sabe que no lo molestare asi que de momento guarda silencio, deja que las olas sigan chocando contra el dique, contra los cascos blancos de los barcos y en el fondo me observa, se pregunta que hago ahí, sabe que quiero hablarle pero que no lo hare mientras el siga navegando hacia el infinito.
    Se que no hablara el tampoco mientras siga escrutandome asi que me entretengo en dibujarlo con mis ojos. Tiene un gorro azulado en las manos, como una boina y la mueve nervioso entre sus dedos. Sus dedos arrugados, es mayor. Lo se por que el poco pelo que tiene es blanquecino, grisaceo mas bien como las lineas de sus labios y tambien su cara se arruga un poco aunque aun tiene ese algo de redondeada de años atrás. Ahora que estoy mas cerca me doy cuenta de sus ojos. No solo son profundos y navegan sobre el mar hacia ninguna parte sino que son rasgados. Tiene unos parpados gruesos y lisos bajo unas cejas tambien grisaceas que parecen vestir a sus ojos rasgados. Es japones pienso. Soy japones, dice. –Debe pensar que estoy triste porque hemos perdido la guerra pero no es asi. No me importa la guerra. Y creo que a usted tampoco. Se que se ha dado cuenta de lo facil que es decirlo, “la guerra ha terminado”, que facil es decirlo. Pero no me importa la guerra. –
    Dejo de mirarle y vuelvo a mirar a donde el no ha dejado de hacerlo. Al mar. A ninguna parte.
    Se coloca la boina sobre sus pocos pelos grises, se levanta con dificultad, me mira hacia abajo y yo le miro hacia arriba. - ¿Viene? La comida no abunda en epoca de guerra pero quiza pueda ofrecerle algo. Ademas, ahora todo ira mejor. La guerra ha terminado. – Y claro, me levanto y le sigo. Arrastra los pies al andar y casi se pierde en su larga gabardina azulada aunque hace calor y corre una brisa agradable. Es bajito, muy bajito, y tiene los ojos rasgados.
    Cuando subimos la escalera me recuerda a una vieja tortuga. Sus movimientos mas que lentos son calmados. Como de no tener prisa por vivir. Su mano que gira con la llave es lo mismo, calmada, tortuga.
    Es una habitacion muy pequeña con un tatami en el suelo revuelto de sabanas. Hay un biombo de bonito bambu con paisajes pintados y una cortina de madera bajada a la mitad deja entrar un poco de luz por una ventana grande que queda a la altura de las rodillas. Es una ventana grande con un saliente donde crecen algunos arboles minusculos. Entre ellos hay una pequeña casita japonesa de barro y unas pequeñas tijeras de podar y algunas hojas caidas. Bonsais, dice.
    El, con sus ojos rasgados revuelve algunos platos en una minuscula cocina separada de la habitacion principal por una barra. No se que hace pero oigo agua, agua que hierve en una tetera de porcelana decorada con un dragon. Es blanca.
    Me siento en un taburete a la altura del suelo, frente a una mesa minuscula y observo. Tambien tiene dos velas, algunos libros que intento descifrar pero es imposible (he olvidado el japones) y una foto. Una foto de una muchacha. Debe tener unos treinta años y tiene una piel preciosa, como estirada. Una nariz un poco achatada y unos labios rojizos recortados sobre su rostro blanquecino. Parece palida y sin embargo sus labios parecen respirar por si solos, como dos pequeñas orugas rugosas y blandas.
    Su pelo esta recogido en una complejo moño sobre su cabeza con dos palos largos y finos que en los extremos tienen dos lineas rojas cada uno y se entrecruzan como intentado escapar hacia las esquinas del marco de madera.
    Detrás de ella solo hay un fondo gris y sus ojos rasgados. Es preciosa, como eterea.
    -Mitsuki. Por ella vine aquí. Cuando murio no pude volver a respirar. No podia seguir viviendo alli. Me ahogaba. Y entonces vine aquí a ver como los americanos terminaban de destruir mi pais. Pero no fue por la guerra, ya ve, la guerra no me importa. Ademas la guerra ha terminado pero. en realidad que importa. –
    Yo le miro y debe intuir algo de tristeza en mis ojos porque intenta sonreir y se sienta. Sirve te (es de arroz dice, lo bebemos mucho en mi pais, se toma sin azucar). Le doy las gracias pero no digo nada. Aun no he dicho nada porque con inclinar la cabeza ya basta. Comemos. Asiento otra vez con la cabeza, si, se comer con palillos, no se preocupe. Este arroz es delicioso. Si, la sopa tambien. Ya, ya sabia que es de buena educacion sorber del cuenco. ¿Si no se hace es una ofrenta al cocinero? oh, eso no lo sabia. Si, esta delicioso. Claro, claro que quiero un poco de sake, si, caliente por favor.
    Desde hace un rato las dos lineas grises parecen haberse relajado y se mezclan en un esbozo de sonrisa. Asi es mas agradable y sus ojos rasgados se cierran un poco cuando sonrie y cuando habla. Se levanta con esfuerzo, no se queja pero resopla, camina con su calma, tortuga, se acerca a un cajon y lo abre y saca un tablero y una bolsa de piel y lo coloca en la minuscula mesa y se sienta y abre la bolsa desperdigando un monton de piezas sobre el tablero. –Es el go, un juego que nos enseñaron los dioses. Las partidas pueden durar horas, incluso dias. Le enseñare a jugar si me promete una cosa. – asiento – Jugara tres partidas conmigo. Tres partidas completas. – Y entonces jugamos.


    -¿Y? – esta como impaciente. -¿Y que? - ¿Cómo sigue la historia? ¿Qué pasa despues? – No pasa nada, sencillamente jugamos. - ¿Y ya esta? – su voz suena decepcionada y yo me rio – No todas las historias terminan pequeña Antoniette, algunas terminan bien y otras mal y otras sencillamente no acaban nunca – Contestame a una cosa – Pretende parecer enfadada pero se que no puede - ¿Jugaste las tres partidas como le prometiste? – Las jugué - ¿Y despues? – Despues no volvi a verle. –

    Y asi acaba el dia y la historia, sin final esta noche. Ya es tarde y todos duermen. No mas palabras por hoy.
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  14. #39
    maestro
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    La lamparita o la fe

    Shlomo Weshler era un hombre sencillo. Siempre hablaba despacio como dejando fluir las palabras, muy suavemente. Tambien se movia como deslizandose, todo despacio.
    Siempre vestia una larga levita oscura y un pequeño gorro negro de forma circular llamado kipa que colocaba sobre su cabeza y debajo del cual salian dos largas hebras de cabellos que ondulaban sinuosos hasta mas abajo de su barbilla.
    Shlomo habia sido ordenado rabino a los veinticinco años y desde entonces habia dedicado su vida al estudio de la Tora, el libro sagrado de los judios. Siempre llevaba un pequeño ejemplar consigo bajo el brazo o en alguno de sus grandes bolsillos.
    Shlomo vivia en una pequeña casita en Utah cuando lo conoci. Era una casa simple, sin adornos, y para llegar a ella habia que bajar una pequeña escalera desde la calle. Esto hacia que en la casa siempre hubiera muy poca luz.
    Shlomo vivia ahí desde que su mujer muriera en el año 67. -El 12 de Octubre-recordaba siempre con una profunda tristeza en los ojos.
    Sus dos hijas tenian 22 y 19 años respectivamente y ambas estudiaban en San Francisco asi que Shlomo vivia solo en su pequeña casa de poca luz.
    No hablaba con mucha gente. Solo salia por las mañanas. Se levantaba temprano, se lavaba con agua en un viejo barreño, se mesaba la barba tres veces, colocaba su kipa sobre el pequeño circulo sin pelo de su cabeza y salia a la calle. Compraba los alimentos estrictamente necesarios, recogia la leche, saludaba a la frutera y mantenia en la esquina la misma conversacion cada dia con el vendedor de periodicos. –Buenos dias Shlomo. Hoy no estoy de humor, no empieces ¿eh? – Vamos Martin, sabes que no soy feliz si no te lo pregunto – y sonreia afable y el vendedor de periodicos asentia – Oh, maldito seas, esta bien – volvia a sonreir complacido y preguntaba – Dime tu, Martin, como puede alguien judio, hijo de madre judia, de abuelos judios, que ha estado ayudandome tantos años en la sinagoga, ser ateo. ¿Seras tan amable de explicarmelo una vez mas? – Siiii- decia resignado – Porque Dios no me debe nada, ni yo le debo nada a el. Porque jamas ha hecho nada por mi, ni yo por el. Y porque soy muchisimo mas feliz pensando que no hay un tipo grande y con barba sobre mi cabezota llamado Yave. – No puede ser solo eso. ¡Eso no son motivos! – le decia como todos los dias. – Piensalo bien, mañana volvere a preguntarte para que me des una respuesta mejor – Y reia y seguia su camino como cada mañana. Visitaba a otros viejos rabinos en la sinagoga y charlaban un rato de politica y del mundo. Encerrados en su propia comunidad antiquisima, sin ningun interes por abrirse al mundo o a otra gente que no fuese la de siempre, esa a la que uno saluda cada mañana.
    Despues volvia a casa y no salia mas. Pasaba toda la tarde leyendo. No solo la Tora leia. Tambien leia otras cosas. Muchas cosas. Ese era su verdadero hobby. A Shlomo le encantaba leer. No habia nada en el mundo que le apasionara tanto como meterse dentro de sus libros de misterio, de aventuras, de intriga, de amores imposibles, de filosofia, de arte, de cualquier cosa. Leia y leia en su sillon de orejas que se hundia bajo su peso. Leia siempre hasta que la oscuridad de la tarde hacia de su casa casi una cueva y entonces prendia su pequeña lampara de pie y seguia leyendo hasta que se le cerraban los ojos del cansancio. Adoraba leer bajo su pequeña lampara. Una lampara antigua y elegante, regalo de su abuelo, a la que, como siempre contaba orgulloso, en cincuenta años jamas le habia tenido que cambiar la bombilla. –Ahh, antes si que se fabricaban cosas de calidad – decia.
    Ocurrio que poco a poco la edad fue haciendo mella en el. El rehuma lo sobrellevaba con dignidad sin quejarse y tampoco ponia pegas a tener que levantarse varias veces cada noche para orinar. –Son las cosas del tiempo- decia.
    Pero ocurrio que poco a poco sus viejos ojos tambien empezaron a fallar. Hacia años que llevaba unas gafas redondas y chiquitas que se colocaba para leer pero llego un instante en que incluso con las gafas le costaba descifrar las letras chiquitas. Cada vez antes debia prender su lampara de pie para poder interpretar correctamente las letras que habitaban las paginas de sus libros. –No es grave – se decia – Con la luz prendida leo perfectamente. La solucion es dejarla encendida y listo. No voy a lamentarme mas de lo que la situacion merece. – Y asi comenzo a dejar la lampara del pie encendida la mayor parte del dia. La vida seguia su curso tranquilo y las costumbres seguian sin cambiar en el pequeño barrio de Utah. –¡Eso no es una respuesta! Volvere mañana – Como quieras Shlomo, aquí estare – Y el mismo suspiro de siempre, resignado, y la misma sonrisa de siempre, triunfal.
    A pesar de todo, hay un refran de vieja, que entre todos los refranes de vieja que casi nunca funcionan, quiza sea valido. Las desgracias nunca vienen solas. Y casi siempre funciona. Efectivamente, asi sucedió. Ocurrio que la compañía telefonica queria traer el futuro a traves de las lineas al pequeño barrio de Utah.
    Nadie se mostro realmente interesado pero tampoco les importo mucho. -Es el futuro- decian. Y asi poco a poco comenzaron a cavar enormes zanjas en las calles del pequeño barrio para introducir los cables necesarios para traer el milagro del telefono a traves de los hilos. –Milagros…milagros…Dejen a Yave hacer milagros y ustedes hagan su trabajo! – Les gritaba Shlomo a los obreros cada vez que entraba o salia de su casa sorteando los escombros.
    Y sucedió tambien una cosa extraordinaria. Sucedió que la lamparita de pie, que nunca habia necesitado un cambio de bombilla en nada menos que cincuenta años, fallo. Si, un dia de pronto se apago dejando la habitacion casi a oscuras.
    Shlomo no quiso alarmarse. –Es de buena calidad, no puede haberse roto. Esperare – Y espero y resulto que tenia razon. Unas horas despues la lamparita volvio a encenderse y Shlomo no le dio mayor importancia.
    Pero ocurrio igual al dia siguiente. La lamparita de pie se apagaba durante largas horas y despues volvia a encenderse.
    Pronto dio con la solucion a tan extraño suceso. Las obras que estaban destruyendo el pequeño barrio para soterrar los cables del futuro hacian que bajase la tension del sistema durante algunas horas y la pequeña lamparita de Shlomo, de buena calidad pero antigua, no tenia suficiente potencia para aguantar esas bajadas. – Compra una nueva. No podria ser mas facil la solucion. Tienes dinero de sobra. – Le decia Martin – Razonas como un ateo. Esa lampara esta perfectamente y no he tenido que cambiarle la bombilla ni una sola vez en cincuenta años. Ademas, le tengo cariño. No la pienso cambiar. – Le contestaba Shlomo. Y Martin sonreia porque se iba enfadado olvidando preguntarle porque un joven judio, de madre judia y abuelos judios habia decidido ser ateo.
    Shlomo como buen rabino intento hallar una solucion. –Mi memoria aun es buena – se dijo. –Puedo memorizar los capitulos mientras tenga la luz y recordarlos lentamente despues – Y contento con su idea la puso en practica aquella misma tarde.
    Memorizaba rapido, sin detenerse en los detalles, todo cuanto le permitia la luz de la pequeña lampara de pie y despues se repetia las palabras en la oscuridad, como soñando, viviendo realmente las aventuras de sus libros.
    Debido a que su vision se deterioraba, le costaba cada dia mas mantener la concentracion durante un tiempo largo sin comenzar a sentir una profunda molestia tras los parpados.
    Al principio memorizaba varios capitulos del libro que estuviera leyendo y un trozo de la Tora para poder estudiarla en su mente despues. Poco a poco tuvo que reducir el numero de capitulos. Poco a poco perdia vision y tuvo que reducir tambien el numero de paginas de la Tora. Y asi cada dia leia durante las pocas horas de luz que le brindaba la lamparita de pie y se deleitaba despues con lo que habia conseguido memorizar. Pero el reducir poco a poco las cantidades a memorizar resulto en que ya apenas le quedaba tiempo para leer y se enfrento a una decision drastica. La mas dificil de su vida, penso. Estuvo meditandolo durante dias. Daba vueltas a la habitacion con las manos sujetas en la espalda. Se paraba. Mesaba su barba. Movia su kipa nervioso entre los dedos despues de sentarse y luego volvia a levantarse y a dar vueltas. Finalmente tomo una decision que le dolio en el alma pero que lo tranquilizo cuando razono de esta manera: - Llevo mas de cincuenta años sirviendote señor. Creo que nunca he hecho nada que pudiera molestarte y sin embargo no has hecho mas que enviarme desgracias. Y no es que me queje de nada señor pero primero fue el rehuma, despues la prostata, despues la vision. Y no dije ni mu. Ya sabes cuanto me gusta leer y sin embargo tu cada dia me vuelves mas y mas ciego y ya estoy cerca de parecer un topo. Pero el colmo fue cuando enviaste a esos estupidos de la ciudad a evangelizarnos con sus lineas telefonicas milagrosas. ¿Para que queremos nosotros telefonos? No me malinterpretes, no pretendo juzgar tus actos pero…Pero por una sola vez en toda mi vida voy a pensar en mi antes que en ti. Espero que no te enfades pero mis ojos ya apenas pueden ver y si sigo memorizando pasajes de la Tora no me queda tiempo para mis libros. No es que anteponga mis libros a ti señor…pero comprendeme, yo sin mis libros no soy nada. Apenas una cosita chiquita y pequeña. Sin embargo cuando leo soy tan feliz…Yo se que tu eres bueno y sabras comprenderlo. Estoy seguro de que no te importara que ya no lea mas la Tora. ¿Verdad? … Bueno, interpretare tu silencio como un si… - Y despues de todo ese discurso dejo de pasear en circulos con las manos a la espalda y de mesarse la barba y de recolocarse la kipa una y otra vez. Se quedo bastante tranquilo y satisfecho de cómo habia hablado. Por una vez se haria lo que el queria.
    Y asi comenzo a utilizar el poco tiempo que podia usar con la luz y sus ojos para seguir leyendo sus maravillosos libros y saborearlos despues en la oscuridad, junto a la lamparita de pie apagada, en su sillon de orejas que se hundia bajo su peso.
    Shlomo paso algunos de los mejores dias de su vida. Inmerso en sus libros y todas esas fantasticas aventuras.

    -¿Y despues? Dime que esta historia tiene final Vetiver… Tiene que tenerlo. Vamos dime, ¿qué paso al final? –

    Ocurrio que poco a poco Shlomo se olvido hasta de rezar cada dia. Por fin se habia sumergido en la magia de los libros a tiempo completo y eso ocupaba la mayor parte de su dia. Shlomo era muy muy feliz. Mucho mas incluso que cuando estudiaba la Tora durante horas.
    Cuando salia charlaba con Martin de cien cosas diferentes y le contaba lo maravillosas que eran algunas de las historias de sus libros, pero jamas volvio a preguntarle porque era ateo. El mismo dejo de ir a la sinagoga tan a menudo y cuando iba descubria que lo pasaba mucho mejor con el joven Martin hablando del mundo y sus aventuras. De lugares remotos.
    Finalmente ocurrio lo inevitable. Shlomo quedo completamente ciego. Ya ni siquiera las pocas horas en que la lamparita permanecia encendida con su pequeña bombilla resistente al paso del tiempo eran suficientes. Shlomo ya no podia leer asi que comenzo a recordar todos y cada uno de los libros que habia leido tiempo atras. Pasaba horas sentado imaginando todos esos universos paralelos que habia almacenado en su memoria durante años.
    La ultima vez que lo vi le contaba todas esas historias al joven Martin que iba a ayudarlo a limpiar su pequeña casa sin luz cada tarde al cerrar el puesto de periodicos y siempre se quedaba ahí hasta que caia la noche escuchando las historias del viejo Shlomo que sentado en su sillon de orejas que se hundia bajo su peso cerraba los ojos y narraba emocionado todas las aventuras de miles y miles de personajes legendarios.
    Y al terminar un capitulo, cuando yo casi estaba a punto de salir por la puerta, oi a Martin preguntarle a Shlomo: -Dime tu, Shlomo, como un judio, de madre judia, de abuelos judios, que ha sido rabino durante cuarenta años, puede ser ateo – Y los dos rompieron a reir.

    Y asi acaba la historia de Shlomo, el viejo Shlomo, que eligio la pequeña luz intermitente de una lamparita con pie antes que su fe.


    perdon por al longitud.

    pd: me asalta la duda hablando de la esposa de shlomo, los rabinos pueden casarse?
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  15. #40
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    los rabinos pueden casarse?
    Claro que pueden, y tener hijos.

    Ah, y felicidades

  16. #41
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Dedicado a Diodati, ese hombre.

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    Bailar con Frankestein

    Me dijeron que esperara sentado una vez comenzado el despegue, y eso hice; sin embargo, cuando los motores comenzaron a rugir, el empujón me trasladó hasta el final de la nave, quedándome encallado en ella hasta que cruzó la atmósfera y se estabilizó en la órbita más cercana a la puerta de plegamiento. Lo peor no fue que los arneses mal colocados de mi asiento se despegaran, ni que la terrible presión en alza aplastara mis huesos a medida que la nave ascendiera, ni que pudiera sentir un ligero pero terrible calor cuando las llamas del cielo chocaban con la porcelana exterior. No guardo mayor recuerdo de ello, pero jamás pude olvidar los diez minutos que pasé en aquella pared de metal y plástico. Una pared con una puerta, una puerta con una escotilla.
    Una escotilla con un cristal, un fino pero resistente cristal que mostraba la carga que llevábamos. De haberlo sabido, me hubiera quedado en tierra.
    Tras tranquilizarme y, de paso, relacionarme por primera vez con el equipo que entre siete personas formábamos en aquella lata, nos dispusimos a prepararnos para el pliegue espacial. Nuestro comandante aseguró de nuevo nuestro estado antes del salto, asignándome otro asiento mejor preparado y afianzándome una máscara de libo que se activaría en caso de crisis. Bien pensado, me dije, sobre todo porque mi asiento estaba bastante metros más cercano de la carga y, de paso, más alejado del morro de la nave. De una manera absurda llegué a la conclusión de que no teníamos escapatoria, que si esa cosa que se encontraba tras nosotros se movía, reaccionaba, hacía cualquier cosa no había salida; pero que había maneras y maneras de morir, y es preferible estallar en mil pedazos en el vacío cósmico que dejarse coger por eso.
    Definitivamente, lo prefería mil veces, en mil pedazos, a cien mil kilómetros del hogar que nos separaría comenzado el pliegue.
    Desde lo alto la Tierra encendía millones de luces que formaban ciudades, lugares de kilómetros de alto y cientos de largo; lugares de guerra, de miseria, donde la vida humana había adquirido un calificativo menor al ansia expansionista. En definitiva, un sitio donde estar bastante más tranquilo. Otro razonamiento absurdo, pretendí convencerme, pero que aún así no tenía sentido; en ocasiones, es lo único en lo que uno puede aferrarse, en excusas baratas que cobran relevancia cuando se encomiendan misiones como esta. Viajamos con la muerte y lo sabemos pero yo, al menos, no quiero saberlo.
    Las dos mujeres de nuestra expedición afrontaron algo peor los síntomas del pliegue. No hay nada misógino en ello, está demostrado que los efectos que causa la variable espacio-temporal de un plegamiento resultan bastante más duros para el género femenino. En dos minutos somos dos meses más viejos, en dos minutos hemos recorrido quince años luz en una muestra del avance tecnológico de nuestra civilización… o lo que quede en ella en estos dos meses que hemos dejado atrás.
    No obstante, lo que estaba detrás de nosotros no ha envejecido. No sabemos si envejece, ni siquiera supimos en el momento de su concepción si se movería o haría cualquier cosa. Sencillamente, lo que conocemos como Planeta Natal es ahora menos habitable gracias a las quince horas que se mantuvo en pie.
    De pequeño me contaba mi padre una historia, una historia basada en un viejo libro de la antigua civilización; un cuento sobre un hombre que quería desafiar a la muerte y creó un ser con retazos de aquellos que una vez estuvieron de pie. Una vez insufló vida al ser, éste se rebeló a los preceptos del que supuso era su amo; pero el ser no tenía ni amo ni señor, no sabía lo que tenía. Era el compendio de todas las personas que una vez fueron y dejaron de ser, que ya habían completado su ciclo, pero el hombre desafiante quiso darle caza y captura… y tampoco sabía el por qué.
    La historia acababa ahí tal y como me la contaron, pero mi final resultaba algo similar a lo que ahora afrontamos. En la cola de la nave viaja un ser nacido de la ignorancia, del desafío, y ahora somos nosotros los héroes ignorantes que desafiamos al ser, a los millones de retazos humanos que han perecido por él; al mismo planeta que, quién sabe, desconocemos si en estos dos meses fugaces habrá perecido.
    Una vez planificamos la órbita sintética en el vacío cósmico y, tras volatilizar unos pocos asteroides que rondaban, el grupo decidió soltarlo. Yo me opuse, y no pude dar explicaciones de ello: eran demasiado absurdas. Y qué no lo es, me contestó el doctor a bordo. No supe responderle.
    Desde el exterior de la nave vimos como aquella mole de radio y acero se alejaba, bailando por el vacío, con aquella bestia en sus entrañas. No podía dejar de pensar en la Tierra, en cómo los acontecimientos provocaron una decisión y en el cuento que me contaba mi padre noche tras noche. Noche tras Noche. Desde esta mi posición en el espacio las estrellan brillan más gracias al enano sol que gobierna este pequeño sistema; desde aquí, es mucho más fácil dejarse llevar sin ninguna atracción gravitacional. Esa cosa volará y bailará, y dará vueltas infinitas sin que nada la interrumpa en miles de años. Noche tras noche me lo contaba, y mi final cada vez cobra más sentido; sigue siendo un razonamiento absurdo, lo sé, pero ahora estoy convencido.
    Los chicos gritan, las chicas gritan entre convulsiones. Yo tan sólo me pongo el traje, presiono un botón y cojo el impulso necesario en trayectoria.
    Ahora hace frío, y noto que no me queda mucho tiempo... pero seguiré bailando con Frankestein en este vacío mientras pueda.

    ---------------------------

  17. #42
    Amor por el fantástico Avatar de Diodati
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Gracias, Sargent, te agradezco el relato y la dedicatoria. A ver si cuando entregue de una puñetera vez el libro a la editorial me encuentro despejado como para colaborar con todos vosotros. Es bello, muy bello esto de escribir historias, ¿verdad? :amor
    ___________________
    Amigo Paul, jamás te olvidaremos


    "I never drink... water"


  18. #43
    maestro
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Sargento, no te haces una idea de las ganas que tengo de que empecemos a escribir ya sabes que. Como siempre, tus historias sublimes.
    Pain is temporary. Film, is eternal.

  19. #44
    Aleccionando Avatar de Sargento McKamikaze
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Si que lo es Diodati, pero el esfuerzo de ponerse resulta terrible. Hay una frase de Maurice Maeterlink bastante esclarecedora: "Tener ideas es un paraíso; desarrollarlas, un infierno". En mi caso tiene toda la razón.

    Y de gracias nada, hombre, con que edites ya tus libros y podamos leerlos como Dios manda me conformo

    Cronillo, pues a ver si espabilamos, que a mí me viene época dura ahora...

  20. #45
    maestro
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    La partida

    Esta historia es dificil. Podria ser como otra cualquiera pero es dificil. Dificil de recordar, dificil de contar, dificil.
    Lo primero que recuerdo es un camarote. Esta desordenado y no es muy grande pero tiene una ventana y puede verse el rio. El calor es sofocante. Asfixia. Se pega al cuerpo junto a la poca ropa que se puede llevar.
    A traves de la ventana puedo ver las orillas. No se oye nada, solo el calor. Ese calor que hay en las noches del tropico y que ralentiza todos los movimientos. Ese calor puede oirse. Puede oirse un silencio que uno sabe que es el calor que apenas le deja respirar. Y tambien se oyen ruidos en los bosques de las orillas y la enorme rueda del barco que gira gira gira tragando agua como un enorme molino e impulsando el viejo barco por el rio.
    Esta historia dificil sucede en Missisipi. En el rio Missisipi, en un barco de vapor con una rueda que traga agua como un gigante y con el calor silencioso del tropico que ralentiza las cosas.
    Lo primero que recuerdo es un camarote y la bombilla que cuelga de un cable que parpadea. Emite un ligero zumbido al encenderse y entonces se pueden ver los mosquitos que se pegan a ella y luego vuelve a apagarse. Se apaga y luego se enciende y oscila, hace un requiebro, un amago. Y se apaga del todo y se enciende otra vez. El zumbido de la bombilla, el gigante tragando agua lentamente, las orillas, los ruidos del bosque en la noche, el silencio del calor en un barco.

    Me harto del camarote. Me estoy asfixiando con la bombilla y el calor y el zumbido. Debo salir a tomar aire y me apoyo en la barandilla para poder respirar. Ahí al menos corre una leve brisa. La dejo entrar en mis pulmones intentando no desperdiciar ni un gota. El calor es asfixiante.
    Es un largo pasillo, estrecho, la barandilla a mi izquierda rozando mi mano, a la derecha camarotes y camarotes y camarotes. Es una fila inmensa de ojos de buey iluminados por el calor. Nadie puede dormir con este calor y el sonido del bosque en la noche. Avanzo tan rapido como el calor me permite y veo cada camarote al pasar.
    Un marinero intenta besar a una joven con un vestido de flores, luz apagada y el sonido de una respiracion, un joven empresario envejecido por la quiebra de su negocio intentando cuadrar las cuentas en decenas de hojas llenas de numeros, una vieja señora que coloca el camison de dormir a una muchacha preciosa de curvas casi recien nacidas, una niña recien mujer, luz apagada y jadeos lentos, todo lo intensos que permite el calor.
    Y al fin me acerco al restaurante y ya no hay solo el sonido de la rueda tragando el agua, o el bosque o el calor. Tambien comienzo a escuchar una melodia de un piano. Un piano lento, a veces mas rapido, siempre con ritmo. Y una voz, una voz de mujer.
    Es una cancion de Billy holiday la que va inundando poco a poco las viejas maderas del barco que crujen, las barandillas, los botes salvavidas, el agua del rio, extendiendose en pequeñas ondas desde el punto concentrico del piano y de la voz.
    “I hear music…You are my angel…dub dub dubidubdub”

    No hay mucha gente a estas horas con este calor sofocante pero el bar aun se mantiene en pie, el camarero con chaqueta de blanco agitando la coctelera, un hombre en la barra apoyado sobre su whisky, otro acompañado de una prostituta disfrazada con unas medias rotas y un vestido rojo con una pluma de 1920, una pareja joven hablando del futuro, feliz y esperanzador futuro, la preciosa cantante y un negro vestido de esmoquin al piano haciendo magia con los dedos (dub dub dubidubdub), con los ojos cerrados, escuchando el silencio del calor bajo la luz amarillenta del bar una noche mas sobre el barco cruzando el Missisipi con ese calor sofocante.
    Y tambien una mesa con cuatro jugadores de poker que fuman y juegan apenas sin hablar, mas que lo necesario (voy, yo paso, veo y subo cien), fuman y juegan, casi a oscuras, cerca del piano y del “Take my lips…How can I gon on dear without you…”
    Y el humo hace visible ese calor sofocante que se pega y esa luz amarillenta del bar.
    -Ponme una copa Frankie, de lo que sea.– Mis labios humedos al fin, es tequila, claro.
    “Sugar, I called my baby my sugar…” La pareja se besa, -¿Nos vamos ya a tu camarote hombreton? – Espera un poco mas…vamos, hay tiempo de sobra…- America, la tierra de las oportunidades…ponme otro whisky Frankie, solo uno mas…- ciencuenta – yo no voy – los ve ve veo y subo cien – oh vamos S., sabes que es un farol – calla idiota, dejanos jugar – cien mas pequeño John – Asi que qui qui quieres jugar ¿eh? va va vale, los ve veo. – Pequeño John, no enseñes tus cartas, este imbecil esta haciendo trampas. S. las mangas, enseñame las mangas – Ca ca calla, no importa. Qui qui quiero jugar. Vamos S. ense se se ña tus cartas – John, ya vale, no voy a dejar que este idiota te engañe. S. , las mangas – Y de pronto un disparo acaba con el. S. sostiene el revolver y el humo se mezcla. El del cañon, el del tabaco, el del calor. – Po po poker, tengo poker ¿qué ti ti tienes tu S.? Nu nu nunca habia tenido poker.- El revolver sigue humeando, Jack paralizado, S. quieto mirando a Jack, Mike muerto sobre el tapete – Va va vamos S. ¿te rindes? tengo po po poker. –
    Y un silencio mortal.
    -Tu ganas pequeño John, tu ganas. - ¿Lo vi viste Jack? Po po poker, tenia poker. He gannnnado. Ppppoker. Nunca habita tenido po po poker. –
    Humo, el negro comienza a tocar otra vez, “You and nobody else…”, Frankie sirve el whisky, la prostituta y el hombre se van al fin cogidos del brazo, el calor sofocante, luz amarillenta y todo sigue igual, agobiante, el calor que se pega, la rueda devorando el rio y las orillas y las maderas que crujen sobre el agua.
    Al final el cuerpo flota unos segundos antes de hundirse bajo la estela del barco. La estela de agua que amontona pequeñas olas hasta la orilla. Y el cuerpo que se hunde en las aguas oscuras desapareciendo para siempre.
    Pain is temporary. Film, is eternal.

  21. #46
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    ¡Que no se hunda el post! He aquí mi más reciente relato...

    El oasis de Nim. Aquel era el lugar que le habían mostrado las adivinaciones. Allí había pendiente un juicio y una sentencia. Y se tenían que cumplir sin dilaciones. Con esto en mente, el guerrero de desvencijada armadura desmontó de su cabalgadura y se dirigió con pasos tranquilos hacia el cercano oasis que actualmente se hallaba ocupado por una tribu de nómadas de reducido tamaño. Evitó a los dispersos centinelas y se adentro en el centro del lugar, a la vista de varios residentes que nada mas verle, alertaron a sus camaradas. En pocos momentos una masa de gente apiñada le rodeó.

    El guerrero avanzó pausada y calculadamente. Cada uno de sus pasos estaba medido, lo suficiente como para poder obtener una pose defensiva perfecta por si en cualquier momento alguno de aquellos desarrapados osaba atacarle.
    Con un ágil movimiento que para un observador experto denotaría que aquel sujeto poseía una destreza sin par, desenvainó la centelleante hoja de oscuro metal y la blandió en un amplio arco, con el único motivo de mostrarla ante la masa. Tras ello, apoyo la punta de la cuchilla en el suelo y comenzó a hablar.
    -¿Quien de vosotros es el líder?- preguntó el formidable sujeto con voz metálica, a sabiendas de que no le contestarían a priori.
    El silencio reinó.
    -¿Quien de todos es el jefe?- volvió a preguntar.
    -¿Y tu quien demonios eres? ¿Apareces de la nada, como si fueses un fantasma, y de pronto crees que te contestaremos tan diligentemente?- Fueron las proclamas de uno de los componentes de la turba. Era un tipo bastante recio, de metro ochenta de altura y con una espesa barba negra. Portaba una ligera armadura de cuero, y se envolvía en una desaliñada túnica gris. Su voz denotaba perspicacia y algo de nerviosismo. Por su parte, se fijo en el extraño individuo que tenía frente a él. Este, portaba una barroca y pesada armadura de hierro de tono grisáceo, salpicada por algunas marcas de corrosión, aunque algunos de los relieves de la pechera eran aun distinguibles, destacando entre ellos uno que parecía ser una marca personal, el símbolo de un bastón rodeado por un círculo. Del cinto del guerrero colgaban varias bolsitas. También acarreaba en la espalda un viejo morral. Pero lo que mas llamaba su atención, era la larga espada de negro filo que blandía tranquilamente con su diestra. No sabía por que ni como aquel extraño tipo había aparecido de entre las dunas, sin haber sido visto antes, ni por que sabía que ellos tenían un jefe, y muchísimo menos de por que le buscaba.
    -¿Así que tu eres el jefe? ¿O tan solo un miserable portavoz que pretende plantarme cara con el único motivo de ganar un poco de prestigio a fin de elevarse de entre toda esta chusma? – Contesto el guerrero con un deje sarcástico en la voz.
    - No, no soy un portavoz. Soy el jefe de este grupo de nómadas que vagabundea por el desierto. Nuestro objetivo es sobrevivir y poder tener una existencia mejor-.
    - Me importa bien poco lo que hagáis o cuales son vuestros motivos. Lo único que me interesa es si estas al tanto de porque estoy aquí ¿Lo estas, verdad?- Respondió el guerrero.
    -No, no tengo ni la menor idea-.
    -Bien, entonces te refrescaré la memoria. He venido siguiéndote desde el gran páramo por la serie de crímenes que cometiste allí-.
    -¿Cómo? ¡Yo no he hecho nada!-
    -Oh, claro que lo hiciste. Tengo numerosas pruebas, entre ellas “esta”- Con otro gesto, el caballero extrajo de una de las bolsitas de su cinto, una daga estilizada de curva hoja, que arrojó a los pies del jefe de los nómadas. –Con esta daga cometiste tres asesinatos, eran miembros integrantes de tu “rebaño” que se opusieron a tus dictámenes, se negaban a seguirte hasta el final de este desierto y te amenazaron con separarse de tu grupo y llevarse consigo a sus familiares y amigos. De ese modo tú te habrías quedado solo, y tú prestigio como líder menoscabado. Es gracioso… ¿Pero que pretendías? ¿Te crees que por llevar contigo a esta masa de paletos e ignorantes eres alguien? Me das pena Varnadus-.
    -¿Cómo sabes mi nombre? ¿Cómo diablos…?- La perplejidad de Varnadus era mas que palpable.
    -Se muchas cosas, mas de las que tu crees, pero no es el caso. Te he dicho justo lo necesario como para que comprendas el porqué de tu ejecución- Y con raudo paso, el caballero avanzo hacia Varnadus con su espada negra en la diestra y jugueteando con la siniestra el pomo de la otra hoja de similar tamaño que colgaba envainada en su ornamentado cinto. Su rostro permanecía imperturbable bajo el yelmo de estrecha mirilla que le cubría la faz. Aquella expresión de haberla podido ver Varnadus, habría hecho que se orinase y defecase en los pantalones. Era una mirada glacial combinada con una mueca que nada tenía de humana, era la de un muñeco inexpresivo, un autómata. Satanás habría deseado poder tener un prestigio similar y emular esa mueca.
    -¡So…so…soy inocente! ¡Eso no son pruebas suficientes como para acusarme!- Balbució Varnadus, en un vago intento de mantener la compostura.
    - So…so…soeces es lo único que yo entiendo- Comento el justiciero satíricamente -Claro que son pruebas suficientes, son todo lo que debo mostrarte, nada más. No tengo tiempo ni ganas, y menos para desperdiciarlo en un excremento como tu. Te haré justicia aquí mismo y tus seguidores tendrán de nuevo la oportunidad de elegir a donde y con quien quieren ir, aunque visto lo visto creo que les iría bien algo de ayuda…tienden a equivocarse en sus elecciones- Comento el justiciero con renovada ironía.
    - ¡A mí!- Grito Varnadus a viva voz.
    -Recordad que no tengo tiempo ni ganas- Replico el justiciero. En aquel deje de la voz había una advertencia. Cualquiera que la desobedeciera tendría un juicio acorde. Aun así, uno de los nómadas que integraba el grupo, un muchacho de unos 16 años, se interpuso ante el tipo de la armadura y su jefe, aunque no se encontraba seguro de lo que estaba haciendo. Fue una reacción casi instintiva que podía salirle muy cara.
    -¿Qué estas haciendo mocoso?-
    - Creo que mi jefe merece una explicación. Ante ti, ante mi y ante el resto de los demás- Explicó el chico.
    -Es posible- Y con un leve asentimiento el cual parecía de conformidad, vino acompañando un tremendo bofetón que alzo al muchacho unos dos metros del suelo y unos seis de su punto de origen. El muchacho callo al suelo inconsciente y con el tabique nasal fracturado por una docena de lugares. Además varios verdugones ya habían comenzado a brotar de su cara.
    -Dije que no tenía ni tiempo ni ganas- Argumento pragmáticamente el justiciero mientras encogía los hombros.
    -¡Por favor, salvadme de este loco, os lo ruego, es un asesino!- Varnadus estaba fuera de si. Había presenciado la increíble demostración de fuerza del que a todas luces iba a ser su ejecutor, y no le apetecía demasiado entablar combate con el. Es mas, veía su fin como algo inminente.
    Varios nómadas hicieron ademanes de lanzarse en ayuda de su jefe, pero sus otros compañeros les sujetaron, negando categóricamente con sus cabezas. Todos sabían que la reacción de su jefe denotaba culpabilidad, y también era cierto que las desapariciones de los cabecillas rivales habían sido harto misteriosas. Por otro lado aunque intentaran cualquier cosa contra aquel tipo, sabían de sobras que morirían todos sin posibilidad siquiera de hacerle el mas mínimo rasguño. No, se iban a quedar en el sitio a contemplar la ejecución y luego ya pensarían en que hacer. La última de aquellas tres razones les había convencido por completo.
    -Veo que tu gente no te aprecia demasiado, o quizás es que el puro peso de la razón aplasta otros razonamientos- Arguyo el justiciero, cada vez mas cerca de su condenado.
    -¡Eres un loco asesino hijo de puta!-
    -Te equivocas… en lo último- Fue la contestación del justiciero.
    -¡Maldito seas! ¿Crees que te va a resultar tan fácil, cabrón?- Aulló Varnadus mientras extraía una cimitarra de debajo de su túnica. La expresión del cabecilla era una mezcla de terror y desesperación. Sabía que la muerte le esperaba a tan solo diez pasos, he hizo acopio de toda su fuerza de voluntad para conservar la calma y recordar minuciosamente las clases de esgrima que le había enseñado su padre cuando tan solo era un muchacho. Sabía que debía mantener la distancia correcta con su rival, ya que el arma de este era mucho mas larga, pudiendo atacarle desde cierta distancia sin preocuparse por una respuesta. Por lo tanto debería mantenerse bastante alejado y esperar el momento propicio para cerrar distancia y descargar un golpe certero. Mientras elucubraba todas estas acciones, Varnadus intento localizar un punto débil en la armadura de su rival. Al no detectar ninguno en la formidable armadura, decidió que atacaría al rostro, con la esperanza de colar algún tajo por la visera de su yelmo, aunque ello precisaría de una estocada, y su arma no estaba diseñada para ello. Todo parecía volverse en su contra…
    -¿Estas listo Varnadus? ¿Me pregunto si serás un buen espadachín? Hasta ahora no lo has demostrado, ya que acabaste con la vida de tus rivales mientras dormían. Toda una proeza- Comentó el justiciero. Por supuesto, dada la pose de su presa, y como empuñaba la cimitarra, sabía que sería un combate muy corto, pero esta vez deseaba alargarlo, recrearse con el. Aquel sujeto le inspiraba un desprecio y asco sin parangón. No solo era un asesino, sino que también era un demagogo y un agitador de masas. Utilizaba el don de la palabra a su favor, en lugar de utilizar tal poder para unos fines más elevados y beneficiosos para con su gente. Pero lo que mas le repugnaba de todo, era que aquel sujeto se cobraba en tributo por sus “deberes” como cabecilla. La virginidad de las jovencitas que se hallaban entre el grupo. Si, era un cerdo pederasta, e iba a sufrir por ello. Mas de lo que cualquier ser que sintiese dolor sería capaz de imaginar.
    -Llego tu hora bastardo, tengo para ti el trece - Escupió en un siseo apenas perceptible

    El tiempo pareció detenerse, Varnadus vio como su oponente daba unos pasos hacia él con la espada en alto, en posición de estocada descendente, solo para amagar y desplazarse lateralmente hacia la derecha con tal velocidad y naturalidad que Varnadus fue casi incapaz de reaccionar, dando un lento paso hacia atrás que no fue lo suficientemente rápido. Durante décimas de segundo esperó notar como una punta de espada se hundía en su costado, pero en cambio recibió un tremendo revés de la parte plana de la hoja, que le partió las flotantes y le dejo sin aliento durante varios segundos. Varnadus se alejo frenéticamente de su rival, en un intento de respirar y de mantener la distancia. Aun no había comprendido que solo estaba siendo un juguete en manos de un niño malicioso. Un juguete que no tardaría en romperse.
    -Parece que tienes asma amigo, ¿O quizás fui yo quien te golpeó demasiado duro?- Comentó en tono jocoso el justiciero. Era el primer golpe de una secuencia muy dolorosa. Se recordó que debería bajar la potencia de los golpes para así culminar dicha secuencia en un clímax de dolor histérico que destrozaría los nervios de la víctima antes de matarla agónicamente entre terribles espasmos. Oh si. Iba a disfrutar de aquel combate.
    Mientras tanto, Varnadus ya había recuperado su posición de guardia, aunque estaba tremendamente dolorido. Aquel golpe le había dejado hecho polvo, y notaba como un malestar interior. Pero no tenía tiempo para pensar en su estado, su rival se mantenía al acecho paseándose entorno a el, haciendo furtivos amagos, pero esta vez mas lentos, como si hubiese reducido la velocidad de ejecución de sus acciones para adaptarse a un enemigo ya herido. Se estaba burlando de el. Con un estallido de furia, Varnadus cargó ciegamente hacia su rival avanzando diez pasos tras los cuales descargo un tajo vertical con su cimitarra lo más potente que pudo dada su medrada capacidad física. Aquel tipo de golpe era conocido como “herida del desierto”, un ataque fácil de parar, pero imposible de contener a pie firme. Aunque en ese momento no era todo lo eficaz que podía ser si hubiese estado en su plenitud de forma, Varnadus se las arreglo para conseguir un golpe potente. Su rival en cambio se quedo quieto, como paralizado y alzando su hoja interceptó el golpe con vigor sobrenatural, ya que el brazo que sostenía la cuhilla ni tembló. Varnadus quedó tan estupefacto que tampoco vio el segundo y tercer golpes que le propinó su rival, los cuales fueron realizados con el plano de la espada, dislocándole el hombro correspondiente al lado izquierdo herido y partiéndole la clavícula derecha en el proceso. Un estallido de dolor sacó a Varnadus de su estupefacción.
    -¡Ahh…maldit…o…seas!- Susurro Varnadus, conmocionado por el tremendo dolor que sentía, e incapaz de articular nada mas que no fueran improperios y gemidos ahogados por el mismo dolor.
    -No, el que esta maldito eres tú, ya que yo públicamente te maldigo por todo el mal que has hecho. Y no creas que vas a morir ahora, aun no- Exclamó el temible guerrero. En efecto, Varnadus aun no iba a morir, su fin iba a ser más trágico. El secreto de aquella concatenación de golpes, era que cada uno de ellos se realizaba en un orden y parte del cuerpo minuciosamente estudiada, los cuales producían un “auto-ajuste” corporal que hacia que la víctima no muriese hasta que se recibiese el último, tras el cual, el sujeto sufría un colapso interno seguido de una implosión de sus órganos, y la explosión de sus huesos, cartílagos y partes duras que producían a su vez docenas de fracturas abiertas que se abrían paso a través de la piel. El aspecto de la víctima tras aquella danza mortal era tan salvajemente grotesco y bestial, que el cadáver se solía quemar cuanto antes para eliminar su imagen.

    Varnadus de nuevo intentó mantenerse en guardia, pero no pudo, sus brazos apenas reaccionaban a sus estímulos. Su magullado cuerpo se movía muy lentamente, y pese a que no había sido herido en el rostro, los ojos se le nublaban por el dolor. Su rival volvió a avanzar hacia el, pero Varnadus no pudo defenderse. Otro golpe que no vio, seguido de un sonoro “crack”, y notó como perdía la sensibilidad de su brazo izquierdo. Le habían partido la articulación. A ese golpe siguieron otros dos, uno de ellos nada tenía que ver con la concatenación, era un golpe que acabó con los días de pederasta de Varnadus, ya que fue producido con la hoja de la espada en lugar de con el plano. Varnadus fue castrado limpiamente.
    -Perdona si termino la secuencia de golpes algo más rápida de lo normal. Es que temo de que te desangres por las pelotas- Fue la explicación del guerrero.

    Esta vez el guerrero aceleró la cadencia. Varnadus intento una última defensa, levantando la cimitarra y colocándola diagonalmente entre el y su agresor. El caballero por réplica se lanzó hacia la cimitarra de Varnadus, solo para en última instancia agacharse y descargar un tajo ascendente con su espada contra el gavilán del arma. El golpe cercenó limpiamente arma y mano, cayendo ambos al suelo, aun agarrados por el “rigor mortis” de la mano cercenada. Varnadus aulló de dolor (aun más si podía) y tras ello se enfrentó a los golpes siete, ocho y nueve que propinados por el plano de la cruel hoja, destrozaron omóplato derecho, esternón y cadera por ese orden. Varnadus cayó al suelo, hecho una piltrafa antes de recibir tres impactos más que hicieron trizas sus rodillas y la pelvis. Este aun consciente experimentaba el dolor mas sublime y absoluto que ningún mortal había sentido jamás, pero aun quedaba el último golpe, que daba el nombre “trece” a esa terrible combinación. Pero Varnadus nada sabía de todo ello salvo lo que experimentaba.
    -Y trece- Fueron las últimas palabras que dijo el guerrero en aquella contienda, ya que tras haberlas pronunciado, golpeó duramente con el plano de su hoja la base del cráneo de Varnadus. La reacción resultante se produjo en cuestión de segundos, ya que el último proceso de la secuencia (que implicaba dañar el cerebro) se había desencadenado. Una tremenda explosión de carne huesos y órganos internos reventados salpicó a los presentes y al mismo caballero causante de la carnicería. Ya no había prueba física de que Varnadus existía, solo un montón de carne que alimentaría a las bestias carroñeras del entorno.

    Envainando su hoja ensangrentada, el guerrero dio media vuelta y se marcho al mismo paso y por la misma dirección por la que había venido.

    Un mes mas tarde, se hallaba recostado en un mullido lecho de pieles. Estaba desnudo, y su cuerpo enteramente sudado. No había recobrado la consciencia, ya que estaba sumido por completo en un profundo sueño. Era un sueño sobre su pasado, sobre quien era el y sobre cual era su misión en ese mundo despiadado, y en el cual había tenido pocos momentos de paz. De entre la neblina que era la inmensidad de su mente comenzaron a surgir Su nombre era Tiberius...

  22. #47
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Un año.
    Hace un año
    y parecen dos, o tres,
    los necesarios para
    que parezca tanto
    y fue hace tan sólo
    un año.

    Hace un año
    te tenía entre mi boca
    y la pared,
    y la pared era fría
    y el contacto cálido,
    y fue hace un año
    cuando dentro de
    diez, once, doce minutos,
    los necesarios para
    que parezca tan poco
    y tan intenso, tan cercano,
    tan lejos en el tiempo,
    dentro de ese plazo de
    futuro y pasado
    caminaremos de noche.
    Hacía y hará frío.
    Hace un año.

    Hace un año
    nos meteremos en tu coche
    en un parking, resguardados,
    con el frío disipándose,
    meciéndose en el calor
    de ambos y la ciudad,
    y aún más frío,
    desangelada pasión.
    Y seguirá como hace un año,
    templado, flotando
    durante otros dos, tres, cuatro, cinco, seis, siete, eternos años,
    los necesarios para todavía recordar
    que fue hace un año.

    Hace un año
    cuando me salvaste
    aunque no lo quisieras,
    o lo pensaras,
    o lo creyeras.
    En pocos, tres, dos, uno, cero minutos,
    los necesarios para sacarme del abismo,
    para recordar que existirán tiempos mejores
    desde hace un año.

    Hace un año.
    Aún hace daño.

  23. #48
    adicto Avatar de Don Mendo
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Mi carne se abrazó a tu puñal, y todo iba bien.

    Fue al retirarlo cuando la sangre empezó a brotar.

    La herida palpitaba. Solía recorrerla con los dedos, sintiendo el tacto de las vesículas abiertas.

    Una cicatriz tomó su lugar. Me recordaba a ti, pero de forma incompleta: no dolía.

    Luego también desapareció de mi costado. Todo acaba por abandonarme: la tristeza que me dejaste, el rencor, tu sonrisa.

    En resumen, la vida.
    ---
    Mucha gente me dice que disfrutó con Blood on the tracks . Para mí es muy difícil entender eso, gente disfrutando con ese tipo de dolor.

  24. #49
    Aleccionando Avatar de Sargento McKamikaze
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Tiendes a evitar lo que en realidad
    se trata de inevitable raspa,
    de pescado seco y podrido,
    de la mierda que comes
    y del armazón que escupes.
    Lo piensas y supones algo
    que no deberías suponer,
    o tratar de compreder,
    pero aquí en el sótano
    se dicen muchas cosas.

    Acabo de subir a fumarme uno
    y veo que me sigues a pasos lentos,
    tratando de que no te note escuchar
    como pateas uno de tantos suelos.
    Uno de tantos soportes.
    No creas que no sienten.

    Sigue marcando el camino a mis espaldas.
    Yo seguiré deshaciéndolo con cada mirada,
    con cada sílaba entrecortada,
    ya ni puedo pedirte un bolígrafo
    sin parecer un jodido loco.

    No eres una de tantas.
    Eres una, y con eso basta.

  25. #50
    Aleccionando Avatar de Sargento McKamikaze
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    Predeterminado Re: Cuentamelo otra vez

    Me encuentro solo y despiadado
    en el desierto que divide tu vida,
    que olvida la risa y sonrisa y mierda
    para tí,
    bicha,
    fea eres, cabrona.

    Pero mira que eres fea.

    Ahora te repito el epíteto de la tumba donde enterraste todo y me lío y escribo un verso larguísimo para luego poner
    no,
    mierda,
    la he vuelto a cagar.

    Es por recordar tu cara,
    fea,
    bicha eres, cabrona.

    Cómo coño voy a escribir sobre el papel
    que me diste para limpiarme,
    que ni es higiénico,
    ni una razón para besarme.
    Esa no son formas de ligar.
    Primero cámbiate la cara.

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