VI: El Diablo (y sus amigos): No me pondré al nivel de Cristóbal Colón cuando descubrió América, si digo que el cine “satánico/satanista” contemporáneo se inició en 1973 con El exorcista (aunque por supuesto, la suma iniciadora fue la obra maestra de Polanski al menos en cuanto a demonios y satanistas en la época moderna).
El exorcista se vio rodeada de una campaña publicitaria que la infló mucho, sobre todo por sus extraños sucesos. Su enorme éxito, sin embargo, supuso la aparición de dos inevitables secuelas: El exorcista 2: El Hereje, y El exorcista III.
El exorcista II, editada por Warner Home vídeo, la pude ver en televisión una noche de verano. Es una cinta fallida, por muchos motivos. El principal: querer hacer, al mismo tiempo, lo mismo, y algo diferente. Así, tenemos de nuevo a Reagan y una posesión de por medio, pero también tenemos el papel de la psicología, la ciencia y la tecnología, la hipnosis... en los pases de prueba, el hereje salió mal parada, siendo remontada para ser más comercial. Es una película sin más razón de ser que aprovechar un filón comercial. Y es una lástima, porque su director, John Boorman, tiene un gran sentido para las ideas visuales, y podía haber hecho virguerías si hubiera tenido un buen guión.
Con un enfermo George C. Scott en el papel que en su día interpretase el memorable Lee J. Cobb, El exorcista III se basa en una novela del autor del original, William Peter Blatty, que además la dirige. Narra unos crímenes rituales que un policía identifica como los de un antiguo asesino, Géminis, al cual capturó, y de hecho, fue ejecutado… un extraño loco encerrado en un manicomio que parece dejado de la mano de Dios, volverá a meter al policía en un caso viejo y extraño, sucedido años atrás.
Se trata de una película que logra superar a la primera secuela, amén de muchas de las imitaciones, gracias a que simplemente, no busca imitar la original, ni siquiera intenta igualar sus logros, solo ofrecer una correcta historia de suspense sobrenatural, sin redundar en la primera parte (nos salvamos del vómito de puré de guisantes) y con varios momentos que consiguen arrancarnos el sobresalto (especialmente en ese lóbrego manicomio).
Otra propuesta, más contenida y apostando más por el suspense, fue La profecía, que devino en tres secuelas. La tercera de ella, El final de Damien, nos llegó en 1981. Contaba la historia del Anticristo en su edad adulta: tiene 32 años (a punto de cumplir la edad de Jesucristo cuando fue crucificado) y dirige su todopoderosa compañía, industrias Thorn, que como ya vimos en la anterior secuela, consigue todo su poder al convertir el hambre en el mundo en un negocio. Además, Damien ya empieza a moverse discreta pero fulgurantemente hacia el mundo de la política, como amigo personal del Presidente que es.
La historia, por un lado, revela que unos monjes italianos han encontrado las siete dagas, lo único en la Tierra capaz de acabar con la vida del Anticristo, y se disponen a utilizarlas contra él, y por otro lado, conocemos a Damien gracias al punto de vista de una periodista inglesa que le conoce en una fiesta, e inicia un improbable romance con él, conociendo, poco a poco, todos los oscuros secretos que rodean a la carismática figura pública.
Pese a tener cosas interesantes (el nacimiento del nuevo Mesías, los asesinatos de niños nacidos la misma noche, o la visión de esa masa humana compuesta por fanáticos del Anticristo) la película hace aguas por todas partes, y tiene un final que se carga los pocos logros que alcanza la película, demasiado precipitado y lo peor, incoherente con las reglas que las dos anteriores habían establecido.
Sam Neill se convierte en un Anticristo frío y calculador, cuando quizá deberían haberle presentado como mucho más carismático y encantador; pese a eso, las conversaciones de Neill con su “padre” junto a un crucifijo están plagadas de diálogos que se notan mínimamente trabajados. Por cierto que aquí volvemos a tener un chucho vagabundo como ejecutor de las muertes de quienes se interponen en la ascensión de Damien.
No olvidar nunca esa pequeña joya de posesión sexual que es El ente, de Sidney J. Furie. Director de Superman IV: En busca de la paz, dato más que suficiente para alejar a muchos de la filmografía de este hombre. Craso error, pues El ente es una de las películas más extrañas, sugerentes y angustiosas de los ochenta. Además, supuestamente basada en hechos reales, toma ya. Barbara Hershey encarna un tour de force contra una criatura a la que no puede ver, con la que no puede comunicarse, y de la que, lo único que sabe, es que goza haciéndola sufrir. Se me ocurren pocos planteamientos más estresantes: al menos cuando hablamos de posesión satánica, parafraseando a los cazafantasmas "usted sabe a quien llamar", pero aquí, Hersey se enfrenta a un ente incognoscible, incomprensible.
Barbara Hershey le da su maravilloso arte ante las cámaras al personaje de Carla Moran, madre de varios hijos, sin nada que la distinga de miles de mujeres, hasta que una noche, sufre una brutal violación, por parte de… nadie. Un extraño ente invisible la viola con brutalidad, de forma imprevista, al principio cuando está sola, luego, sin importarle si hay testigos. La mujer acude al departamento de psiquiatría de un hospital, donde son incapaces de resolver su problema, y le aconsejan que visite el departamento de parapsicología, donde la intentarán asistir.
Las imágenes finales (supuestamente “diseñadas” a partir de fotografías reales del suceso) lo dejan todo bastante abierto, sin un final claro, ni mucho menos satisfactorio. No os podréis ir a dormir tranquilos.
Nunca nadie que haya visto El corazón del ángel la puede olvidar. Una película turbadora en extremo, llena de imágenes crudas y explícitas de violencia, sangre, sexo. Y todo ello contribuye, si, pero no es lo más inquietante. En general, es una película que consigue crear un ambiente, una atmósfera, que en los minutos finales se acerca mucho a una auténtica pesadilla.
Harry Angel (un Rourke que me hace llorarle por lo que nos perdimos, aquí se ve que tenía verdadero talento) es un detective de mala muerte que sobrevive a malas penas en las frías calles de Nueva York de los años cincuenta. Le llega un caso que en principio parece rutinario, encontrar a un añejo cantante de jazz, Johnny Favourite, que durante la guerra, quedó herido en la cara y en la cabeza, y se supone que ahora está irreconocible y amnésico. El cliente, Louis Cypher, es un hombre refinado y adinerado (Robert DeNiro, magníficamente contenido) que contrata a Angel por razones que el detective no tiene muy claras, pues él es un don nadie, y cuyos jueguecitos de tericia con su bastón, o su manera escalofriante de pelar un huevo, dejan ver a las claras que no se trata de un hombre normal, ni mucho menos.
El personaje de Angel comienza su investigación a Nueva York, pero se traslada a Nueva Orleáns, una tierra pegajosa, húmeda y calurosa donde entrará en contacto con gentes dispares, desde una médium de clase alta (Charlotte Rampling, que guapa sale esta chica siempre) a una joven madre soltera que practica sospechosos ritos de vudú (Lisa Bonet.
La investigación no parece ir a ninguna parte, pero Angel sospecha que está cerca, pues todo aquel al que interroga aparece después asesinado, de forma realmente sangrienta.
Sin duda lo mejor de la película es su atmósfera, conseguida gracias a una simbología que satura el film: ascensores que bajan, ventiladores que se paran y comienzan a girar en sentido contrario (auténticos presagios de la llegada del Mal) crucifijos, estrellas de cinco puntas, monjas negras vestidas de blanco, Biblias, y una banda sonora que parece susurrar constantemente el nombre del protagonista, nos van metiendo en la investigación, en ese mundo retorcido y malsano donde nadie es inocente, parece que todos hayan vendido su alma al Diablo…
Mucho más vulgar me parece Las brujas de Eastwick, película trufada de buenas ideas, buen reparto y potencia visual, y que a pesar de todo, nunca he logrado soportar entera. Susan Sarandon, Cher, y Michelle Pfeiffer son tres mujeres solteras o divorciadas, que están cansadas de que todos los hombres de su victoriano e hipócrita pueblo se “pasen” con ellas. Una noche de alcohol y charlas convocan al hombre perfecto, desconociendo que tienen cierto poder… al día siguiente aparece un hombre nuevo en el pueblo, un tipo cuyo nombre todos olvidan (Darryl Van Horne) que será, en realidad, la respuesta a sus oraciones… y a sus pesadillas.
Comedia indefinida con toques de sátira, en ningún momento pretende ser película de terror (y si Miller lo pretendía, fracasó de plano) donde Jack Nicholson se presenta para ofrecer su registro más sobreactuado, quizá preparándose para interpretar al Joker. Su personaje en ningún momento parece el Diablo, nunca tenemos la sensación de la presencia del Mal, solo, como él mismo se define, “un diablillo cachondo y normal”, un monstruo guasón con capacidad de dar a las mujeres lo que estas buscan… al menos, al principio de sus relaciones.
Su comportamiento, abiertamente descarado, vulgar y ofensivo para con las tres damas a las que, a pesar de todo, seduce, es repulsivo. Su conocimiento de las insatisfechas y aburridas vidas del trío es casi lo mejor, así como las seducciones por separado, como la de Cher, donde tras almorzar, la seduce exponiéndole lo poco que le espera si vuelve a casa, lo vacío de su vida, donde ya nadie la necesita ni la está esperando. Probablemente ese monólogo sea lo mejor de la película.
Y no es solo Nicholson el único en sobreactuar. La vecina reprimida e histérica interpretada por Verónica Cartwright se hace verdaderamente insoportable, aunque tengo que confesar que me eché unas risas con su aparición en la iglesia, totalmente desbocada y neurótica, y su charla loca: “¿Pero no lo ves? ¿Sabes lo que hay en esa casa? ¡Vicio! ¡Perversión! ¡Y desvergüenza! Drogas..., luego vendrán los crímenes, las violaciones, los incestos, los afrodisíacos, los consoladores, el coito anal! ¡Escuchame por favor, no tengo nada en contra de un buen polvo, pero aquí hay un peligro y hay que pararlo...
Tampoco puedo dejar de reseñar esa grata y desconocida curiosidad que esMister Frost: una coproducción entre Francia y el Reino Unido con Jeff Goldblum, Alan Bates y Kathy Baker.
Dos jóvenes ladrones acuden a robar a una casa de campo, pero en el garaje hallan un cadáver. Pocos días después, la policía acude a la casa para investigar sobre dicho cadáver, y el inspector Detweiler (Bates) encuentra al dueño, Mister Frost, un solitario excéntrico que ocupa su tiempo en hacer pasteles y otros postres para tras fotografiarlos, tirarlos a la basura. Durante la entrevista, Frost confiesa con enorme calma haber asesinado y enterrado a varias personas. Detenido, se encuentran multitud de cadáveres torturados hasta la muerte enterrados en su finca, y Frost es enviado a un sanatorio mental.
Varios años después, Frost es trasladado a un manicomio en Europa. Ha pasado ya por varios, y no solo no ha pronunciado ni una sola palabra en ese tiempo, sino que además, nadie ha logrado averiguar quien es: ni su nombre de pila, su nacionalidad, ni un solo dato de su biografía. En la práctica, es como si no existiera. En el hospital, Frost habla al fin, con la doctora Day (Baker) a la que elige para una peculiar confrontación: Frost le explica que en realidad, es el Diablo en persona, y que ha acudido allí porque el mundo no cree en él, pero lo harán si consigue convencer a la ciencia (a la doctora Day) de que es el Diablo, y así la gente volverá a creer. En resumen, se libra una batalla entre ciencia y fe, con interesantes y alargadas conversaciones entre Goldblum y su psiquiatra, mientras se suceden distintos sucesos extraños en el entorno de la doctora, y Frost se dedica a hacer milagritos…
Se trata de una película muy alejada de otras muestras americanas del subgénero: tranquila, pausada, de música melancólica, sin apenas acción, todo girando en torno a tres personajes: un posible esquizofrénico paranoico que también (podría ser) el Diablo en persona; una psiquiatra moderna, de ideas progresistas, cuya vida está anclada en la ciencia, y un policía retirado y atormentado, obsesionado por los crímenes de Frost, el cual, está convencido, es el mismísimo Diablo.
El diablo interpretado por Goldblum es un hombre que ha cometido actos de enorme violencia (tortura de niños incluída) pero nosotros nunca lo vemos cometer ni un solo acto de violencia en el filme. En cambio, son interesantísimos sus monólogos sobre el porqué ha decidido “subir a la Tierra”, porque el hombre ha perdido su capacidad para la imaginación, para la fe. Como dice, ya nadie cree en el Diablo, ya nadie le vende su alma como antaño.
Tampoco quiero pasar por alto la película de uno de mis directores favoritos: El príncipe de las tinieblas, de John Carpenter. Una película realmente extraña donde no llegamos a ver al Diablo (para el cual, se da explicación científica) pero si asistimos a su intento para retornar a nuestro plano de existencia.
Un sacerdote sin nombre (Donald Pleaseance) descubre, tras la muerte de un compañero que hacía voto de silencio, un cofrecito con una llave. La llave abre el sótano de una iglesia abandonada donde hay un enorme frasco que contiene un sospechoso líquido verde en ebullición, y un libro antiguo que presenta fórmulas matemáticas todavía sin inventar en la época en que se escribió. Requerirá la ayuda de un reputado científico (Victor Wong) y un grupo de estudiantes y especialistas, para pasar un fin de semana en la iglesia e investigar el fenómeno.
Una vez allí, descifrar el misterioso libro no será fácil (mezcla de varios idiomas y de ecuaciones matemáticas avanzadísimas) pero conforme lo hagan, descubrirán una terrible realidad: Dios y el Diablo presuntamente existen, si bien son fuerzas que habitan regiones paralelas. Dios envió a Jesucristo (que era un extraterrestre en forma humana) a vencer a Satán hace dos mil años, y aunque no logró matarlo, pudo expulsarlo a otra dimensión, pero ahora quiere retornar… el líquido verde convierte a quienes lo tragan en zombis al servicio de Satanás, y una de las científicas comienza a convertirse en otra cosa (en realidad, el Anticristo) mientras unos vagabundos sospechosos y amenazadores, liderados por Alice Cooper, asesinan a todo aquel que trata de escapar de la Iglesia.
Pese a que le sobran ciertos toques de humor para matar la tensión, provenientes del personaje de Dennis Dun, se trata de una película menor, pero en absoluto fallida del señor Carpenter, que consigue transmitir muy bien la tensión, en el énésimo encierro en situación desesperada de su filmografía. La alianza entre la ciencia y la fe, quizás y solo quizás, puede detener el advenimiento de Satanás, que está por llegar en la vieja y derruida iglesia.
Por si esa extraña sinopsis anterior, repleta de alucinógenos sucesos, no fuera suficiente, tenemos además un elemento más que sumar a la olla, muy interesante: esos sueños que los protagonistas van teniendo, donde una figura sombría les advierte lo que va a suceder, y que resultan ser grabaciones enviadas por los desesperados seres humanos del año 1999, que viven bajo el dominio del mismísimo Diablo.
Las muertes, siempre con el toque de violencia (sin llegar al gore) son bastante macabras, alguna con un toque de erotismo, y son curiosos todos los elementos que usa el Mal en su batalla (los vagabundos siniestros, los zombis, o los insectos que se multiplican poco a poco en torno a la iglesia) así como los jueguecitos con los espejos, que los protagonistas saben, son las mismísimas puertas por las que se accede al Infierno, y sobre todo, el final (aunque es una característica muy típica de Carpenter, sus enormes finales).
En cuanto a brujos y brujería, hubo algunos subproductos telefilmescos que no voy a reseñar, pero empezaré con el díptico (en los noventa, trilogía) de Warlock el Brujo.
La primera parte es una historia correcta, a ratos aséptica hasta aburrir, a ratos muy interesante, que se limita a cambiar el mundo futurista post apocalíptico por el pasado, cuando los hombres eran condenados y ejecutados por brujería, pero en esencia, la película es un plagio de Terminator, de Cameron. Dirigida por Steve Miner, cuenta la historia de un brujo, (esto es, warlock, que los dobladores usarán como nombre propio), que por sus maldades al servicio de Satán, es condenado a morir ejecutado en el siglo XVII, pero logra escapar por un portal temporal. En el último momento, el inquisidor que le dio caza se percata de lo sucedido y va tras él. Llegan a los años ochenta, donde Warlock tiene que buscar las partes separadas de un Grimorio que, si es unido, revela el auténtico nombre de Satán, y si este es pronunciado aunque solo sea una vez, provocará el Apocalipsis. El inquisidor, por su parte, se une a una muchacha superficial, en cuya casa Warlock roba una de las partes del libro, echando a la chica una maldición para que envejezca veinte años cada día. Los dos se unen para detener la maldición e impedir que Warlock se haga con el libro completo.
Sin duda hay cosas interesantes como que a los brujos les repela la sal, y que no puedan siquiera pisar suelo sagrado, además en su presencia las llamas se apagan, la leche se corta, etc, Las prácticas de Warlock para encontrar el libro son más bien explícitas: se presenta a una médium farsante y le da el nombre de alguien para que lo invoque “es como un padre para mi”. La farsante FINGE ser ese pariente, pero a los pocos segundos se convierte en una bestia, pues Warlock ha invocado a Satán: este le dice que los ojos de la médium le guiarían en su búsqueda, para lo cual tendrá que arrancárselos…
La última película de brujos que quiero reseñar es Los creyentes, de John Schlesinger, con Martin Sheen, Helen Shaver, Robert Logia y Richard Masur. En esa película, Sheen interpretaba Cal Jameson, un psiquiatra que trataba policías con traumas, vive con su hijo pequeño y ha enviudado recientemente.
Un día, descubre a un policía que obsesionado con rituales de vudú que ha estado investigando, en los cuales se sacrifica a niños, huye del hospital donde estaba internado. Más tarde, quedan en un bar, pero de pronto el policía se pone a gritar, diciendo que tiene culebras en el estómago, y se suicida con un brutal harakiri. El jefe de policía (Logia) muestra a Cal que la autopsia ha revelado culebras vivas en el estómago del policía. Poco a poco, el psiquiatra comienza s sospechar que una serie de hombres poderosos e influyentes de la ciudad han formado un grupo secreto que obtiene poder vudú para enriquecerse y destruir a sus enemigos, aunque eso si, el precio por entrar en la secta es el sacrificio del hijo primogénito… conforme Cal se acerca a la secta, comienza a sospechar que sus miembros le conocen a él, y que además, pretenden incluirle en su grupo…
La película tiene momentos realmente acojonantes, casi siempre protagonizados por el enorme haitiano de ojos de cristal que se ocupa de llevar a cabo las maldiciones y demás ritos, y es inolvidable el momento en que se pone a bailar como loco durante una fiesta, con esos ojos tan alucinados, o su primera aparición en un aeropuerto, donde "convence" a un agente de aduanas, para no tener que abrir su maleta (que resulta estar llena de dardos, venenos y dagas ceremoniales).
También es elogiable el personaje de Jimmy Smits, el inolvidable policía atormentado y acosado, practicante de la inofensiva santería, que sabe perfectamente que está siendo maldecido por una secta tan poderosa que sus dioses particulares no pueden defenderle. Su enloquecida muerte en el bar, gritando "¡Culebras!" una y otra vez, confieso que me aterrorizó bastante en su momento.
Por lo demás, se trata de una película de suspense sobrenatural con toques inquietantes, hoy bastante olvidada, me temo, y es una pena, porque dentro de su modestia, es de lo mejorcito en los ochenta, en cuanto a cine fantástico sin demasiadas pretensiones.
Reposeída, es una comedia de finales de los ochenta, donde se parodia la famosa película de Friedkin... ¡antes de que lo hiciera Scary Movie! Leslie Nielsen se pone la sotana que calzase en su día el honorable Max Von Sydow, y Linda Blair (que sin duda, debe tener un sentido del humor a prueba de bombas) se vuelve a cubrir la piel de porquería.
Aunque cambian los nombres, quizá por hacer un distanciamiento humorístico, quizá (probablemente) por problemas de derechos, la historia es la misma: Blair es ahora Nancy Aglet, que tras sufrir un brutal exorcismo cuando era niña, ha llevado una vida normal, se ha casado y ha tenido dos hijos. Ahora, Satán vuelve a apoderarse de su cuerpo, y un párroco local, el padre Luke, es demandado para asistirla, pero Luke ha perdido la fe en Dios, y tras investigar, acude al padre Meyiah (Nielsen) que no murió durante el primer exorcismo, solo sufrió un infarto. Ahora, débil viejo y desentrenado, Meyiah declina exorcizar a Nancy, pero cuando un matrimonio de hipócritas telepredicadores decidan "exorcizar" a Nancy y televisarlo de paso, para ganar más dinero, Meyiah tendrá que levantarse de su sila para salvar el alma de Nancy una vez más, devolver a Satán al Infierno, y ridiculizar el mayor número de escenas del film original posibles...
A ratos divertida, a ratos tan ridícula y mala que se hace más divertida todavía, se trata de un film bien flojo pero que a la vez, es una comedia voluntaria que se convierte, por su estupidez, en comedia absurda involuntaria, auténtico goce para el espectador desprejuiciado.
Frank LaLoggia es un director que tiene una correcta y sensible historia de suspense y fantasmas, El misterio de la dama blanca, pero también tiene en su filmografía una de las peores películas de los ochenta: Lucifer. La vi hace mucho (y no pienso repetir, y para que yo diga eso...) pero intentaré reproducir su descacharrante argumento para vosotros: Dios envía a sus ángeles a la Tierra a combatir a Satán, reencarnados en seres humanos, con tan buena fortuna que matan a Satán, aunque este se reencarna en un niño recién nacido. De adolescente, el niño es Carrie en versión masculina, vamos, que se lleva collejas para desayunar, comer y cenar. Los matoncetes de clase, tan pronto le desparraman los libros por el suelo mediante la zancadilla de rigor, o uno de ellos le mete un morreo en toda regla en medio de la ducha masculina![]()
El acoso continúa hasta que el nene, que recordemos, no es ya hijo de Satán, sino Satán en persona, se cabrea y comienza a masacrar gente, coincidiendo el momento con que cumple dieciocho años. Pero MALA. FX cutres, y matanzas increíbles, estamos ante un pestiño del quince que merece verse (es un decir, no me vayan a acusar de promover el suicidio en masa) por lo remala y cutre que es.
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