13. Lawrence de Arabia (Lawrence of Arabia, 1962)



Antes de entrar a comentar la película, me gustaría compartir un par de reflexiones a las que me ha llevado el visionado de Lawrence of Arabia. Por un lado, la constatación de que hay un tipo de cine, y el de las grandes producciones de Lean lo es, quizá por encima de cualquier otro ejemplo, que para valorarlo hay que verlo en pantalla grande y en una sala de cine. Ya no se trata de la calidad de la copia (que también: la mía es un DVD justito, de seguro un 4K se verá mucho mejor) ni del tamaño de la pantalla (la mía, una modesta de 42 pulgadas), sino del entorno. Estos films de Lean piden a gritos salas enormes, llenas de público, oscuridad y sonido lo más potente posible. Nada que ver con la soledad del salón de casa, sentado en el sofá, y con un evidente exceso de luz ambiente. Cuando la música de Maurice Jarre “inunda la pantalla”, como solían hacer sus composiciones para Lean (de hecho, incluso antes de empezar la proyección), uno no experimenta ni una pequeña parte de lo que se siente en una sala de cine, como tampoco cuando las imágenes reproducen la inmensidad de los paisajes desérticos, en los que las figuras humanas quedan reducidas a poco más que manchitas en la pantalla. Casi acabé pensando en lo ridículo, en lo un tanto absurdo, que puede resultar pretender valorar un film como este con un visionado casero (y seguro que hay quien se lo mira en la pantalla de un ordenador... aunque quiero pensar que no en la de un móvil). Afortunadamente, tuve la ocasión de disfrutarla en pantalla grande en 1990 (en el desaparecido, como tantos otros, cine Rex), cuando se estrenó la versión restaurada.

La otra reflexión es que este es un tipo de cine que ya no se hace, con lo que no pretendo hacer ninguna valoración cualitativa, simplemente constatar un hecho. Incluso aquellos directores que, en cierto modo, han heredado algunas de las características de las superproducciones de Lean (al que suelen admirar), como es el caso de Spielberg (o quizá Nolan), no sé si porque ya son muy conscientes de que sus películas se van a acabar viendo en los domicilios, por medio de los canales de televisión o de los formatos domésticos, pero sus grandes producciones parecen amoldarse mejor a los pequeños formatos, parece que tienen presente siempre el plan B de visionado. En cambio, en Lean no hay plan B.

Probablemente, estas reflexiones me asaltaron porque Lawrence of Arabia es para mí, sin duda, la máxima expresión de ese cine cultivado por Lean, y la más lograda. Lo reúne todo para ser una de esas películas bigger than life, de esas que te dejan una huella imborrable, incluso aunque no te entusiasme. De entrada, la duración: más de tres horas y media en la versión restaurada, aunque sufrió diversas reducciones a lo largo de su carrera comercial. A continuación, la espectacularidad del reparto, con una galería de actores extraordinaria, aunque hay que reconocer que no hay ninguna gran estrella, y que el actor principal, que centra la atención del espectador a lo largo de todo el metraje, era un joven actor británico prácticamente desconocido: Peter O’Toole, que ES Lawrence, en una espléndida caracterización, aunque no evite ciertos excesos en algunos momentos del tramo final. Tan nuevo era para los espectadores, que su nombre aparece en los créditos al final del reparto precedido de un significativo “introducing”.



El magnetismo de O’Toole arrastra al espectador a lo largo de todo el metraje, como si fuéramos un grupo de beduinos en el desierto árabe. Junto a él, ninguna pega para los Guinness (a pesar del acento, que me acaba resultando falso, como también me suele pasar con los acentos extranjeros de Laurence Olivier), Quinn (eso sí, siempre haciendo de Quinn, sea árabe, mexicano, italiano, indio o asiático), Hawkins, Quayle, el gran Rains, Kennedy (como el norteamericano un tanto cínico, a la Holden), o Sharif, lanzado a una fama que seguirá incrementando por la posterior Doctor Zhivago. Sólo le pondría un pero a José Ferrer, porque la escena en que participa es, en mi opinión, la peor, de largo, de la película (y una de las peores de la filmografía de Lean).

Lean vuelve, para la ocasión, a hacer tándem con Spiegel, firmando una “Sam Spiegel & David Lean Production”, por medio de la Horizon Pictures del veterano productor y con contrato de distribución con la Columbia (al igual que The Bridge on the River Kwai). En el guion participa de nuevo Michael Wilson (inicialmente no acreditado, por ser un blacklisted) y el dramaturgo y guionista británico Robert Bolt, autor entre otras de “A Man for All Seasons”, que llevaría años después a la pantalla Fred Zinnemann. Tras la cámara, debuta con Lean Freddie Young, veterano con una larguísima trayectoria previa que se remonta a finales de los veinte (llegó a rodar algún film mudo). Young, indiscutiblemente, realizó un trabajo sensacional, aunque caiga en ocasiones en cierto cartepostalisme (supongo que la tentación era demasiado fuerte). Su carrera se unirá con la de Lean para los dos siguientes films, como es también el caso del responsable de la banda sonora, Maurice Jarre, y del mismo Robert Bolt.

Desde luego, guste más o guste menos, Lawrence of Arabia, la película, es inseparable de Lawrence of Arabia, la banda sonora (algo que pasará también en Doctor Zhivago, no tanto en Ryan’s Daughter). Como pasó con la famosa “Colonel Bogye March” de The Bridge..., también el tema de este film se convirtió en una pieza musical popularísima que nos asaltaba desde las ondas radiofónicas y que completaba todo tipo de discos de versiones o antologías de música cinematográfica.



Por supuesto, también dio para todo tipo de derivados: cromos, tebeos, juguetes, adaptaciones juveniles, etc.



Ante esta apabullante muestra de popularidad y de éxito de público, a uno le cuesta comentar la película por sus virtudes y, que también los hay, sus defectos. Entre las virtudes, me gusta que se inicie con la muerte de Lawrence y me parece maravillosa la famosa elipsis de la cerilla. Luego, a lo largo sobre todo de la primera mitad del film, me fascina la fisicidad de las secuencias en el desierto, sobre todo el primer encuentro de Lawrence con Sherif Ali (Omar Sharif).



El encuentro de Lawrence con el príncipe Faisal (Guinness), bajo la atenta y algo escandalizada mirada del asesor militar, el coronel Brighton (sobrio Anthony Quayle), plantea uno de los aspectos centrales del film: ¿lo que se propone hacer Lawrence, ese apoyo incondicionado a las tribus árabes para que formen una nación unida, supone una traición a su país?



Aquí, en cierto modo, se plantea un problema similar al del coronel Nicholson en The Bridge... Si Nicholson asume como misión la construcción del puente como forma de demostrar la grandeza británica sobre los japoneses, su superioridad, aun a costa de perjudicar los intereses de su país en la guerra, Lawrence, en una suerte de locura irrefrenable, decide convertirse en un héroe en beneficio de los intereses del pueblo árabe, incluso por encima de los de la corona británica, aunque los políticos (Rains) y militares (Hawkins) profesionales ya llevarán el agua a su molino. En todo momento resuena en la actitud de Lawrence aquel “it’s going to be fun” que expresa a Dryden, el político, en El Cairo cuando recibe el encargo de encontrar al príncipe Faisal.

Luego habrá magníficos momentos de aventura (muchos más y más intensos que en The Bridge...): la travesía del desierto para llegar a Áqaba; el rescate de Gasim (al que después se verá obligado a ejecutar... experiencia que le excita, como confesará más tarde, mostrándose así sus tendencias psicopáticas), que lo convierte en un héroe para los beduinos; la arrolladora entrada en Áqaba; el viaje a través del Sinaí; la terrible muerte de Daud, engullido por las arenas movedizas; etc. A diferencia de lo que comenté sobre The Bridge... aquí sí que sentí ese aliento aventurero que la historia reclamaba.



La segunda parte, quizá porque así lo demanda la historia que se nos quiere contar, deviene mucho más oscura. Esa efervescencia de la primera parte, esa irresponsable heroicidad de Lawrence, se convierte cada vez más en la expresión de una locura, de una obsesión, en la que al final ya no se sabe qué es lo que realmente mueve a Lawrence, convertido en cierto modo en un títere en manos de los intereses de la política (Dryden o Faisal), de la carrera militar (el general Allenby) o de la mera rapiña (Auda Abu). Sólo el personaje de Omar Sharif se mantendrá fiel a su lado hasta el final, aunque le exprese su disconformidad con la mutación que experimenta su actitud.



El tono sombrío (con la muerte de Farraj o las masacres sobre los soldados turcos al grito de “no prisoners”) se apodera de la pantalla, dando paso a ese momento que he destacado antes y que me parece de lo peor filmado por Lean: la secuencia de la “violación” de Lawrence por parte del gobernador turco (Ferrer), una violación sugerida por medio de la tortura y del cruce de miradas y sonrisas de los soldados turcos (entre los que reconocemos a Fernando Sancho).



A tono con esa deriva antiheroica de la segunda parte, la presencia del periodista estadounidense, perfectamente interpretado por Arthur Kennedy, introduce una reflexión sobre la creación de los héroes, como parte de un negocio (para él, el de vender periódicos; para otros, arrastrar a las masas en favor de sus intereses).



La película se va cerrando de forma asfixiante, substituyendo los amplios horizontes del desierto por las caóticas calles de Damasco. Hay en este segmento del film, como también en diversos momentos de The Bridge... un cierto tufo con regusto, sino racista, sí claramente eurocéntrico, que hoy en día nos molesta, aunque estoy seguro de que en los sesenta dejaba bastante indiferentes a las plateas, salvo a algunos espectadores muy concienciados. Lo que vemos es un grupo de patanes beduinos, incultos e incompetentes, intentando inútilmente gestionar una gran ciudad, incapaces de que funcione nada, incluido un hospital lleno de heridos (que parece un campo de concentración nazi en el momento de su liberación). Solo la presencia de los impolutos británicos permitirá que empiecen a solucionarse los problemas.



El papel de “los héroes”, de Lawrence, ya ha perdido su vigencia. Ahora, como comentan Faisal y Dryden, es el momento de los old men. Son ellos, los old men, los que hacen la paz, después de que los jóvenes hayan hecho la guerra, y la hacen, dicen, con los vicios de los ancianos: “mistrust and caution”, la desconfianza y la cautela. A Lawrence solo le queda dejar el campo de batalla y volver a su país.



Sin duda hay, más allá de la espectacularidad de las imágenes y de la música, muchos aspectos de interés en las entrañas del film. Hay situaciones brillantemente planteadas y diálogos con enjundia que hacen atractivo el visionado incluso sentado en el sofá de casa. Puede que esa limitación, que sin duda reduce la experiencia sensorial y emocional, permita fijar más la atención en lo que se nos dice, además de cómo se nos dice. Y en este sentido Lawrence of Arabia me ha parecido un film sumamente interesante.

La semana que viene veremos si la colosalidad del siguiente proyecto, Doctor Zhivago, aguanta bien el visionado en una sesión doméstica de sofá, con pantalla de 42” y copia en DVD.