Hoy tengo "cumpleaños". Con este post, serán 1.000 los que llevaré escritos en este foro. ¡Eso merece celebrarse! Que mejor excusa que vertir aquí ríos de tinta sobre películas de las que no se acuerda nadie
Soy un cinéfilo apasionado.
Si tengo que elegir un género, es el cine fantástico, terror sobre todo. Corman, Mario Bava, Tod Browning, Carpenter, Terence Fisher, Freddie Francis, Hitchcock, y un gran etc.
Si tengo que elegir un género a descubrir, el musical. ¡He visto tan pocos! El fantasma del paraíso me apasionó, eso sí. Y el western. Un género que cada vez me gusta más, y que desprecié gran parte de mi vida.
Si tengo que elegir una década que resuma lo que es para mí el cine… estaría entre los 60 y los 70. No podría decidirme por ninguna de las dos.
Si tengo que elegir una década que me resuma a mi, mi vida como cinéfilo y mi pasión… ¡serían los 80!
¿Cómo llegamos a los 80?
En una ocasión, leí una anécdota que me cautivó por completo. Tiene que ver con Ronald Reagan (¿¡el actor!?) presidente de los Estados Unidos durante los años 80.
En un discurso televisivo, el presidente se echó a llorar y rememoró un incidente acaecido en la guerra de Corea, donde un aviador sacrificó su vida para salvar la de sus compañeros. Cuando los periodistas, impresionados por la emotividad mostrada por el presidente, se pusieron en contacto con el gobierno solicitando detalles de lo ocurrido, les dijeron que el presidente se había referido a una escena de la película Los puentes de Toko-Ri (1954) por descontado, totalmente ficticia. Los límites entre ficción y realidad se rompían por doquier. No sería la última vez que este presidente acudiría al cine como fuente de inspiración en su vida política, protagonizando incidentes que se habrían llevado al traste la credibilidad y la carrera de muchos otros políticos. El tío, sin embargo, salió indemne.
Los ochenta en Norteamérica se pueden resumir con una palabra: dinero. El personaje real más sonado de la década fue probablemente Donald Trump, el magnate de la Bolsa, hoy de rabiosa actualidad por ser el presidente de EEUU (¿la historia se repite?). El consumismo llegó a límites totalmente locos. Cualquier cosa que pudiera comprarse, se compraba. Las novedades tecnológicas chiflaban a los yuppies (no olvidemos la revolución que supuso poder ver cine en casa) y lo de ahorrar no estaba precisamente a la orden del día.
Todo podemos verlo reflejado en casi cualquier película de la década, con las grandes ciudades de rascacielos, las transacciones comerciales de dudosa ética, las costumbres de los yuppies y sus problemas, sus rutinas sociales y sexuales, la forma de vida de los adolescentes, los problemas familiares, la violencia en las calles, las responsabilidades laborales, las drogas, el SIDA, la convivencia racial… y un largo etcétera, que tampoco voy a profundiaz, pero no es cosa de aburrir a la gente con un análisis social.
En los ochenta, se libraron muchas batallas a través de las pantallas de una sala de cine, y un patriotismo “peliculero” lo dominaba todo: un solo hombre ganó la guerra de Vietnam en Rambo: Acorralado parte II, América y Rusia se daban de hostias literalmente sobre un ring (no hace falta decir quien gana) en Rocky IV, Superman clava la bandera americana en la luna en su lucha por la verdad, la justicia, y el modo de vida de los hombres (hombres puede sustituirse por americanos, sin temor a equivocarse). Son solo tres ejemplos, pero bien seguro es que si nos ponemos a pensar, salen más. Muchos más. No creo que ni George Pan Cosmatos, ni Richard Donner (o los sucesivos directores de la saga Superman) ni Stallone tuvieran intención de trasladar la política a las pantallas. Creo que al menos en algunos casos, fue algo inconsciente, el ambiente que se respiraba en el país pasó a las películas, sin tener la deliberada intención de hacer propaganda política.
¿Y por aquí, que se cocía?
En España iniciamos los 80 una época más turbulenta (acabábamos de salir de la dictadura y la Transición estaba en marcha, con numerosos conflictos sociales y economícos). Eran circunstancias muy diferentes a las dadas en América, y nuestro cine estaba a mil millas del que se producía al otro lado del charco. En 1979, en una feria de Barcelona se presentó el VHS, que iba a cambiar nuestra forma de ver cine en pocos años y crear esos establecimientos llamados videoclubs.
Hay que entender la época, hasta entonces, disfrutar de una película en tu casa era algo que solo se podían permitir, de forma muy reducida, los coleccionistas de películas en Super8 o 16mm, un sistema bastante caro y no al alcance de cualquiera. Con la aparición del VHS y los videoclubs, no solo podías ver películas en casa, a tu ritmo, sino que podías ver varias cada semana. Aquello, que hoy en día la mayoría damos por sentado con encender el ordenador y meternos en Amazon, o entrar en FNAC, en aquel entonces supuso toda una revolución social, por no hablar de la irrupción de las cadenas privadas en nuestros televisores, con una programación hasta entonces impensable (y hoy impensable también por su incorrección política); también se podía grabar “lo que salía en la tele” y verlo cuantas veces se desease (yo llegué a quemar, literalmente, una cinta con un especial navideño de Cruz y Raya, de tanto verla).
Ir al videoclub no era ir a comprar pan, tabaco o Coca Cola, y a echar una ojeada a las carátulas, en plan casual, que es la noción de videoclub que tendrán los más jóvenes: era una ocasión casi de lujo, y prácticamente un acontecimiento social: familias, grupos de amigos de todas las edades... Entender el contexto es entender la nostalgia, la mitificación que hay en torno a la década.
Hoy el cine está al alcance de todos, casi todo el cine, y sin duda resulta un gran adelanto cultural… aunque también habría que valorar la ingente cantidad de personas que se compran o descargan películas y películas solo para alardear de su posesión, sin llegar a ver apenas ninguna. Avance cultural o no, sigo creyendo que se ha perdido “algo”, una forma de ver y valorar el cine en un contexto de escasez, del cual se pasó a otro de gozosa libertad para elegir que hasta entonces no se tenía, y que era lo importante, el poder elegir ver cualquier cosa que hubiese al alcance de la mano en el videoclub. Y anda que no hubo cosas para elegir... pero no nos adelantemos.
El cine de los ochenta
El cine de los 80 es tan inmenso, abarca tantos géneros, estilos y países, que no resulta fácil ponerse a priorizar sobre qué se va a hablar, y formar un panorama global. ¿Qué tienen en común Amadeus, Dos súperpolicías en Miami, Pesadilla en Elm Street, Los gritos del silencio, 1997 Rescate en Nueva York, Regreso al futuro o Toro salvaje, excepto su década de producción?
Así que la estructura será la siguiente: iré glosando las películas por géneros y subgéneros, una distribución que a veces yo mismo tendré que olvidar. Por ejemplo, ¿Alien, es terror o ciencia ficción? ¿Aliens es ciencia ficción, cine de acción…? No siempre será fácil ubicar una película.
Los 80 fue sin duda una de las décadas más productivas y en las que el cine ha sido más rentable como negocio, con muchos géneros e hibridaciones de género, y hay mucho palo que tocar, aunque si me olvido de algo, siempre podemos completar luego entre todos.
Otra subdivisión que me obligo a hacer es glosar algunas (solo algunas) películas por países. Esto puede resultar extremadamente discutible, pero lo cierto es que lo veo necesario, sobre todo en aquellos casos en los que la producción internacional fue basta, como los zombis italianos y diversos desvaríos del amigo Lucio Fulci, que no tengo, en todos los casos, muy frescos, y merecen una revisión antes de ser comentados. En tal caso, siempre avisaré de que X películas o director quedarán reflejados más adelante. Si en alguna ocasión veis que películas quedan sin mencionar y no digo nada, no dudéis en recordarlas, por si se me pasa algo. Dado el inmenso volumen de información, es perfectamente plausible que ocurra.
Mi idea inicial era empezar con un género (por ejemplo, terror) e ir glosando películas de un determinado subgénero (por ejemplo, monstruos acuáticos, casas encantadas, etc) así hasta hablar de “todas” o casi todas las películas de los 80 de ese género.
Empezaré por el terror, porque es lo que me puede. Esta será nuestra hoja de ruta para el “primer capítulo”:
Terror (I)
i) Los psicópatas, serial killers, slashers
ii) Hombres lobo
iii) Vampiros
iv) Casas encantadas
v) Zombis
vi) El diablo (y sus amigos)
vii) Monstruos marinos
viii) Monstruos II (la Naturaleza se cabrea)
ix) Monstruos III (Insectos)
x) Monstruos IV (Somos Freaks)
xi) Muñecos asesinos
Ante todo quisiera que este post fuese absolutamente coral. Que todos hablemos de nuestras películas preferidas, tratemos de descubrirnos títulos minoritarios, y charlemos sobre nuestros directores, actores... favoritos. Lo que sí me gustaría es que, en la medida de lo posible, vayamos comentando por orden genérico. Es decir, si empezamos con películas de terror, pues que hablemos de películas de terror, cuando empiece con Fantasía, pues Fantasía... de esta forma el hilo quedará más cohesionado y podremos, en algún momento, hacer un índice paginado chulo que nos lleve a cada película que vayamos mencionado.
Hoy publicaré los capítulos I-VI, es decir, desde los psicópatas hasta el diablo. La semana siguiente, el resto de los epígrafes de terror, que ya están, de hecho, escritos, pero encesitan una mínima "maquetación" y correción.
No puedo prometer una periodicidad mensual, ya que en algunos género tendré que hacer revisiones. Pero creo que cada dos semanas podré ir colgando una parte, y vamos mientras tanto, charlando de lo que surga.
Sin más...
i) Psicópatas: Quizá alguien me reproche el empezar por aquí, pero por algún sitio hay que empezar.
Los psicópatas no eran nuevos. En los 60 tuvimos dos excelentes muestras, como son Psicosis, de Alfred Hitchcock, o El fotógrafo del pánico, además de los experimentos gore de Gordon Heischell Lewis.
En los 70 llegarían Leatherface y familia (La matanza de Texas, 1974) y locuras varias de Wes Craven (La última casa a la izquierda, Las colinas tienen ojos…). Todas ellas fueron configurando al psycho-killer desde muchas variantes, desde el horror rural de Hooper al terror urbano de Craven “el chico de la casa de al lado”.
Todas ellas palidecieron ante la llegada de John Carpenter y La noche de Halloween, que introduciría al asesino en serie, no ya como un horror mundano más o menos amenazador, sino directamente, como el Mal. Aunque no hay que dejar de mencionar ese delicioso precedente que es “Navidades negras” de Bob Clark (y que introduce el teléfono como medio de tensa comunicación entre asesino y potencial víctima, como luego usarían producciones como Cuando llama un extraño, Alguien me está espiando, o Scream).
La gran rentabilidad del film de Carpenter sacó definitivamente de la marginalidad al cine de terror. En 1980, apareció en las pantallas Viernes 13, muy criticada por su excesiva sencillez y la estructura argumental algo boba que gira simplemente en torno a unos asesinatos lo más retorcidos y sangrientos posible. Con todo, y pese a reconocer que Cunningham no es ningún Carpenter, y que hoy superado el impacto del gore completamente, la película no es para tanto, me encanta el ambiente ochentero, tanto como en las posteriores películas, cada cual peor, hasta tal punto que las últimas podrían entrar ya directamente en el apartado de la serie Z.
Viernes 13 logró, con solo unos pocos elementos (unos efectos especiales muy logrados de Tom Savini, el magnífico score de Harry Manfredini, o un buen aprovechamiento de sus escenarios campestres) entrar en el inconsciente colectivo, sobre todo, gracias a ese susto final, que pocos esperábamos. La historia, que cuenta ya con un antecedente claro como es Bahía de sangre, del maestro Mario Bava, bebe también de los traumas psicólogos, muy del estilo de Psicosis. Así, todo se basa en mostrarnos la llegada de un grupo de chicos y chicas al campamento de Crystal Lake, tan idílico en apariencia como su nombre indica… en apariencia. Porque el lugar, en los contornos, es conocido como “Campamento sangriento” y se dice que sobre él pesa la obligada maldición, de la que serán advertidos por el loco del pueblo, como mandan los cánones (ya vimos, en el prólogo, los asesinatos cometidos allí en los años 50). Lo demás, son solo escenas de acecho / asesinatos / convivencia juvenil. Lo mejor, sin duda, la banda sonora y los FX ya reseñados. El final adquiere gran potencia, aunque los motivos de la asesina son bastante banales, sus “Mátala, mamá… ¡mátala” al son de los acordes de Manfredini (inspirados, o me lo parece a mi, en los de Bernard Herrman) consiguen poner nervioso al más pintado.
La película salvó a Paramount de la quiebra y se convirtió en una de las franquicias más largas e irregulares de la historia del cine fantástico. ¡Vedla, si no queréis acabar como Drew Barrymore! Que se pasó de lista, la muchacha.
En la segunda parte, teníamos a Jason (vestido para la ocasión con un saco de patatas en la cabeza) adorando un altar donde guarda la cabeza podrida de su amada madre. Dirige Steve Miner, y quizá soy yo, pero la factura técnica es superior a la primera parte, y hay algo más de mano detrás, aunque se sirva para contar la misma historia, eso sí, con una gran final girl, la primera de muchas que le plantará cara a Jason. Más asesinatos, uno de ellos directamente plagiado de Bahía de sangre, aquel en que dos jóvenes que están retozando en la cama son atravesados por una lanza...
En la tercera parte, que se rodó en 3D, de moda en aquella época, y con multitud de planos expresamente rodados para dar tal efecto, Jason encuentra su máscara de hockey, y se convierte en un icono de la década, independientemente de la calidad de las películas, es ya un clásico del género. Dirigió de nuevo Steve Miner, pero esta vez seguro que el guión se podía escribir en una caja de cerillas.
La cuarta parte siempre me hizo una enorme gracia, mi secuela favorita indiscutible de todos los tiempos. porque salía Corey Feldman y porque se titulaba “Viernes 13 - Último capítulo”. ¿Creerían los productores que estaban engañando a alguien con el truco más viejo del mundo? ¿Se llegaron a engañar ellos mismos? Corey y su hermana serán los supervivientes a la masacre de turno, y el chaval siempre me inspiró una gran empatía por su afición a los efectos especiales caseros, que yo compartía (con menos medios y peores resultados, eso sí). Además el final no solo era original, sino que además era totalmente salvaje e icónico. Esta sí, pasa a los anales. Dirigió Joseph Zito quien, por lo demás, se limitaría a filmar algunos de los títulos más potentes de la Cannon, como son Delta Force e Invasión USA.
La quinta parte, “Viernes 13 parte V - Un nuevo comienzo”, reviste de interés. Aquí se nos ofrece un nuevo planteamiento: Tommy Jarvis (el personaje de Feldman en la anterior) es ahora un hombre joven que se ha pasado la vida entrando y saliendo de sanatorios mentales, peligrosamente perturbado tras su experiencia. Ahora lo llevan a una especie de “colonia de reposo” para jóvenes conflictivos, donde uno de ellos lleva a cabo un brutal asesinato de un compañero con un hacha.
Tommy es casi autista, sigue fabricándose máscaras, y pronto empezará a “ver” a Jason por las esquinas, pero, ¿está Jason muerto o no? La película se erige así en un torpe whodunit (porque al asesino, lo cazas la primera vez que lo ves) con más muertos y más sangre que nunca, algunos asesinatos especialmente brutales, y una intriga que culmina, como no podía ser de otra manera, con el descubrimiento del asesino. En suma, una “novedad” en el ciclo, una película que algunos aman y otros odian. Yo creo que es francamente mala, pero la adoro por intentar (que no conseguir) un tono diferente.
En la sexta parte, de nuevo protagonizada por Tommy, este está obsesionado con que Jason volverá de la tumba, por lo que decide (en un alarde de genialidad) desenterrarle y clavarle una lanza metálica en el corazón. Con tan mala fortuna que una tormenta eléctrica se sucede sobre el cadáver, dotándole de vida. Esta es la primera película en la que Jason adquiere un carácter sobrenatural, y en esencia más de lo mismo, pero con un comando paramilitar de por medio para dar más cancha.
En la séptima entrega, ya directamente, teníamos una niña con poderes mentales, heredera de las novelas de Stephen King que triunfaban por la época, en papel y en celuloide; la muchacha, atormentada por creer que causó la muerte de su padre, resucita a Jason sin querer, deviniendo la cosa en un duelo resultón. Después de la IV, esta es la que más merecería la pena ver. Y en la octava, el prometido viajecito de Jason por la gran manzana del título se sucede solo al final, transcurriendo la historia casi íntegramente a bordo de un barco (bien cargado de carne fresca adolescente asesinable, no vayan a inventar la rueda, o algo).
El resto de las secuelas siempre me han parecido fuera del canon de la saga, ya en otra época, y con otras intenciones, así que pasaré de comentarlas, aunque la novena, Jason se va al Infierno (y ya era hora) es tan absurda e imposible de tomar en serio que resulta hasta visionable, aunque se hunde, ya sin remedio, en la serie Z.
Comentar que en su día, por supuesto, se alquilaban a mansalva en el videoclub (CIC video las sacó todas de la 2 a la 8, salvo la primera que la sacó Warner BROS, con la maravillosa carátula del hacha enterrada en la cama. La función de estas películas no era otra que la de verlas con los amigos, animando a Jason a cargarse a aquellos idiotas treinteañeros disfrazados de quinceañeros, que hacían una y otra vez las mismas tonterías. Más de un productor se haría rico con la fórmula. Hoy no resisten un visionado serio (con excepción de la primera) pero siguen siendo una gran fuente de entretenimiento si va acompañada de alcohol y amigos. Yo me lo paso bomba con ellas, al margen de su calidad.
En 1981, nosllegó la primera secuela de Halloween, que nuestros esforzados traductores de títulos bautizaron como [U]Sanguinario. ¡Sanguinario! Claro que es sanguinario, pero, ¿para qué ponerlo en el título? La película es bastante floja, narrando los orígenes (y lo peor, los motivos) de Michael Myers, asociándolo a cultos druidas y sacrificios paganos.
De nuevo tenemos a Donald Pleaseance y a Jamie Lee Curtis en sus papeles, y me parece interesante, y prácticamente inédito, que toda la acción transcurre LA MISMA NOCHE que la película original, algo muy poco experimentado en el género. John Carpenter y Debra Hill se implicaron en el rodaje como productores y guionistas (existe la leyenda urbana de que Carpenter dirigió realmente la película… viendo los resultados, lo pongo en duda). La saga sirvió para rescatar del olvido a Donald Pleaseance, aunque cada secuela se le notaba más cansado de aquel pastel. Por lo demás, un montón de asesinatos, y un final que (presuntamente) cerraba la saga para siempre.
La tercera parte, coherente con esa idea, se tituló El día de la bruja y nada tenía que ver con la historia original, aportando una serie B muy oscura y agradecida, con un guión de Nigel Kneale que casi parece remozar y actualizar el argumento de la segunda parte de la magistral trilogía Quatermass, aunque Kneale renegó del guión y pidió ser eliminado de los créditos.
Con Tom Atkins, uno de los hijos predilectos de la serie B del género fantástico en los ochenta, como se verá, y Dan O’Herlihy como estupendo villano, contaba la historia de una conspiración que incluye unas populares máscaras infantiles para Halloween, y los comerciales televisivos de las mismas. La idea era que la saga Halloween continuaría, contando con una entrega por año, todas diferentes, únicamente unidas por el hecho de tener lugar en esa noche. Esta la dirigió Tommy Lee Wallace, un discreto y más bien limitado director implicado en cine fantástico, y creo que es su mejor trabajo. Carpenter y su colaborador habitual en esas lides, Alan Howarth, compusieron una banda sonora grandiosa. La historia es simple: un médico con problemas personales ve como un paciente es asesinado por un misterioso hombre que luego se suicidará, haciendo estallar su coche con él dentro. Posteriormente, la hija del paciente asesinado y él se implicarán en una investigación que les llevará a la tranquila población de Santa Mira, con una industria juguetera importante…
Si tenéis que ver una, que sea esta. En serio. Serie B, pero de calidad. Una película infravalorada.
Sin embargo, parece ser que a los borregos que pagaban las entradas no les gustó la idea de sacar a Michael Myers de la ecuación, por lo que en 1988 volvió con El retorno de Michael Myers, título que dejaba muy claras las intenciones. La película es rutinaria gran parte de su metraje, con Pleaseance recuperando el testigo, pero también inicia una trama fascinante donde los traumas y las ansias de matar del villano recaen… ¡en su sobrina de doce años!
La tontería continuaría con La venganza de Michael Myers, ahora con la sobrina de Myers autista y este buscándola para liquidarla, es un filme ya totalmente carente de ganas o ritmo, una película de la que no se puede sacar prácticamente ninguna virtud.
En 1983 nos llegaría la primera secuela de la película iniciadora de todo esto, Psicosis. Con un libreto de Tom Holland (director de Noche de miedo o Muñeco diabólico) y dirección de Patrick Franklin (interesante director de origen australiano que tiene en su haber títulos como Patrick, atípica cinta sobre poderes mentales, o Link, sobre un chimpancé inteligente enamorado de Elizabeth Shue), llegó Psicosis II, El regreso de Norman, con fotografía de Dean Cundey y una banda sonora de Jerry Goldsmith para una película que, sin pretender, en ningún momento, comulgar con los logros de su antecesora, es bastante mejor de lo que se la ha considerado por muchos años.
Norman Bates, tras más de 20 años de estancia en un sanatorio mental, está curado. Así lo dictaminan los médicos y un juez, por lo que es puesto en libertad y vuelve al hotel donde todo ocurrió para rehacer su vida (ya se podía haber buscado un apartamento) con la férrea oposición de Lila Loomis (Vera Miles, de nuevo). En el hotel empiezan a sucederse desapariciones y algunas muertes, todo coincidente con la aparición de una huésped por la que Norman se siente atraído (Meg Tilly). ¿Está matando de nuevo Norman? ¿Sigue enfermo? ¿Está engañando a la gente? ¿Lo están engañando a él? Dilemas que se intentan resolver a lo largo de la película, creando un clima de suspense muy conseguido. Una resolución algo chapucera no debería impedir a nadie rescatarla, si se tiene en el olvido.
Bastante menos decente es Psicosis III, dirigida por el mismísimo Anthony Perkins, y que parece olvidar (o al menos, no explica) la anterior película. La película cuenta la historia de una atormentada monja que huye de su congregación religiosa, yendo a parar al motel Bates, donde intenta suicidarse. Será Norman quien la “salve”, deviniendo en protector de la frágil chica, a la vez que un tipo desagradable y sin escrúpulos (Jeff Fahey) empieza a trabajar en el hotel. Norman es aquí un miembro de la comunidad aceptado. Se le han perdonado sus pecados. El propio sheriff de la localidad es su amigo y responde por él. Pero, cuando empiece a sentirse atraído por la joven a la que tiene a su cargo… bastante olvidable, pero aún así, decente. Cosa que no puede decirse del telefilm Psicosis IV, que se estrenó en 1990 y que menciono solo para decir que la interpretación de Olivia Hussey como madre de Norman es genial, y el resto, uno de los peores bodrios nunca vistos.
Vaya por delante que Wes Craven jamás ha sido santo de mi devoción. Respeto su comprensión del mundo del cine, que le llevaron a tener varios éxitos a lo largo de casi tres décadas. Un poco oportunista, y no demasiado buen narrador (casi ninguna de sus películas está bien rematada). Tiene al menos, dos trabajos que admiro (el que ahora nos ocupa, y La serpiente y el arco iris), dos películas que cambiaron el mundo del cine fantástico (La última casa a la izquierda y Las colinas tienen ojos) y una que amo por pura nostalgia (Amiga mortal).
Pesadilla en Elm Street pasó varios años rodando por distintos estudios, sin que ninguno pareciera interesado en ella. New Line aceptó finalmente llevarla a término, y no puedo dejar de mencionar que en su día era una película de TERROR, una película que realmente lograba asustarte, lejos de las payasadas que luego serían las secuelas; asesinatos como el de la chica suspendida den el techo mientras su cuerpo se llena de tajos, o Johnny Deep siendo engullido por su cama, realmente te ponían los pelos de punta, y personalmente, me los siguen poniendo.
Ese Freddy “Yo… soy Dios” que juega con los hijos de sus asesinos como quien juega con marionetas, tirándoles un poco de los hilos, enloqueciéndoles un poco hasta que llega la hora del matadero, se erige en una figura cruel, salida de nuestros mayores miedos, el hombre del saco, aquel que nos atacará donde ninguna luz encendida ni ningún padre van a poder llegar.
La película, estrenada en 1984, presenta un mundo bastante crudo de paternidades fracasadas, donde los chicos pagan por los pecados de los padres (ese John Saxon frío, esa Ronee Blakely alcohólica, el padre ausente y la madre indiferente...) que ofrecen soluciones estúpidas a los problemas de sus hijos “tu duérmete, que verás como mañana todo va bien”. Si, seguro.
Hoy en día se la suele criticar mucho por su final, que parece digno de un guión de El equipo A, pero tiene logros increíbles, sobre todos los momentos que transcurren en los sueños, en esa caldera, en los sótanos… realmente consiguen crear una sensación de amenaza que incomoda, incluso hoy en día. El score de Charles Bernstein ayudará a contar la historia de Fred Krueger, secuestrador, torturador y asesino de niños, que, debido a un fallo jurídico, quedó en libertad tras ser detenido y juzgado. Un grupo de padres de la (ficticia) ciudad de Springwood lo acorralaron en la sala de calderas donde vivía, y lo quemaron vivo. Pero Krueger no murió, no del todo, y ahora acechará a los hijos de aquellos que lo convirtieron en barbacoa, en sus sueños, teniendo estos, Nancy a la cabeza, que defenderse… una idea excelente, que sobre todo, triunfa por no intentar contarnos como consigue Krueger su nueva condición (las secuelas lo intentarían, cayendo en el más absoluto ridículo).
La película supuso un auténtico éxito para su productora, que decidió repetir tan solo un año después, con Craven desvinculado del proyecto: Pesadilla en Elm Street 2: La venganza de Freddy, posee un argumento inconsistente e irracional que no se sostiene (Freddy quiere poseer a Jesse, nuevo ocupante adolescente de la casa de Elm Street donde vivió Nancy para matar en el mundo real… ¿pa’que? Si en el de los sueños es imparable e indetectable). La película ha devenido en comedia involuntaria y se ha convertido en todo un reclamo de cine gay (pues en no pocas ocasiones parece que su protagonista esté luchando contra su orientación sexual reprimida y no contra Freddy).
La tercera parte, con Craven al guión y produciendo, es considerablemente superior, y probablemente la única secuela digna: Pesadilla en Elm Street 3: Los guerreros del sueño fue también muy popular, de hecho diría que fue la secuela más popular, porque por primera vez, los chicos atacados hacían frente a Freddy no en el mundo real, sino en su propio terreno, en el mundo de los sueños, con ayuda de Nancy (Heather Langenkamp, ya se podía haber cambiado el apellido, he tenido que buscarlo antes de escribirlo) John Saxon de nuevo, y Craig Weasson, el Scottie moderno de Doble cuerpo, de De Palma (otro que tal… pero ya llegaremos a él).
La película presentaba un grupo de adolescentes más cohesionado y mejor construidos como personajes que el resto de la saga: chicos con problemas metidos en un psiquiátrico y perseguidos por Freddy en sus sueños, a los que nadie cree. Si los de la primera película podían hacer frente a Freddy intentando no dormir, aquí sus decisiones son irrelevantes, ya que los médicos les centro les obligan a dormir.
Aquí se contienen algunas escenas/muertes muy recordables, como la del televisor, o el muchacho al que Freddy le abre las venas para usarlas como cuerdas de marioneta; también la aparición del esqueleto de Freddy está bien conseguida (muy Harryhausen). Dirige Chuck Russell, interesante personaje que conseguía dotar a sus películas de cierta solidez.
Por otra parte, aquí Freddy ya sale abiertamente de las sombras y enseña maquillaje, lo que sería el principio del fin, al convertir el objeto de terror en chufla. También aquí empieza a convertirse en cosas (serpiente, manos con jeringuillas en vez de cuchillas…). La resolución de la película está muy bien, y habría sido un buen colofón para la saga, digno y bien cerrado, pero claro… hay gente que vive de esta franquicia, y tenían que seguir pagando facturas.
La cuarta parte El señor de los sueños debe tener el récord de la más emitida por TV de toda la saga… prácticamente la echaban un fin de semana si, otro no. Yo la tengo todavía por ahí grabada de TVE1, con la carátula “casera” de la revista Súper tele. Los adolescentes protagonistas vuelven a ser insoportables, pero la salvo por los delirios visuales de Renny Harlin, su director y por los toques macabros de Freddy (esa pizza…). La quinta parte, para mi, ya entraría en lo más casposo, innecesario y penoso que jamás he visto. Ni siquiera las muertes más sórdidas consiguen elevarla un poquito de su mediocridad. El resto de la saga ya entra en los noventa…
Lo cierto es que Freddy Krueger es ahora un personaje quemado que todos conocen de oídas, pero en su época fue un fenómeno social. Pasteles de Freddy, chicles con pegatinas de Freddy, carpetas con fotos de Freddy, mochilas, gorras, camisetas, su propia serie televisiva, guantes de Freddy de plástico, disfraces de Freddy…
Una de las cosas que más gracia me hace, viendo ahora el fenómeno, es que la mayoría de esos productos iban destinados a niños y adolescentes, por lo que siempre intentaba “pasar por alto” el hecho de que Freddy, antes de ser anti héroe en su saga, había sido un abusador y asesino de niños. Figuraos, ¡un asesino de niños en chicles, mochilas escolares y pastelitos! Cada dos por tres sacaban algún reportaje en las revistas sobre Freddy, y su repugnante cara vendía casi cualquier cosa, aunque hoy esté quemado y olvidado y a quienes no lo vivieron, les parezca imposible. Aún recuerdo que gané mil pesetas a mi hermano en una apuesta: cuando Chicho Ibáñez Serrador, en su programa “Mis terrores favoritos” pasó la primera parte de la saga, me jugué con mi hermano las mil pelas a que, en la presentación antes de la película, sacaría un guante de Freddy de plástico. Gané yo, y puedo demostrarlo.
Otro iniciador de la moda de los psycho-killers fue Tobe Hooper, con su Matanza tejana, de inestimable valía, y esta también “gozó” de secuelas. Lo cierto es que Hooper por si solo da ya para un libro, pero su secuela para su propia película es un absoluto delirio, una chufla que no se toma en serio ni un segundo, y donde la adorable protagonista despertaba el amor del mismísimo Cara Cuero. Impagable un Dennis Hopper en horas bajísimas haciendo de ranger de Texas que persigue a la familia de matarifes, o al padre de Cara cuero y su hermano (Jim Siedow) ganando concursos estatales de recetas para carne… con carne humana. Es ver esa película y sentir que se me desconectan las neuronas y solo tengo capacidad para reírme. No es un filme de terror, sino un cómic pop, irreverente y guasón. Y recordemos el cartel, que PLAGIABA el de “El club de los cinco” con muy poca vergüenza, y poniendo un cadáver putrefacto en el lugar que ocupaba Molly Ringwald. Por supuesto, la película la produjo Cannon Films, con quienes Hooper tenía un contrato para dirigir tres películas: el triunvirato se completaría con la deliciosa Lifeforce, y el fallido remake Invasores de Marte.
Luego hubo una tercera parte por obra y gracia de Jeff Burr, un director ochentero bastante mediocre, que principalmente se ocupó de secuelas (recuerdo El padrastro 2) la película es zafia, vulgar, totalmente inferior a las anteriores, y desprovista casi de encanto. Es curioso como la cara de Cara cuero va deformándose y convirtiéndose en algo más y más desagradable y repugnante en cada secuela. Aquí también había una niña que coleccionaba fetos de bebés en tarros, si no recuerdo mal. También recuerdo haber visto el trailer, donde Cara Cuero bailaba con su sierra en una playa desierta (¿). Según digo Burr, los productores hicieron y deshicieron, y él no pudo cambiar nada del guión, de hecho quería hablar con Hooper para pedirle algún consejo, y se lo impidieron. Algo muy típico en películas de la época, supongo. Aquí tenemos a Viggo Mortensen en uno de sus primeros papeles como miembro del clan caníbal.
Menciono también El padrastro, una película muy de mi agrado,con un Terry O'Quinn enorme, como asesino perturbado que busca una familia americana perfecta, pero obviamente, tal cosa no existe, y cuando las cosas se tuercen y el hogar no es tan dulce, se cargaba a toda la familia a cuchillazos y se iba a buscar otra.
Tenía detalles sencillamente geniales, como sus ataques de violencia, especialmente el del sótano (¡Lo que hay que poner aquí es orden!) o las muecas y las caras raras que va haciendo conforme se tuercen sus asuntos. Pero sin embargo también era un psycho killer capaz de despertar compasión, y se le veía que solo quería una familia feliz; impagable la escena en que se queda en una calle, viendo embobado como un hombre llega a casa y es recibido por su mujer, su hija y el perro, la cara de O'Quinn, entre la fascinación y la impotencia por no poder conseguir algo así, es realmente sublime.
La primera secuela no estaba mal del todo, y es un desfile de caras ochenteras (Jonathan Brandis, Meg Foster, Carolyn Williams...) donde el padrastro se escapaba del manicomio y volvía a las andadas. La película tenía un gran acierto, al no repetir la trama de la primera película (la hija se da cuenta de que en su padrastro hay algo raro, y es ella la que empieza las hostilidades que al final lo echan todo a perder) sino que aquí el personaje de O'Quinn parece haber encontrado de verdad a su familia perfecta, pero al tener que matar a gente del entorno que descubre que él no es quien dice ser, las sospechas por parte de su mujer van creciendo... la tercera parte, ya sin 0'Quinn, es un engendro que traiciona totalmente la figura del padrastro, que por lo menos si que se respetaba en la primera secuela.
También quiero mencionar a otro psicópata especialmente logrado, con la cara de Rutger Hauer nada menos, Carretera al Infierno. Si la recordáis, el personaje de Hauer era un autoestopista chiflado que iba matando a quienes le recogían en coche, pero un muchacho consigue echarle del vehículo, y Hauer se empeña en hacérselas pasar realmente mal durante toda la película, echándole la culpa de sus crímenes. Salía una joven Jennifer Jason Leigh, y sobre todo las primeras apariciones de Hauer conseguían crear un clima incómodo, de estar en presencia de un psicópata de verdad, algo que trasciende de la locura, el Mal (la primera conversación entre él y el chico protagonista es genial, como Hauer va dejando caer frases con doble sentido, amenazas...). En cierta forma, es un western moderno (chico llega a tierra extraña / chico se mete en problemas / chico es falso culpable perseguido por las autoridades / chicho conoce a chica de la localidad, única que le creerá y ayudará)…
Rodada antes, con meros propósitos alimenticios, pero estrenada después de Pesadilla en Elm Street, llegaba Las colinas tienen ojos 2. La secuela tuvo la inmensa desgracia de ser más mala que pegarle a un padre, con un presupuesto paupérrimo. Eso si, la carátula del VHS, editado por una filial de la Cannon que teníamos por aquí (no Ízaro Films) era extraordinaria, mostrando el careto de Berryman en plan “dar miedo”, perros salvajes, trogloditas, motoristas a lo Mad Max… la carátula dice, la tengo aquí y cito textualmente “Así que piensas que tienes suerte de estar con vida…”. Estoy casi seguro de que debió decirlo Craven a los primeros espectadores que entraron a ver su película. Vamos, se trata de una historia donde unos chavales viajan a una competición de motos para patentar una súper revolucionaria gasolina, pero se topan con los típicos villanos caníbales, Berryman incluido, que son ya más trogloditas que salvajes. Detalles tales como que un miembro de la familia salvaje se haya vuelto civilizado y en dos o tres años se haya convertido en un integrado miembro de la sociedad civilizada, los dejo para los sociólogos… la película es condenadamente mala, recicla escenas enteras de la primera para rellenar metraje. Es la película más aburrida de la historia del género en esta década, y encima, hecha así a posta por un desganado Wes Craven.
Por último, en cuanto a psicópatas con pedigrí de la época, no puedo dejar fuera a Chucky, que en 1988 se estrenaría en Muñeco diabólico con bastante más estilo y clase de la que se le suele reconocer, de la mano del curioso Tom Holland, y ya hoy en día, ha traspasado las fronteras como personaje de una película para convertirse en otro producto a parodiar y después, comercializar.
La primera película me gusta, me gusta todo lo macabro que hay en ella, me gusta que se juegue a la duda y al falso culpable con el niño, Andy, el cual es tomado por un perturbado y responsable de los asesinatos del muñeco, me gusta ese prólogo en la juguetería, me encanta el carisma ochenteno de Chris Sarandon y la breve aparición de Brad Douriff, la única vez en que aparecerá, en carne y hueso, en la saga, y sobre todo me gusta que, pese a soltar ya algún chascarrillo, Chucky no sea convertido en payaso, en elemento cómico, o en anti héroe: aquí es el villano, y se le puede tener miedo; me gusta, por último, que no aparezca “en vivo” hasta casi el final, pues es algo que lo distancia bastante de las típicas películas de psycho killers. En general, me parece más una película de suspense que un slasher, y siempre le he visto ciertos valores, aunque por lo general, ni la primera se salva de la quema para algunos.
Mencionar también dos debilidades mías, ambas con esa actriz que tanto aportó al género en los ochenta, Jaime Lee Curtis: El tren del terror y Prom Night. La primera me encanta por que tiene un aspecto y un guión que, si, está lleno de tópicos americanos (fraternidades universitarias, sexo adolescente, cervezas, alcohol y bromas de sal gruesa…) pero también tiene momentos puros de total giallo, especialmente en la fotografía, en el personaje del asesino (escondido tras una máscara de Groucho Marx) e incluso, pasa casi media hora sin que haya cadáveres de por medio, y cuando llega el momento de empezar el body count, resulta que no es el gore y la recreación morbosa del asesinato lo que realmente importa, sino el “antes” y el “después” del asesinato. Una película, en realidad, muy diferente a los slashers de su época.
Todo eso con un juego de “quien es el asesino” en un tren en marcha del que no hay escapatoria posible, con un asesino que es casi una presencia omnipotente en el tren, algo más cercano a Agatha Christie que a Sean Cunningham. ¡Y con David Copperfield haciendo de mago! En la trama tenemos el típico asunto feo del pasado (una broma pesada con un cadáver robado y un novato, que acabó con el novato en el manicomio) que le remuerde la conciencia a la protagonista, Jamie Lee Curtis durante años, aunque no a sus compañeros.
El final era un poco absurdo, cierto, pero para el recuerdo quedan escenas como el ataque a Jamie Lee, por parte del asesino disfrazado con una máscara de viejo decrépito, o el asesinato de una muchacha, que se deja llevar al huerto por el asesino, disfrazado de monstruo del lago (disfraz que antes llevaba uno de los muchachos) y algunos toques de humor impresionantes, como el gracioso bromista de turno, que muere acuchillado ante todos sus amigos antes de que parta el tren, y todos se van riéndose de él pensando que es “otra broma del tipo este”. Humor negro puro. ¡Y encima el típico bromista muere al principio de la peli, por lo que no hay que soportarle!
Prom Night, conocida aquí con el subtítulo de La noche de la graduación, nos la editó IVS, con el sello Avco Embassy, y su mayor atractivo resulta que es EL slasher, la película más prototípica del género junto a Halloween y Viernes 13, aunque en EEUU tiene mucho más culto que aquí.
Coge algo de Halloween (turbio crimen del pasado que repercutirá sobre un grupo de adolescentes en el presente) y con Viernes 13 comparte la simpleza argumental, el reducirlo todo a los asesinatos y una pequeña dosis de suspense. A mi siempre me ha entrado la risa floja viéndola, probablemente por culpa de la presencia de Leslie Nielsen, y tenía un final con una resolución bastante loca (de hecho, el final recuerda más a Fiebre del sábado noche en su estética, que a un slasher de verdad). Me quedo sin duda con el prólogo, donde un grupo de niños cabrones persiguen a una niña hasta (por accidente) tirarla por una ventana. Lo que sigue a partir de ahí es un océano de tópicos que, de todas formas, me pone los pelos de punta por ser tan absolutamente ochentera en todo. La adoro.
Tuvo una secuela, en España titulada Hello, Mary Lou, que ya trataré en otro apartado, porque no solo no tenía nada que ver con la primera, sino que tenía elementos sobrenaturales (trataba sobre una posesión). Hubo tercera y cuarta parte, pero solo he visto la cuarta, El baile de fin de curso, donde el asesino es un cura encerrado y custodiado por la Iglesia, debido a su afición de mutilar y matar a cualquiera que practique el sexo sin estar pudorosamente casado. El curilla escapa, por supuesto, y todo lo demás, pues bastante tópico, me temo.
Toca hablar ahora de la saga Maniac Cop. Si alguien la recuerda, las diría William Lusting, y los guiones corrieron a cargo del neoyorquino Larry Cohen. La primera contaba con Tom Atkins y Bruce Campbell (casi nada) y trataba sobre un policía brutal con los delincuentes, al estilo Harry el Sucio, que fue detenido y encarcelado por su brutalidad. Le ofrecieron encerrarle en un ala especial donde contaría con protección, pero el tipo, más chulo que un ocho, se hizo encerrar con los presos comunes, a muchos de los cuales había encerrado él. Un buen día en la ducha de la cárcel lo pillan por banda, y en vez de hacer lo que todos estáis pensando, lo matan a palos. Resucita gracias a un ritual vudú, y se empieza a cargar a todo el que se cruza por su camino (inocente o no). Tiene detalles divertidísimos, muy propios de Cohen, como la paranoia urbana, de gente que dispara o huye de policías corrientes, al pensar que son el policía asesino. Ya solo por ver las caras a Campbell y Atkins en la misma película, vale la pena. Las siguientes películas contarían con Robert Davi como protagonista de la función, y mientras la segunda aún la recuerdo potable, la tercera era un absoluto bodrio (Cohen renegó del guión, diciendo que se lo habían destrozado) donde el policía asesino convence a un sacerdote vudú para devolverle la vida a una policía que está en coma, a la que quiere como novia (¡)
No puedo dejar sin mencionar la desastrosa saga de Los chicos del maíz. La primera parte, contando aún con alguna cara conocida como Linda Hamilton, es ya bastante floja, y sin embargo a mi me encanta por su ochenterismo: esos planos subjetivos de correrías y cuchillos entre los maizales al son de los coros perturbadores, esos treinteañeros (una vez más) vestidos de niños de menos de 19 años, blandiendo cuchillos y otros objetos cortantes mientras gritan “¡Muerte!” histéricamente, esos crucifijos gigantes de maíz… la película es una serie B pero con momentos muy potentes, en su día levantó toda una controversia social por su contenido “niños que mataban a sus padres”. Recuerdo que solo la carátula ya imponía respeto (Una pesadilla adulta…) y el tráiler acojonaba, con esa música tan curiosa mientras te iban mostrando varias escenas, y una voz tenebrosa decía “Jamás entres en Gatlin. El viaje… es solo de ida”.
Y en cuanto a la película, pues en su época no me pareció ni mala ni buena, me gustaba porque me entretenía, recuerdo que la grabé de Antena3 y la veía de vez en cuando. Atención al acostumbrado vejete que regenta una gasolinera, está enterado del percal que se sucede en Gatlin y trata de alejar a los forasteros. Obviamente, como todos los de su especie en los ochenta, acaba mal. Las secuelas caen todas en los noventa, y con solo decir que la primera vale más que todas las demás juntas, creo que ya queda claro su “calidad”…
Clownhouse fue otra muestra menor del género, dirigida por Victor Salva, hoy conocido por las películas de Jeeper Creepers, y por haber estado condenado por delitos de pederastia; trataba de tres asesinos que escapaban de un manicomio, mataban a unos payasos y se disfrazaban con sus ropas. Un adolescente lleva a su hermano pequeño (que tiene miedo a los payasos) al circo, para que se le quite esa fobia, y obviamente, no lo consigue. Los asesinos vestidos de payaso los siguen hasta su casa, donde sus padres, como mandan los cánones, han salido, y una vez allí se produce un asedio bastante tonto, que acaba como todos nos imaginamos.
Mencionar también una película canadiense Cumpleaños sangriento (la carátula era una tarta de cumpleaños con dedos humanos como velas) donde unos niños, nacidos todos al mismo tiempo que se produce un eclipse, se dedican a matar para celebrar sus cumpleaños. La película se dejaba ver, y lo mejor (y más raro) es que jamás tuvo secuela alguna. Quizás porque tampoco tuvo mucho éxito…
También “curiosa” es El día de la madre, de la casa Troma (y con eso, en el fondo, está todo dicho) una especie de parodia de La matanza de Texas, que lo mejor que tiene es el no tomarse en serio a si misma en ningún momento. Los dos hermanos (típicos paletos de cine americano) dominados por una madre made in Mrs. Bates secuestran a unas chavalas para someterlas a perrerías varías (violaciones delante de la madre incluidas). En ocasiones consigue dar el suficiente mal rollo, pero también hay humor bobo, totalmente esperado viniendo de la casa que viene… aquí la editó Video Cien, que también editó muchas películas de Bruce Lee, y también ochentadas como Los albóndigas en remojo, y las dos primeras partes de Los locos de Cannonball.
En la tónica de presentar sucesos horribles en ocasiones especiales (cumpleaños, graduaciones de instituto, noche de Halloween) está Inocentada Sangrienta, una cinta muy curiosa sobre una fiesta de adolescentes que se sitúa en una isla casi desierta, donde empiezan a haber muertes, bromas pesadas, alcohol, lo típico. Las bromas entre ellos alcanzan cotas de delirio realmente enormes, y lo mejor es que al final todo es una gran broma.
Mencionar también Maniac, del citado William Lusting, pero muy por encima, porque el cine gore, la verdad, nunca fue mi fuerte. Eso si, el protagonista, Joe Spinelli, es un tipo muy habitual, le recordaréis como jefe mafioso de Stallone en la primera parte de Rocky. Aquí es un perturbado que se carga a mujeres para poner sus cabelleras en unos maniquíes que tiene almacenados en el sótano.
Una cinta olvidada y no merecidamente, uno de mis títulos favoritos de la década es Solos en la oscuridad, una película de Jack Sholder con un potentísimo reparto: Donald Pleaseance, Martin Landau y Jack Palance. Unos locos en un manicomio escapan al producirse un apagón en toda la ciudad, con la intención de matar a su nuevo médico, al cual creen culpable del asesinato de su médico de toda la vida, al que tenían en mucha estima. Lo más curioso son los detalles de estos locos “no del todo locos, no del todo cuerdos”, compuestos por un militar con agorafobia, un chico casi retrasado que abusaba de niñas, un clérigo que decidió pasar de predicar a quemar su iglesia con la congregación dentro, y un asesino hemofílico que esconde su cara a los desconocidos.
Al final se produce un asedio a la casa del doctor y su familia, con bastante buen ritmo, recordando a los más agobiantes momentos de La noche de los muertos vivientes, o Asalto a la comisaría del distrito 13, en las que toda ayuda que venga del exterior es eliminada. El final, además, es absolutamente maravilloso, y es que, justo cuando Palance está en el interior de la casaSpoiler:
De Brian De Palma quiero recordar tres películas que, junto con El precio del poder, resumen su carrera en los ochenta: Vestida para matar, Impacto y Doble cuerpo.
La primera, con Michael Caine, Nancy Allen y Keith Gordon, es otro remake encubierto de Psicosis (igual que su Hermanas, en los setenta) cambiando ducha por ascensor, y sexualizando mucho más la trama, haciendo evidente todo lo que Hitchcock se limitó a sugerir. Sexo, crimen, trabajo policial chapucero, tendiendo a buscar cabezas de turco en vez de verdaderos culpables… sin duda Michael Caine está espléndido, y aunque hoy en día creo que todos nos imaginaremos, si la vemos por primera vez, quien es el culpable de las muertes, y por qué, en su día recuerdo que me impresionó mucho, sobre todo la escena del ascensor, y la persecución en el Metro de Nancy Allen, y sin duda, el final, con esa alucinación del doctor…
Impacto, con John Travolta, Nancy Allen de nuevo y John Litgow como villano, trataba sobre un técnico de sonido que una noche, buscando sonidos naturales en un bosque para la película que está rodando, presencia lo que parece, a primera vista, un accidente de coche. Un político muere, y al técnico se le pide que no hable de la mujer que iba con él, y que ha sobrevivido, puesto que es una prostituta, y si se supiera, dañaría la imagen póstuma del político. A partir de ahí, una trama curiosa, con un final que sin duda, es lo más chocante de toda la película: nunca un grito sonó mejor. Tanto Impacto como Vestida para matar las editó aquí mi vieja conocida, Video Movies Internacional.
Doble cuerpo es la más ochentera, cachonda y desprejuiciada de todas, es un puro juego donde o se entra, o se entra. Mi favorita del trío. Porque si se entra, pues se pasa un rato realmente divertido, si no, pues se verá una película excesiva y que saquea la tumba del bueno de Hitchcock. Aún así tiene escenas de suspense impagables, como la persecución el en centro comercial, o la vigilancia en la playa. El personaje de Craig Weasson es un mirón, un tipo inofensivo, cobarde, desamparado y perfecto para ser utilizado en un maquiavélico plan.
La vecina espiada por el ventanal, el buen amigo que le hace el favor de prestarle su casa, el extraño tipo de raza india que también observa a la mujer… en ningún momento se nos engaña, pero al personaje de Weasson si lo engañan, y se la cuelan bien colada. Por cierto, impresionante aparición de unos segundos, de una de mis musas, Barbara Crampton, poniéndole los cuernos al protagonista.
Tobe Hooper nos regaló en los ochenta una pequeña joya oscura, que es La casa de los horrores, puramente ochentera: comienza con un remedo de las escenas clave de Psicosis y Halloween: una mujer se desnuda y se mete en la ducha, mientras otra persona en la casa se pone una máscara, y por las rendijas de los ojos observamos que coge también un cuchillo, se dirige al baño, aparta la cortina de la ducha… y resulta ser una broma de un crío a su hermana mayor.
En la película, veremos a la muchacha acudir a una feria con un amigo y otra pareja, pese a las advertencias de su madre de que se ha anunciado extrañas desapariciones en esa feria. Poco a poco, igual que pasaba en La matanza de Texas, Hooper va preparando el shock con pequeños detalles (una anciana que amenaza a las chicas, un tipo en un camión que apunta con una escopeta al hermano pequeño de la protagonista sin ningún motivo, un viejo vagabundo que camina por la feria sin actividad aparente…) hasta llegar al meollo de la cuestión: el hijo del dueño de la feria es un ser deforme, que asesina a la pitonisa con la que tiene relaciones sexuales.
Los muchachos, que se han colado en la feria después de que esta cerrase y quedara vacía, son testigos del crimen. Y el padre del engendro, dueño de la atracción, sabe que lo son, y empieza una asfixiante persecución, donde los chicos van siendo asesinados. La película alcanza cimas del mal rollo gracias a ese ambiente tan enfermizo que conseguía Hooper en sus primeras películas, y que después, por desgracia, perdió completamente. Está basa en una novela de Dean Koontz, que curiosamente firmó con pseudónimo, y que apenas se parece en nada al argumento de la película. Hooper siempre ha dicho que fue difícil de rodar por las complejidades que suponía poner en marcha el rodaje en una feria llena de extras, y que al final no quedó todo como él hubiera querido, pero a mi me parece un buen slasher, ambientado en un entorno sórdido y con unos cuantos equívocos y juegos deliciosos (la atracción de William Finnley, por ejemplo).