Los inútiles (I vitelloni, 1953)



Esos terneros demasiado crecidos para su edad, que es lo que el título significa literalmente [‘vitello’ significa ‘ternera’ en italiano], aún no han sido destetados, pero ya son capaces de meterse en problemas” (según palabras de Fellini recogidas por Charlotte Chandler en “Yo, Fellini”, una peculiar biografía que da voz a Fellini en primera persona). Esos vitelloni, esos niños grandes, caprichosos, holgazanes, malcriados, buenos para nada, serán los protagonistas de este excelente film, primero con el que Fellini obtuvo un notable éxito, León de Plata en Venecia incluido.

Una triste, melancólica, música de Nino Rota acompaña el inicio del film, que tiene lugar durante la elección de Miss Sirena 1953 en el Kursaal de la ciudad costera (una remembranza del Rimini natal de Fellini, aunque rodada en su mayor parte en Ostia y Viterbo, o sea en el mar Tirreno, no en el Adriático).

Durante la ceremonia del concurso, una voz en off (la de Riccardo Cucciolla), no identificada en ningún momento aunque de sus palabras se desprende que se trata de la voz de otro vitellone, nos presenta a los cinco protagonistas (hay un sexto vitellone, con bigotito, que nunca adquiere protagonismo y que acaba por desaparecer de pantalla, el que levanta la mano en la siguiente imagen. ¿Quizá es su voz la del narrador?).




Son Fausto (excelente Franco Fabrizi, aunque leo con sorpresa en imdb que estaba doblado por Nino Manfredi), un sinvergüenza, mujeriego y caradura, un fresco absolutamente irresponsable y que intenta siempre sacar tajada, en especial en lo sexual, de las situaciones;



Alberto (espléndido Alberto Sordi, confirmando su calidad como actor), un niño de mamá, mimado e incapaz de dar un palo al agua, que se aprovecha del trabajo de su hermana, y que muestra una tendencia homosexual en el fondo reprimida;



Leopoldo (Leopoldo Trieste, más contenido que en Lo sceicco bianco), un escritor aficionado, que probablemente nunca abandonará el pueblo ni triunfará como literato;




Riccardo (Riccardo Fellini, hermano del director, con el que guarda un marcado parecido), aficionado a cantar, no pasará de amenizar bodas, banquetes o entierros;




y finalmente Moraldo (sobrio Franco Interlenghi, al que recientemente vimos en un film de Antonioni, I vinti, en la revisión que dedicamos al de Ferrara), el que parece sentirse más incómodo en su papel de vitellone, al que su conciencia, su ambición, le empujará al final a abandonar el pueblo rumbo a la gran ciudad.



Durante la fiesta, la ganadora, Sandra (magnífica Leonora Ruffo, dando perfectamente el tipo de joven ingenua y enamorada, sin necesidad de parecer rematadamente boba como la Wanda de Lo sceicco bianco), hermana de Moraldo y novia de Fausto, se siente mal, se marea.



La razón es que está embarazada. La primera reacción de Fausto será hacer las maletas e intentar dejar el pueblo, pero su padre se lo impedirá. Así pues, se organiza una rápida ceremonia de matrimonio, seguida de un viaje de luna de miel a Roma.




La ausencia de Fausto, en cierto modo el líder del grupo (grupo que me ha hecho recordar un magnífico film de Bardem, con muchos puntos de contacto con este: Calle Mayor), parece acentuar todavía más la vida sin sentido de los vitelloni, con su deambular nocturno o sus paseos por la playa desierta.



La vuelta de Fausto parece sacarlos, momentáneamente, de la apatía:



Regresa con un tocadiscos con el que hace sonar un ritmo que trae de la capital, un mambo, haciéndoles una demostración práctica de cómo bailarlo (mientras, en el fondo del plano, maliciosamente, Fellini nos muestra unos obreros de la construcción, laboriosas abejas al lado de esos rematados zánganos).



El casquivano Fausto, por medio de su suegro, consigue trabajo (de lo cual se siente avergonzado delante de sus amigotes) en una tienda de objetos religiosos. Pero la formalidad no es su fuerte: es capaz de intentar seducir a la mujer de la butaca de al lado en el cine, a pesar de estar acompañado de Sandra, o más tarde insinuarse descaradamente a la mujer del propietario de la tienda (lo que comportará la perdida de su puesto de trabajo).



Antes hemos asistido a uno de los momentos culminantes del film: la fiesta de Carnaval. Han pasado los meses y las únicas novedades, como apunta irónico el narrador, es que Riccardo se ha dejado el bigote, Alberto las patillas y Leopoldo la perilla. Pero el Carnaval va a potenciar que los vitelloni exterioricen sus personalidades reprimidas, en especial Alberto, vestido de mujer, emborrachándose y terminando por arrastrarse patéticamente hasta la casa de la mamma.




Es una de las escenas más brillantes del film, con un magnífico montaje de diversos planos con diferentes angulaciones de cámara. En el baile suena de fondo (como también en algún otro momento del film) la famosa pieza “I cerco la Titina”, que Chaplin convertiría en inolvidable en uno de los momentos estelares de Modern Times.



Por cierto, a mí esa caracterización de mujer de Sordi me recuerda mucho a la de Jack Lemmon en Some Like It Hot.





Por la mañana, en una población semidesierta, donde se hace presente (como en tantas ocasiones en el cine de Fellini), el sonido del viento (entre onírico y metafísico), Alberto no podrá impedir la marcha de su hermana, y acabará llorando a los pies de su mamma.

Fausto, una vez despedido, va a robar, junto a Moraldo, la figura de un ángel dorado de la tienda donde trabajaba, con la colaboración de Giudizio, el tonto del pueblo, personaje que reaparecerá en Amarcord. Los tres inician un frustrado periplo para intentar colocar la imagen en un convento de monjas primero, y en uno de frailes después, sin éxito, dejando al final el ángel en compañía de Giudizio (uno de esos momentos tan fellinianos en que se entremezcla lo fantástico y lo marginal).



La llegada de una compañía de variedades al pueblo, que parece escapada de Luci del varietà, va a desencadenar el clímax final.



Por un lado, Leopoldo descubre que su admirado Sergio Natali (Achille Majeroni, en un papel para el que se pensó en Vittorio de Sica), el capocomico, no está interesado en su obra de teatro, sino en él, lo que provoca la huida espantada de Leopoldo del solitario lugar en la playa a donde lo ha conducido el viejo actor homosexual.



Mientras tanto, Fausto se beneficia una de las bailarinas del espectáculo. Sandra, harta de las infidelidades del marido, desaparece con su hijo, iniciándose una búsqueda en la que participa todo el grupo de amigos. Pero, genio y figura, ni siquiera en un momento como ese los vitelloni van a mostrarse serios y responsables: Alberto no desaprovecha la ocasión para hacer un aparatoso corte de mangas a unos obreros que trabajan en la carretera, teniendo que salir por piernas ante la ira de los operarios.



Al final, Fausto encontrará a Sandra en casa de su padre, que castigará al hijo a golpes de cinturón. Moraldo, hastiado de la vida en el pueblo, decide partir por la mañana temprano con el tren, una huida que tiene algo de autobiográfica (Fellini ha insistido que Moraldo, en cierto modo, simboliza sus propios deseos de irse de Rimini para vivir en Roma). Fellini filma esa despedida de una forma muy original (demostrando que su brillante imaginación no solo se limita a lo temático): mediante unos violentos travellings en las habitaciones de sus amigos, como si los vislumbrara desde la ventanilla del tren, mientras atrás en el andén queda un muchacho, Guido, con el que compartía charlas al regreso de sus farras nocturnas, con el que contemplaba las estrellas.



Años después, en Roma, encontraremos una especie de trasunto (el actor Peter Gonzales Falcon) del propio Fellini que llega a la capital, aunque ambientada en un período más acorde con la cronología vital del director, justo antes del estallido de la Segunda Guerra Mundial (cuando Fellini tenía 18 años). Ya llegaremos a ella, pero de momento, con su tercer film (o mejor segundo y medio, siguiendo la peculiar manera de numerar sus películas) vemos un director que ha madurado muy rápido y que es capaz de entregar un film completísimo, lleno de grandes momentos, repleto de sugerentes imágenes. Un guion muy bien construido (con la ayuda de sus inseparables Pinelli y Flaiano) y, cómo no, con el toque mágico de la música de Rota.

Mi intención era comentar la próxima semana La strada, pero en medio incluir también el comentario de Agenzia matrimoniale, episodio del film colectivo L’amore in città. Como en los próximos días tendremos que seguir viviendo en condiciones excepcionales, y visto que no todo el mundo puede afrontar con tranquilidad el confinamiento en la paz del hogar (¿eh, Alex?), me limitaré la semana que viene a tratar ese episodio (breve, de poco más de 15 minutos, y que se puede encontrar en YouTube con subtítulos en castellano), dejando La strada, la primera obra maestra indiscutible de Fellini, para más adelante.