23. Los sudarios (The Shrouds, 2024)



Finalizaba hace más de dos años mi comentario de Crimes of the Future haciendo referencia a un nuevo proyecto de Cronenberg, titulado provisionalmente The Shrouds, en el que iba a contar de nuevo con Léa Seydoux y volvería Vincent Cassel, actor con el que ya había trabajado en más de una ocasión. Ese proyecto, dos años después, es la película que nos ocupa, pero sin Seydoux (en su lugar tenemos a Diane Kruger) y un Cassel cuyo personaje parece modelado a imagen y semejanza del propio Cronenberg, obviamente autor del guion.





Tal como ya comenté con ocasión de Crimes of the Future, el Cronenberg octogenario (ha cumplido los 82 este año) parece querer regresar a sus viejos tiempos de la New Flesh, al cine que lo caracterizó durante el siglo XX. En The Shrouds podríamos hablar de la New Dead Flesh (o incluso mejor New Dead Bones), puesto que de lo que se trata es de la “nueva vida” del cuerpo después de la muerte.

No es que trate de resurrecciones ni de zombis, sino de la posibilidad de darle una “segunda vida” a los cadáveres, en beneficio de sus seres queridos, como es el caso de Karsh Relikh (el nombre se las trae, en la mejor tradición cronenbergiana), el creador de la idea, que por medio de la empresa GraveTech (una más de las múltiples corporaciones que pueblan la filmografía del de Toronto) comercializa unos sudarios que envuelven los cuerpos (cual capullos de algún extraño animal) y permiten observar digitalmente la evolución de los seres enterrados, en su caso el de su mujer Becca. Ello es posible a través de unas pantallas instaladas en las lápidas de las sepulturas, controladas por medio de una aplicación informática.





Quizá uno de los problemas del film es que esta idea es tan poderosa, y su visualización tan sugerente y perturbadora, que a la película le cuesta mantener la fuerza del arranque. Karsh nos hace pensar en los atormentados personajes de Poe, como el protagonista de “La caja oblonga” o de “Berenice”. A sus visitas a la tumba y a la contemplación del cuerpo descompuesto de Becca (convertido Karsh en una suerte de voyeur necrófilo), se une el haber abierto un restaurante en el mismo cementerio, decorado con los fascinantes sudarios.



Pero algo va a perturbar la paz de Karsh (que, nunca mejor dicho, era la paz del cementerio). En los huesos pelados del cuerpo de Becca aparecen unos extraños nódulos. ¿Cuál es su origen? ¿Cuál su finalidad?

A partir de ese momento la película empieza a deslizarse hacia una compleja trama que mezcla obsesión y conspiración, entrando en escena tres personajes: Terry, la hermana gemela de Becca (una y otra interpretadas por Diane Kruger), una veterinaria que prefiera dedicarse a la peluquería canina y que tiene una mentalidad conspiranoica; Maury (Guy Pearce), exmarido de Terry y diseñador del programa informático con el que trabaja GraveTech, un personaje constantemente al borde de la crisis nerviosa; y, finalmente, la seductora e inquietante Soo-Min (Sandrine Holt), la esposa ciega de un multimillonario húngaro que quiere instalar un cementerio de GraveTech en Budapest.



A estos tres personajes de “carne y huesos” hay que añadir (como mandan los tiempos actuales), el asistente de IA de Karsh, la perturbadora Hunny (a la que pone voz también Kruger).



Sin tiempo de desentrañar qué son esos nódulos, GraveTech sufre un atentado vandálico: alguien destroza varias de las tumbas, lo que obliga a cerrar temporalmente el cementerio, y encripta (nunca mejor utilizada la expresión) los datos, impidiendo así acceder a la visualización de los cuerpos en el sudario.



Planteados los principales elementos argumentales y presentados los personajes, el film desarrolla una confusa historia de supuesto espionaje en que rivalizan rusos y chinos (que son los fabricantes de los sudarios a través de la empresa Shining Cloth). Como pasa en otros films de Cronenberg (sin ir más lejos en la anterior Crimes of the Future, pero también en Videodrome, Scanners, eXistenZ y otros), esta parte amenaza la estructura del film, abriendo produndas brechas en la verosimilitud de lo narrado. Personalmente, me quedo con los recuerdos, fantasías o alucinaciones en que Karsh ve a su mujer, a quien su enfermedad convertía en extremadamente quebradizos sus huesos. Hay, como ya pasaba en Crimes... o de otro modo en Crash, un vínculo enfermizo entre sexo y deformidad o enfermedad física. Al mismo tiempo, hay una cada vez mayor asimilación de Terry y Becca, de manera que la atracción que Karsh siente por su cuñada es, en cierto modo, la que siente por hacer el amor a una muerta (con lo que, inevitablemente, resuenan los ecos de cierto famoso film hitchcockiano ).

Cronenberg va “cerrando” el film mediante una trama de hilos deshilachados, introduciendo situaciones extrañas, no resueltas argumentalmente, para acabar con un sorprendente final en el que juega un enigmático papel Soo-Min, convertida en ocasional amante de Karsh.

Aunque en mi opinión The Shrouds no alcanza el nivel de sus mejores trabajos, Cronenberg demuestra estar en buena forma y ser capaz de cerrar su carrera, de momento al menos, con un díptico de lo más sugerente y coherente. Esperemos que no haya dos sin tres.