La strada (La Strada, 1954)
Fellini acarició el proyecto de La strada durante mucho tiempo, de hecho quería llevar la historia de Gelsomina (personaje escapado de su lápiz) y Zampanò al cine antes de I vitelloni. Pero le costó encontrar financiación, hasta que finalmente se implicaron los dos productores más populares del cine italiano: Dino de Laurentiis y Carlo Ponti. Probablemente esa dilatación en el tiempo del proceso de concreción del proyecto redundó en uno de los guiones mejor trabados de Fellini, elaborado junto a su inseparable Tullio Pinelli y la colaboración de Ennio Flaiano, aunque algunos críticos apuntan que al precio de perder algo de “frescura”, de derivar en una película “más convencionalmente simbólica o alegórica” (Pedraza y López Gandía en la monografía de Cátedra). A mí, en cambio, me parece que Fellini consiguió uno de sus mejores films, sin duda uno de los más populares y, probablemente, el más accesible para cualquier tipo de espectador. Un film que destila amargura y ternura a partes iguales, que dibuja con precisión a tres personajes inolvidables (a Gelsomina y Zampanò hay que añadir Il Matto), que a pesar de adquirir en algunos momentos cierto aire de marionetas (arte tan caro a Fellini), nos transmiten un fondo tremendamente humano, demasiado humano.
La historia es tan conocida que no hace falta que me alargue en la sinopsis argumental, destacaré los grandes bloques narrativos. En cierto modo es como si la Rossanna de Agenzia matrimoniale hubiera sido vendida por su madre a un feriante (un patético forzudo que va de pueblo en pueblo ofreciendo sus tristes espectáculos) por 10.000 liras. Como Rossanna, Gelsomina es ahora la mayor, y se ve forzada por las circunstancias a seguir el camino abierto anteriormente por su hermana Rosa, que ha muerto después de vivir un tiempo con Zampanò. En cierto modo, Gelsomina parece dispuesta también a “casarse con un lupo mannaro”, aunque en este caso es un hombre que no llega a convertirse en lobo, aunque sí en una bestia.
Cuando deja su familia, que vive junto al mar en un paisaje desolado, vemos a la madre rodeada de niños harapientos.
Pero junto a una cierta tristeza por abandonar la familia, Gelsomina se ilusiona con la perspectiva del mundo del espectáculo, un espectáculo al nivel más bajo, lejos incluso de las polvorientas lentejuelas de los teatros de variedades. Zampanò es un “artista” solitario que actúa en la plaza pública, con un número de fuerza: se ciñe el torso con una cadena de acero que consigue abrir con la tensión de sus músculos pectorales. Fellini nos presenta el espectáculo con atrevido movimiento circular de cámara que sigue al forzudo (una muestra de que el director empezaba ya a dominar los recursos cinematográficos).
A pesar de la brutalidad de Zampanò (que intuimos viola a Gelsomina en el interior del destartalado motocarro en el que viajan), a pesar de las enseñanzas a base de golpes (que se reducen inicialmente a tocar el tambor y a proclamar la frase de presentación: “È arrivato Zampanò”), Gelsomina queda fascinada por su nuevo mundo, por lo que de representación y fantasía supone para una joven, casi una niña mentalmente, que solo ha vivido la pobreza y la miseria.
Incluso empieza a sentir una cierta ternura por su patrón y compañero de cama:
Además del número de la cadena, más adelante también incluyen en su espectáculo un pequeño sketch bufo, el del fusil y el pato, en el que Gelsomina puede sentirse realizada como payasa y recibir el aplauso del público.
La película se va estructurando en episodios que jalonan el trayecto de la peculiar pareja: la relación que mantiene Zampanò con una mujer (muy felliniana) a la que conoce en una taberna,
dejando a Gelsomina abandonada en la calle (donde, sentada en la acera, ve pasar un misterioso caballo sin montura, detalle digno de Buñuel) o la participación en una boda, durante la cual Gelsomina, en uno de los momentos más sobrecogedores del film, conocerá un niño enfermo, postrado en una cama, ante el cual la llevan unas niñas que nos recuerdan las que guiaban a Antonio en Agenzia matrimoniale. Después de pasar la noche en la casa donde se ha celebrado el banquete, Gelsomina decide volver a casa, abandonar a Zampanò, iniciando un vagabundeo que la llevará hasta un pueblo cercano donde se celebra una procesión y, por la noche, un espectáculo de funambulismo, a cargo de Il Matto, personaje por el que Gelsomina se va a sentir atraída de inmediato.
Zampanò aparecerá con su motocarro en medio de la noche para recogerla en una plaza casi desierta (una aparición ominosa, como si de un dios terrible se tratara). Cuando despierte, Gelsomina se encontrarán en el circo Giraffa, en Roma. Allí van a encontrarse Zampanò e Il Matto, viejos conocidos y rivales. Zampanò no soporta las pullas del funambulista ni que Gelsomina parezca sentirse atraída por él (en un innegable gesto de celos, quizá no solo profesionales). Il Matto es un personaje locuelo, permanentemente risueño, que parece vivir en un mundo propio, hecho de fantasía, como un pícaro duendecillo. Es él el que le hace tomar conciencia de su importancia, con la historia de la piedrecita, e incluso quien le hace ver el vínculo afectivo que se hay entre ella y Zampanò.
Expulsados del circo, como consecuencia de las peleas que mantienen los dos rivales y que fuerzan la intervención de la policía, la pareja sigue su deambular por las carreteras italianas (siempre a través de paisajes incompletos, descampados, por los márgenes de la sociedad) llegando a un convento. Allí pasan la noche, y Zampanò quiere aprovechar la circunstancia para robar unos exvotos de plata, pero Gelsomina se niega a participar en el sacrilegio. Poco después encontrarán el coche de Il Matto averiado. Zampanò ve llegado el momento de la venganza y le pega unos puñetazos, con tan mala fortuna que el funambulista se da un golpe en la cabeza y cae muerto.
A partir de ese momento Gelsomina será como un perrillo asustado, que aúlla lastimeramente, pierde la razón, incapaz de salir de su estado de ensimismamiento y, finalmente, es abandonada por Zampanò en un paisaje solitario y desolado en medio de la montaña.
El film se cierra mediante una coda dramática: mucho tiempo después, un Zampanò envejecido, que sigue reproduciendo cansinamente su espectáculo, ahora en solitario, descubre que Gelsomina murió hace años, medio enloquecida, sin recobrar la razón. Lo averigua al escuchar a una mujer como canta la canción de Gelsomina, el bello y triste tema que aprendió de Il Matto. Por la noche, borracho, Zampanò se acerca a la playa, llorando desconsolado, quedando tendido en la arena. La cámara se aleja, lo abandona, mientras suenan unas notas de la melodía de Gelsomina.
La película es, para mí, de una belleza subyugante, un poema triste y melancólico donde Fellini utiliza el mundo del circo, en su más baja expresión, para trasladarnos un drama humano, la búsqueda desesperada del amor, o simplemente del afecto, de la calidez y el respeto en el trato. Para ello se sirve de tres actores en estado de gracia: Giulietta Masina es una Gelsomina fascinante, uno de los personajes más tiernos de la historia del cine, y a la vez un rostro divertido (con su “testa di carxofo”), que nos remite a los grandes cómicos del cine mudo (Chaplin, pero en especial Stan Laurel).
Anthony Quinn, a pesar de estar doblado (como Basehart), sabe expresar de manera insuperable (quizá su mejor interpretación) la fuerza bruta de Zampanò, pero también un fondo de ternura, de afecto, que desgraciadamente es incapaz de sacar a la luz, es como un freak, un hombre disminuido emocionalmente.
Por último, Richard Basehart compone un maravilloso, angelical, Matto, un personaje etéreo, que sobrevuela las vidas de Gelsomina y Zampanò como las cabezas de los espectadores en su número en la cuerda floja.
A todo ello, hay que sumar la espléndida banda sonora de Nino Rota: el tema de Gelsomina ocupa sin duda un lugar de honor en la antología de músicas de películas. De manera similar a lo que comentábamos el otro día en el hilo de Hitchcock respecto a la partitura de Bernard Herrmann para The Trouble with Harry, la música es esencial para “sentir” La strada, una película que por encima de todo nos emociona, nos conmueve. Una maravilla.