Cuando aparecen los zombis, la humanidad se desvanece, o así ha sucedido en la mayoría de películas que han tratado el tema. Los que comen carne humana siempre le ganan la partida a quienes la comen de todos los otros tipos. Hay excepciones claro, "Fido" es una de ellas. Ambientada en los años 50, tomando nota estética sin ningún disimulo del cine de Doulas Sirk, es decir, colores vivos, peinados lacados, artificio y melodrama autoimpuesto, "Fido" cuenta la historia de un mundo utópico en el que los zombis son los nuevos animales de compañía de las familias de clase alta de los barrios residenciales de Estados Unidos. Y si eso es posible se debe, sobretodo, a la creación de un collar que mansa a los muertos vivientes hasta tal punto que los padres dejan a sus niños jugar con ellos. El collar es un invento de una corporación llamada ZomCom con intereses, como no, ocultos. Y Fido, pues ese es el nombre del zombi que han adquirido los Robinson, familia ultraconservadora, en concreto, el pequeño de la familia. Un niño de diez años que, por esas casualidades que justifican la existencia de la película, perderá el collar de su mascota, provocando que Fido dé buena cuenta de los desneuronados cerebros que pueblan su barrio residencial.

"Fido" es una película de terror diferente, con planteamiento original y voluntad de huir de la anécdota, bien lejos de la comedia gore made in Troma, lejos también del cine de Romero. Escrita y dirigida por un canadiense desconocido, Andrew Currie y protagonizada por Carrie-Anne Moss, Dylan Baker y Tim Blake Nelson, se estrenará en el próximo Festival de Toronto. Hay expectación, también necesidad; el cine de terror necesita revulsivos. Este puede serlo.

Rezo a Dios, porque la pongan en Sitges, este año. Llevo bastante tiempo siguiendo este bizarrísimo proyecto