La mosca (The Fly), de 1986.
Después de adaptar a la pantalla una novela del exitoso Stephen King, y luego de fracasar en el intento de dirigir lo que acabaría siendo el
Total Recall de Paul Verhoeven, Cronenberg se vinculó al proyecto de realizar un
remake de
The Fly, interesante film de ciencia ficción de los años cincuenta, en color y cinemascope (protagonizado por David Hedison, el capitán Lee de la serie televisiva
Viaje al fondo del mar). Se trata de una producción de Mel Brooks a través de Brooksfilms. Cronenberg reescribió en profundidad el guion que había preparado Charles Edward Pogue (que difería del de la versión original, escrito por el también director James Clavell, responsable de la estimable
El último valle), quedando acreditados los dos como guionistas (cuenta el canadiense que aproximadamente un 60% del material era suyo). Según Cronenberg buena parte de lo que en
La mosca se atribuye a él ya estaba en el guion de Pogue, mientras que lo que modificó fueron sobre todo los personajes (el científico estaba casado y con hijos) y los diálogos. Para la ocasión, Cronenberg volvió a recurrir a su equipo habitual, con mención especial a la banda sonora de Shore y los efectos especiales de Chris Walas (que ganó un Oscar), y en general al diseño de producción (esas telecabinas fantásticas;
el laboratorio; los decorados de la oficina de Particle, el apartamento de Ronnie, etc.). Denise Cronenberg, su hermana, que será a partir de este film una presencia fija en sus películas, figura como responsable del vestuario (por cierto, el cuero le sienta de maravilla a Geena Davis).
Ah, también aparece como ayudante de dirección Patricia Rozema, directora canadiense que tuvo un inicio de carrera brillante (con
He oído cantar a las sirenas) para luego decaer e ir desapareciendo de las pantallas.
El argumento es tan conocido que creo que no hace falta recurrir a una sinopsis al uso. En todo caso, la estructura del film es bastante convencional, dividida en tres actos. En el primero, conocemos a Seth Brundle (Jeff Goldblum), un científico excéntrico, solitario y un tanto infantil; a Ronnie (Geena Davis, que era pareja de Goldblum en la vida real), una ambiciosa periodista, capaz de todo para conseguir una buena exclusiva; y a Stathis (John Getz), director de la revista Particle, jefe y examante de Ronnie. Durante este primer tercio asistimos casi en clave de comedia romántica a la aproximación de Seth y Ronnie, todo con un aire muy años ochenta. Seth demuestra su inmadurez mostrando su experimento de teletransportación a Ronnie como una evidente forma de ligar con ella, de presumir (de llevársela a la cama... Cronenberg viene a decir que Seth es virgen): primero, teletransporta una media (lo que permita a Davis lucir pierna);
luego un babuino, con consecuencias dramáticas; y, finalmente, un plato de carne (¿por qué no se fusiona el plato y el bistec?). Conclusión: Seth ha de enseñar a la máquina a saborear la carne, a captar ese algo más, intangible. Y al parecer lo consigue en la segunda, y exitosa, teletransportación de un babuino (el cómo ha conseguido corregir el problema es una incógnita).
Pero los celos de Seth le llevan a emborracharse y a cometer una imprudencia: teletransportarse él mismo… acompañado de una mosca inesperada.
Convertido de manera inadvertida en Brundlefly, el segundo acto es, para mí, el mejor. Asistimos a la rápida transformación de Seth: incrementa su fuerza y reflejos; casi no necesita dormir; desarrolla un inagotable y poderoso deseo sexual (¡suerte que tiene a Geena Davis a mano!); habla descontroladamente; se muestra irritable; cambia sus hábitos alimenticios (ese “azúcar con un poco de café”). Además, en una pequeña herida en la espalda, le aparecen unos extraños pelos, de gran dureza (herida, por cierto, que desaparece en algunos planos posteriores en un evidente fallo de continuidad). Seth está eufórico, la teletransportación ha actuado como una droga. Y como buen drogadicto, además de repetir las dosis, intenta que su pareja también comparta su placer, pero Ronnie no está para la labor, lo cual los lleva a la ruptura (Seth acusa a Ronnie de tenerle miedo a “la piscina de plasma”, a “la primavera de plasma”) y que Seth se lance a la caza nocturna de señoras que satisfagan sus deseos (de sexo y de compartir "droga").
El retorno de Ronnie, que ha hecho analizar el pelo (un pelo de insecto), coincide con la caída de las uñas de Seth y con el inicio de la tercera parte. A partir de ese momento, lo que se enseñorea de la pantalla es la degradación del cuerpo de Seth: la enfermedad, el envejecimiento, e inevitablemente la muerte. Seth cada vez será más mosca que Brundle, como consecuencia de esa “bizarra forma de cáncer”. Hay detalles realmente escalofriantes o directamente asquerosos: el armario de baño repleto de miembros desprendidos; los vómitos como forma de digerir los alimentos; sus paseos por el techo; la transformación total del cuerpo (en algunos momentos, recuerda al John Merrick de
El hombre elefante, anterior producción de Mel Brooks).
Hay frases, sean de Cronenberg o de Pogue, que nos introducen en el universo del canadiense: por ejemplo, cuando se dice que lo que sufre Seth es “una enfermedad con un propósito”, el de transformarse en otra cosa, ni Brundle ni mosca, sino Brundlefly.
El final se acelera, como suele pasar en este tipo de films, con el añadido (un tanto previsible y tópico) de que Ronnie está embarazada de Seth (lo cual permite una violenta reflexión sobre el aborto,… y un cameo pesadillesco del propio Cronenberg).
Solo queda asistir al “grand finale” en el laboratorio, a tres bandas, entre Brundlefly, Ronnie y Stathis. A mí ese último tercio me parece un tanto excesivo, creo que se inclina en demasía hacia lo que podríamos llamar el género de monstruos, aunque el hecho de que Seth se mantenga “bastante humano” hasta casi el final, le confiere un patetismo que dignifica el resultado. Con todo, me quedo con lo que podemos identificar como el segundo acto: es decir, la transformación sutil de Seth en Brundlefly, la extrañeza de la enfermedad que va tomando posesión de su cuerpo, por encima de un primer acto un tanto tópico (eso sí, Geena Davis resulta más que sugerente) y un último acto demasiado pirotécnico para mi gusto. Sea como sea, fue un gran éxito comercial: no tengo cifras pero probablemente sea uno de los mayores en la carrera de Cronenberg.
Para acabar, recordar una frase de Cronenberg, un tanto provocadora como lo son a menudo sus comentarios sobre sus películas: “para mí no es más que una maravillosa historia de amor” (citado en el libro de Cátedra). Y fruto de ese amor fue una segunda mosca

, en la secuela:
The Fly II, dirigida por el oscarizado responsable del maquillaje del monstruo, Chris Walas. ¿Alguien la ha visto?