Cita Iniciado por Abuelo Igor Ver mensaje
Ya el comienzo, con la frase del maestro “Questo è il Rubicone”, hablando de un riachuelo insignificante, ya me parece mítica, aunque he de decir que, aunque por supuesto disfruto del arte de la caricatura y del humor fellinianos, no tengo una enorme estima hacia los “recuerdos escolares” de “Roma” y “Amarcord”, por razón del mal recuerdo que guardo de años pasados en los que me dediqué a dar clase. Ahí siempre he creído que Federico peca de populista, de dar un poco al público lo que quiere (al fin y al cabo, todo el mundo odiaba ir al colegio, ¿no?), a no ser que en el fondo la película que nos ocupa escenifique primero el desprecio hacia la adquisición del saber, en la escuela, para pasar más adelante, en el cabaret, al desprecio hacia la cultura y los artistas, en el seno de un espectáculo pobre y casposo que hace la sátira más hiriente. A tanto una como otra parte se le podría aplicar la descripción, “es gracioso, pero, si te paras a pensarlo un poco, maldita la gracia que tiene”. Pero la diferencia es que tengo la impresión de que Fellini trata a los maestros y a los artistas con una cierta crueldad que no aplica tanto a los niños ni a los espectadores, que son seres espontáneos llenos de vitalidad y espíritu popular.
Yo creo que no hay desprecio hacia la adquisición del saber o hacia la cultura, caricatura sí. Al contrario, creo que Fellini incluye ese mundillo popular de las variedades, los espectáculos callejeros, el circo, etc., dentro de la cultura, salvando las distancias que a veces, elitistamente, se establecen entre "gran cultura" y "cultura popular". Lo veremos también en Prova d'orchestra, respecto a la música clásica, y E la nave va, respecto a la opera.

Respecto a la escuela, la pregunta es si en esas siniestras escuelas fascistas (o nacionalcatolicistas si nos aproximamos a nuestra realidad) se procuraba la adquisición de saber o, dicho de otra manera, qué tipo de saber procuraban que adquirieras. Supongo que aquí cada uno tendrá una visión u otra según su particular experiencia. Desde luego, la mía no difiere demasiado de la de Fellini (aunque la de este es, sin duda, caricaturesca), y eso que implica trasladarse del Rimini de los años 20 y 30 a la Barcelona de los 60 y primeros 70. También teníamos los ominosos retratos escoltando al Cristo, como si fuera un detenido; los castigos corporales y la humillación pública; la suciedad y la caspa; la mediocridad del profesorado, cuando no la incompetencia más clamorosa; etc., y eso que no se trataba de una escuela regida por furibundos adeptos al régimen, más bien eran unos directores contemporizadores, que estaban en el negocio por la pela. Eso sí, quizá por lo precario de las instalaciones (no había ni patio ni mucho menos gimnasio), nunca me hicieron subir o bajar bandera ni cantar el "Cara al sol" (sí ir a buscar agua a la fuente con el cántaro), algo que sí se hacía en muchas otras escuelas. Eso sí, a pesar de ser una escuela no religiosa (aunque con nombre de santo), el rezo era diario, mañana y tarde, compuesto por el programa siguiente: "Padrenuestro", "avemaría", el "credo" y un enérgico "Yo pecador" en que se tenía que acompañar los versos "por mi culpa, por mi culpa, por mi grandísima culpa" con decididos golpes de puño en el pecho. Todo era puro teatro, pura escenificación digna de la Barafonda, ni siquiera respondía a una fe religiosa, sino a un trámite poco más que administrativo. Por supuesto, en mi caso, el resultado fue una total insensibilidad por la religión, una irreligiosidad radical. Creo que ese ambiente lo retrató muy bien Ovidi Montllor en una de sus más célebres canciones: "L'escola de Ribera".