Esto, que antes era indiscutible, últimamente empieza a ser cuestionable. No sólo se ha implantado una cultura audiovisual de "cuarto de estar", en el que, mientras se desarrolla una película, se habla, se comenta, se levanta uno al baño o a preparar un bocata -"niño, dale caña al sonido que desde aquí no lo oigo"-, suena el teléfono, llega un amigo, etc; sino que, poco a poco, ésta peculiar manera de "ver una película", más parecida a cuando antes se tenía puesta la radio, se va extendiendo a las salas comerciales. No es extraño ver salir a los espectadores en mitad de la acción a comprar chucherías, ni oirlos entablar conversaciones o charlar por el movil durante la proyección.
De hecho, según he leído, el Instituto Tecnológico de Massachusetts está empezando a estudiar seriamente la imposibilidad de mantener argumentos complicados en películas destinadas a públicos amplios debido al déficit creciente de atención y concentración de dichos espectadores.
¿Y por qué no sería igual de aceptable doblar ópera? ¿Por qué no puede fingir cantar el texto en italiano o alemán el tenor o la soprano titular y que haya unos cantantes-dobladores que interpreten una versión traducida al idioma que corresponda, tanto tras los decorados del escenario como en grabaciones audiovisuales? Al fin y al cabo los elementos son los mismos: voces, interpretaciones, idiomas...¿qué más daría escuchar a Maria Callas que a Montserrat Caballé, a Plácido Domingo o a Luciano Pavarotti, siempre que la traducción y doblaje permita "disfrutar de la representación al completo"?