II. Hombres lobo: Creo que, desde La maldición del hombre lobo, de Terence Fisher, no se volvió a hacer una buena película de licántropos hasta los ochenta. Hay incursiones en el género, desde sketches de películas de la Amicus a horrores como La bestia debe morir, una película tan indefinida que iba a tratar de brujas y hombres lobo, pero quitaron las brujas y lo convirtieron en un blaxplotation, porque un personaje era negro y era la época propicia para tal operación comercial. Todo con tiros, explosiones y correrías, vamos, una joya de la indefinición genérica.
En 1981 irrumpieron, curiosamente a la vez, tres películas que reformularían el género y lo resucitarían: Un hombre lobo americano en Londres, Aullidos y Lobos humanos (nada que ver con hombres lobo, esta última, sino con lobos a secas).
La primera, de John Landis, es mundialmente célebre por múltiples motivos: su curiosa, y a ratos fallida, aunque conseguida, mixtura entre comedia y terror, sus escenas de terror puro, que son realmente escalofriantes (el inicio en los páramos, el ataque en el Metro…) y sobre todo, la transformación de David Naughton en hombre lobo, una transformación que, lejos de solucionarse mediante elipsis y añadiendo pelo de moqueta sobre su rostro como se venía haciendo, es totalmente “auténtica” y no se escatiman en planos reveladores: huesos crujiendo, piel doblándose y estirándose, fauces aumentando… un prodigio de los efectos especiales, cortesía del genio Rick Baker.
También las apariciones de Griffin Dunne visitando a su amigo, cada vez más putrefacto, son un recurso alucinante, y las conversaciones que sostienen, como si tal cosa, son delirantes, especialmente la última, en un cine porno, donde el personaje de Dunne, Jack, se hace acompañar por los espectros de la gente asesinada por David, que intentan convencerle para que se suicide, pues hasta que no muera, ni sus víctimas ni su amigo Jack podrían descansar en paz, una cruel ironía. Esos muertos vivientes sugiriendo formas de suicido sin ninguna delicadeza, mientras su amigo intenta mediar por él, son impagables. Y todo con los sonidos de la película porno de fondo.
Landis demuestra conocer el género que está homenajeando / parodiando: así, los jóvenes llegan a una localidad apartada y entran en una taberna donde son recibidos con frialdad, y advertidos del peligro a malas penas, igual que podía ocurrir en cualquier película de la Hammer. Las muestras de humor típicas de Landis (las conversaciones entre los dos amigos antes del ataque, parecen salidas de “Desmadre a la americana”, las relaciones entre los dos torpes detectives que investigan las muertes, las idas de olla de David, como cuando se pone a gritar en la calle que “el príncipe Carlos es un maricón” para que lo detengan, etc) hoy en día me gustan y las entiendo mejor que en su día, ahora que tenemos más presente el humor negro en el cine. Se habló durante años de secuela, y Landis tenía un guión que giraba en torno a la novia del personaje de Dunne, de la que hablan al principio, pero nunca se hizo.
Luego, curiosamente casi a la vez, llegó la película de Joe Dante, Aullidos.
Dante aseguraba que su película era la mejor de hombres lobo desde la de Fisher, y yo estoy de acuerdo, aunque también pondría la de Landis a su altura. Un cuento de hadas macabro, adulto, de humor negro y crudo; pero la mezcla de humor y terror está mucho mejor llevada, quizá porque el humor es menos “National Lampoon” que en la de Landis.
Las transformaciones aquí no alcanzan la gloria de la de Landis, por ello en vez de a plena luz, como hizo Landis, aquí suceden en la oscuridad, pero igualmente se nos muestra lo mucho que duele, con músculos abriéndose y rompiéndose y toda clase de fluidos purulentos saliendo al exterior durante el proceso. De hecho, el maquillaje (del genial Rob Bottin, que pon entonces apenas tenía 20 años) iba a ser obra de Rick Baker, pero ya durante la filmación de El monstruo de las bananas, Landis le había hablado de la transformación que pretendía para una película de hombres lobo que quería preparar, y cuando a Baker le ofrecieron ambos trabajos, se decantó por Landis, supongo que pensando que tenía un compromiso con él.
Aquí tenemos otra vez a Dee Walace Stone haciendo de periodista atacada por un psicópata asesino al que ayuda a capturar a la policía; la experiencia es tan traumática para ella que se retira a una comuna (experimento muy habitual en los EEUU en los 70) con su marido, para recuperarse, y allí empezará a sospechar que pasan cosas raras relacionadas con sus excéntricos vecinos, mientras dos compañeros de la cadena de televisión donde ella trabaja, descubren que el psicópata que gracias a ella fue capturado y muerto a tiros por la policía ha desaparecido del depósito…
Aparte de la Stone hay numerosas caras conocidas, y es que Dante es un completo obseso del homenaje al cine que le gusta, así, vemos desde a Kevin McCarthy y Kenneth Tobey, protagonistas de La invasión de los ultracuerpos y El enigma de otro mundo respectivamente, en breves apariciones; Dick Miller, entrañable secundario de Corman que lo fue luego de Dante, regenta una tienda de antigüedades llena de libros sobre artes oscuras y hechos sobrenaturales, y es el que le venderá las balas de plata necesarias al amigo de la protagonista, además en su tienda podemos ver brevemente al fallecido Forrest Ackerman, hojeando un número de su propia revista, Famous Monsters of Filmland. También tenemos a John Carradine, y al mismísimo Roger Corman que interpreta a un anciano que espera en la cabina donde la protagonista recibe instrucciones del psicópata al principio de la película, y ella teme que sea el mismo asesino: la escena es calcada a aquella en La semilla del diablo, donde la Farrow se mete en una cabina para llamar al personaje de Charles Grodin, y ve a un hombre en la puerta que ella teme, sea el doctor interpretado por Bellamy. También en los nombres de los personajes hay cierta guasa, pues todo son nombres de directores de género que dirigieron alguna película de hombres lobo: George Waggner, Terry Fisher, Fred Francis…
Por supuesto, no podría dejar de mencionar a Elizabeth Brooks, claro, que interpreta la escena subidita de tono en la hoguera, y que probablemente fue el primero o uno de los primeros desnudos integrales que los de mi generación vimos en una pantalla de televisión. Curiosamente, a Dee Wallace se la invitó a no asistir al rodaje esa noche, ya que el actor que hace de su marido, Patrick McNee, era su pareja en la actualidad, y la cosa podía ser incómoda.
Debido al enorme éxito hubo secuelas. Esta es una de las sagas más largas del fantástico, y también, de las peores. La segunda, Aullidos II, debería verla cualquier persona que esté de bajón emocional, pues te hace reír si o si. La historia cuenta como un cazador de licántropos (Christopher Lee) persigue a unas cuantas de estas criaturas que viven en América. Los hombres lobo se mueven en el ambiente juvenil, en discotecas se aprovechan de su atractivo sexual para atraer a jovencitos incautos como almuerzo. Así, Lee, bien camuflado tras unas imposibles gafas de sol, les persigue hasta Europa acompañado del hermano del personaje de Dee Wallace, y la novia de este, , hasta la guarida de la reina de los hombres lobo en Transilvania, Sybil Danning, que celebra orgías peludas en su castillo. Puro delirio argumental donde no hay nada que encaje, nada natural, todo es forzado, se puede “ver” el guión escrito a base de cachondeo y de diálogos sonrojantes de serie Z. A Dante lo invitaron a verla antes del estreno, y le pidieron que hiciera algún comentario para los medios. Obviamente cuando te piden algo así, o dices algo bueno o te callas. Dante ha hablado de lo mucho que la odia… pero después de eso. En aquel momento se limitó a decir que su boca había permanecido abierta durante todo el visionado. ¡Ambigüedad total, el señor Dante!
Después hubo más secuelas, y en su momento las vi todas en vídeo o en televisión, desde Aullidos III hasta Aullidos VI: Escalofríos. Hubo una séptima entrega que creo que nunca se estrenó en nuestro país comercialmente. Hasta la quinta, todas se vieron en televisión por aquí, en los ochenta y los noventa. En una había un circo, en otra, los hombres lobo eran australianos y también tenían parte de canguros, en otra, todo sucedía en un castillo donde el hombre lobo iba eliminando a unos jovenzuelos…
serie Z pura y dura, entrañable y basuresca.
Lobos humanos no tiene nada de licantropía en su argumento, pero siempre se la ha metido en las antologías de películas de hombres lobo. Dirigida por Michael Wadleigh, un desconocido que también se encargó del documental sobre Woodstock, la película cuenta con un prólogo alucinante, donde un hombre, su esposa y su coger son asesinados de noche en un descampado, al son de un irritable molinillo que no deja de girar. El detective de la policía interpretado por Albert Finney, Wilson, aparece en el lugar de los hechos precipitadamente, todavía con chándal y zapatillas de estar por casa, bebiéndose su café. Poco a poco se irá sumergiendo en el caso, y descubre que cientos de personas han tenido muertes similares, pero nadie se ha molestado en investigarlas porque las víctimas eran vagabundos y drogadictos. James Edward Olmos, un joven indio, será el encargado de ir introduciéndolo en la trama, conforme descubra que unos lobos milenarios con inteligencia superior a la de los hombres huyeron a los guettos cuando comenzó el progreso, y nacieron las primeras grandes ciudades, y se escondieron allí, alimentándose de los hombres abandonados por la sociedad.
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La película destila un airecillo a serie B bien resuelta, y está basada en una novela de Whitley Strieber, el mismo autor de la novela en que se basa El ansia, pero quienes han podido leerla, dicen que película y novela se parecen poco.
Ya solo por la escena inicial del triple asesinato, o por la extraña afinidad y empatía que se produce entre el personaje de Finney y los lobos (puro pulp) ya vale la pena el visionado, pero además hay otra escena que me encanta: Wilson y su amigo forense intentan cazar de noche a los lobos en un barrio marginal, pero su amigo cae en sus garras y Wilson es perseguido. Todo culmina en un bar de indios, donde Olmos y sus amigos le explican todo lo que está sucediendo. Es impresionante la interpretación de Olmos en ese momento donde, tras explicar lo que sucede, le dirige a Finney una sonrisa irónica y le dice que “no haga caso de esas historias, estamos en el siglo XX y lo tenemos todo muy claro”. La voz burlona, la expresión irónica… sencillamente, un momento magistral.
En 1984 llegaría En compañía de lobos, que para mi, supera las tres anteriores a muchos niveles. Neil Jordan y Ángela Carter escriben un guión lleno de simbología y la verdad, la belleza con la que Jordan lo plasma en pantalla es difícil de olvidar. Las pequeñas historias que va soñando la pequeña Rosaleen (el chico que hizo un pacto fáustico “para quedarse siempre en la Tierra”, la mujer que se casa con un lobo sin saberlo, y es abandonada en la noche de bodas, la despechada víctima de un marqués que convertirá en lobos a los asistentes a su boda…) son todos pequeñas joyas, pequeñas maravillas, engarzadas en la historia principal de una Rosaleen que vive en la edad media, como cuentos que le narra su abuela, Ángela Lansbury, lo que al mismo tiempo es un sueño de Rosaleen, una muchacha que duerme en su casa, en la actualidad.
Sapos, lobos, insectos, erizos, pájaros, agua… salen a símbolo por plano, prácticamente. Hay escenas magistrales dentro de la historia principal, como el momento en que la niña trepa por un árbol para encontrarse con algunos objetos femeninos, y un huevo del que sale la efigie de un bebé, la escena en que el padre vuelve de una cacería de lobos y saca la pata de uno de ellos, cortada como recuerdo, encontrándose una mano humana, o el momento en que todos los juguetes de la niña, agrandados de tamaño, y también la abuela, convertida en muñeca de porcelana, estallan.
También el final es impresionante, aunque claro, no lo voy a contar aquí. Se trata de una película que me puede, la he visto varias veces y cada vez, le saco algo nuevo. También es verdad que carece del sentido del humor de las anteriores, pero es que esta historia no necesita humor, se trata de una historia seria llena de simbología y crueles cuentos de hadas muy poco inocentes. Pura maravilla.
Después mencionar Miedo Azul, otra adaptación de un texto de Stephen King, que en los ochenta aparecía en las estanterías de librerías y videoclubs por igual, como churros. Editada por Filmayer Vídeo, contada con Corey Haim, que junto con el otro Corey es una parte importante del cine juvenil de la época.
Aquí se trata de un chaval en silla de ruedas, al que su hermana mayor detesta tener que cuidar siempre. Poco a poco, los típicos secundarios pueblerinos, made in Stephen King van siendo eliminados por el hombre lobo, y el personaje de Haim, más listo que el hambre, empezará a investigar con ayuda de su hermanita. Tenemos caras de serie B bastante reconocibles, como Everett McGill, que apareció en Twin Peaks, y también en El sótano del miedo, de Craven; Terry O’Quinn (haciendo de sheriff, practicando ya sus dotes de mando) Gary Busey, vamos, un reparto absolutamente delicioso y típico de la época. Se trata de la típica película que en un sábado lluvioso te veías en casa con los amigos (en la época en que todavía ponían películas en televisión, hoy una utopía) se trata de un subproducto, pero bien resuelto.
Teen Wolf, o “De pelo en pecho” (nuevamente, nuestros amados traductores de títulos en España, tan queridos y con semejantes iniciativas), un clásico de su época. En su día la grabé de la tele, y llegué a quemar la cinta de tanto verla. Repetía los diálogos a la vez que la veía, y me sabía hasta los anuncios, me sigo riendo hoy en día con la escena del barril de cerveza, o el surfeo en el coche (brutal cuando el padre se lo reprocha al día siguiente). También me encanta Styles, todas las películas ochenteras adolescentes tienen un Styles, un cachondo mental que no se toma nada en serio, habitualmente adicto a la cerveza y a ligar sin éxito, a hacer el ridículo sin que le importe lo más mínimo, a llevar camisetas con leyendas estrafalarias y a hacernos reír, a los ochenteros.
Lo cierto es que, nos guste o no, Michael J. Fox es parte de los ochenta, parte de la infancia o adolescencia de todos los que crecimos con Regreso al futuro, Teen Wolf, Colegas a la fuerza, o El secreto de mi éxito. Se trata de una película que, hoy en día, que duda cabe, puede haber envejecido, pero yo creo que sigue manteniendo intacta su dosis de inocencia (una historia de hombres lobo donde no muere nadie y el "monstruo" es el héroe) y que las nuevas generaciones podrían disfrutarla sin ningún problema.
La secuela contaba esencialmente la misma historia, siendo ahora el primo de Fox el que sufriría en sus carnes la licantropía, y cambiando baloncesto por boxeo.
También quiero mencionar una absoluta rareza, en realidad, la primera película de hombres lobo rodada en los ochenta, solo que fue estrenada después de las películas de Landis y Dante: Regreso a Full Moon High. Escrita y dirigida por Larry Cohen, el protagonista, Adam Arkin, tiene un curioso parecido de look con David Naughton. Se trata de un muchacho que tiene éxito en el fútbol americano. Un buen día aprovecha una visita oficial de su padre, un militar de alto rango, a Transilvania, y le acompaña. Una noche, mientras pasea al son de los violines, es mordido por un hombre lobo. A partir de de ese día, cada vez que haya luna llena, o que escuche el sonido de los violines, está condenado a convertirse en hombre lobo y morder a la gente en el culo. Dándose cuenta de que no puede volver a su hogar, y muerto su padre en un estúpido accidente, decide viajar por el mundo (es curioso, pero su licantropía lo conserva eternamente joven, suponemos que inmortal). Vamos viéndole recorrer las calles y en paralelo, cuadros de presidentes de los EEUU que van siendo retirados y sustituidos por otros. Finalmente, en los ochenta, vuelve a su pueblo natal y se inscribe en su instituto haciéndose pasar por su propio hijo, despertando el interés de una obsesa sexual que antaño estaba loca por él, y de otras varias féminas que se vuelven locas por sus peludos huesos.
Paul Naschy también hizo algo en la época, aunque por desgracia, más bien malo. Sus mejores películas, para mi, están en la década anterior. El aullido del diablo, Licántropo a principios de los noventa, y por supuesto, Buenas noches, señor monstruo, que casi resulta lo mejor de la década, en cuanto al entrañable Naschy, esa película que siempre se comentaba al día siguiente en el colegio, y que, cada vez que te llevaban de excursión, esperabas que sucediese una aventura parecida. Drácula, el doctor Frankenstein y su mongólica criatura, por supuesto el hombre lobo, o “HL” como le llamaban, y naturalmente, el entrañable Piraña como Draculín aprendiz, aunque cosa rara, el chiquillo prefería los bocadillos a la sangre caliente de las jovencitas que se presentaban en el castillo.
También hubo una película, casi en clave de comedia, titulada Tres historias para no dormir, cuya carátula me daba miedo en el videoclub. Era una cinta de sketches, uno de los cuales tenía a un hombre lobo que perseguía a una muchacha, que hacía footing con un chándal rojo. Una revisitación moderna de Caperucita.
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