Nota bene: En la película que se comenta a continuación NO aparece ningún monstruo de peluche.
Secret People (1952), de Thorold Dickinson
Dickinson es un director británico con una corta y poco conocida filmografía. Quizá su título más popular sea Gaslight, primera versión de la obra de teatro de Patrick Hamilton que, cuatro años después, llevaría también a la pantalla George Cukor en la celebérrima Luz que agoniza (Gaslight), con Charles Boyer, Ingrid Bergman y Joseph Cotten.
Uno de sus últimos films es este Secret People, basado en una historia original del propio Dickinson, autor también del guion en colaboración con el germano Wolfgang Wilhelm. Recalco la procedencia del coguionista porque la película, a pesar de ser una producción de la británica Ealing (una más que no pertenece al género de la comedia, como The Gentle Gunman, que comenté hace poco en este hilo), es tanto en lo temático como en el reparto, incluido el apartado técnico, una amalgama de procedencias diversas.
En lo argumental, estamos ante la narración, en dos etapas (1930 y 1937), de la vida de dos hermanas exiliadas en Londres procedentes de un innominado país del sur de Europa que vive bajo el yugo de un régimen dictatorial presidido por el cruel general Galborn (tras cuya figura, a pesar de las fechas, uno tiene la tentación de ver al mismísimo general Franco). Las hermanas Brentano son Maria (la italiana Valentina Cortese) y Nora (una joven Audrey Hepburn, en el primer papel relevante de su carrera). El padre de las Brentano es ejecutado en su país, mientras ellas sobreviven en la capital británica gracias a la ayuda de un amigo del padre, Anselmo (el austríaco Charles Goldner).
En su huida, Maria dejó atrás al hombre que ama, Louis (el italo-francés Serge Reggiani), con el que acaba reencontrándose en París, a donde las hermanas viajan con Anselmo para visitar la Exposición Universal de 1937.
Allí se reencuentra con Louis, miembro de un grupo opositor a Galborn que recurre a la lucha armada. Ya de vuelta a Londres se ve implicada en un atentado con bomba al general. Pero la acción supone la muerte de una inocente camarera, resultando el dictador ileso.
Como ocurría en The Gentle Gunman, de Basil Dearden, también aquí el dilema de Maria es si tiene sentido colaborar en una lucha que inevitablemente originará muertes, quizá inocentes. Ella, a diferencia de Louis, no parece dispuesta a aceptar esos “daños colaterales”, a pesar de que odia a Galborn como responsable de la muerte de su padre y, en definitiva, de su exilio. Cuando Scottland Yard empiece a investigar su posible participación en el atentado, Maria no soportará la presión y acabará delatando a su amante y a sus colegas, a pesar de las amenazas que ha recibido de la organización en la sombra (o sea, la “banda terrorista”, según la terminología que habitualmente se suele utilizar por parte de los poderes estatales). Herida durante la huida de unos miembros del grupo, entre los cuales Louis, aceptará entrar en un programa de protección de testigos, cambiando de identidad. Pero eso no le evitará un final trágico.
La amalgama de actores, todos hablando en inglés, pero aparentando ser de otra procedencia, no ayuda a dar cuerpo a un guion confuso y mal explicado, aunque visualmente el film es atractivo (con fotografía de Gordon Dines… responsable también de la ya citada The Gentle Gunman). Tampoco Valentina Cortese sale bien parada, con una interpretación exagerada, poco verosímil, ni Serge Reggiani dota de densidad a su personaje (muy poco atractivo, por otra parte). Solo la radiante sonrisa de la Hepburn (incluso diría “demasiado radiante”), aquí una pizpireta bailarina, transmite cierta vitalidad a un film mortecino.
Como curiosidad, y abundando en lo diverso de los implicados en el film, la banda sonora está firmada por Robert (Roberto en los créditos) Gerhard, prestigioso compositor catalán (nacido en Valls), de padre suizo, que en 1939 se exilió por causas atribuibles a un cierto general (aunque no se llamaba Galborn), desarrollando casi toda su carrera posterior en el Reino Unido, de ahí que se le considere también un compositor británico. Las raíces catalanas se hacen sentir en varios momentos de la banda sonora, en especial por medio de algunas notas procedentes de “El cant dels ocells”, de Pau Casals.
Un film, en definitiva, curioso, aunque el resultado quede bastante lejos de ser satisfactorio.