Harakiri (1919)



Hace ya tiempo, año y medio, comenté este film en “el otro rincón”. No obstante, me ha parecido interesante incluir aquí el mismo comentario, aunque revisado y ampliado después del visionado de ayer.

Harakiri cuenta con un guion de Max Jungk (no de Lang). Parte de la obra teatral del dramaturgo estadounidense David Belasco, titulada “Madame Butterfly” (1900), basada a su vez en un relato corto de John Luther Long (de 1898) del mismo título, que a su vez estaba influenciado por el relato del francés Pierre Loti “Madame Chrysantème”, de 1897. Pero la versión más conocida es, sin duda, la operística: la obra en italiano de Giacomo Puccini “Madama Butterfly” (1904), con libreto de Luigi Illica y Giuseppe Giacosa.

No puedo hablar de las obras de Belasco, Long o Loti, pero comparada la película con la ópera de Puccini se aprecian notables diferencias. El film incorpora un extenso prólogo, inexistente en la ópera, en que el daimio (señor feudal) Tokuyawa (Paul Biensfeldt) regresa a Japón después de un viaje por Europa, cargado de regalos para su hija, O-Take-San (Lil Dagover), que en la ópera se llama Cio-Cio-San [sic]. Tokuyawa, a pesar de su indumentaria, parece ser un hombre atento a las novedades del mundo occidental, lo cual provoca el rechazo y la animadversión del monje budista (Georg John), que quiere evitar que la adopción de patrones culturales foráneos contamine la tradición japonesa.

Además, el monje pretende que O-Take-San se convierta en sacerdotisa del Bosque Prohibido, un lugar sagrado al que se niega la entrada a los europeos. Ella no quiere dedicarse a esa labor, por lo que implica de encierro, de privación de libertad (esa libertad que parece intuir en lo que llega de Occidente), y porque además sospecha de las intenciones del monje (un tipo siniestro y malcarado, como mandan los cánones). Este, vengativo, denuncia el daimio ante el mikado (el emperador), que le envía a Tokuyawa, durante la fiesta de las Hojas Otoñales, un mensaje que no deja lugar a dudas: un cuchillo para que se quite la vida.

Una vez el padre se ha hecho el harakiri, O-Take-San queda bajo el control del monje, pero este no puede evitar que un marino europeo (estadounidense en las obras de Belasco y Puccini), Olaf Anderson (Niels Prien), se introduzca en el Bosque Prohibido y conozca a la muchacha.



El flechazo es instantáneo, lo cual, ciertamente, nos ha de parecer excesivo, aunque O-Take-San es mostrada en todo momento como una joven muy inocente, ingenua y un tanto infantil, rodeada de muñecas y del “Teddy bear” que le ha regalado su padre. Sobre este muñeco y la datación de los acontecimientos que vemos en el film, creo que la acción hay que situarla más o menos contemporáneamente a la película, en todo caso puede que con anterioridad a la I Guerra Mundial, pero no mucho más, sobre todo si tenemos en cuenta la ropa de civil que viste Olaf.



Denunciada ante el monje por Karan, el guardián del Bosque, es encerrada en una cueva, pero es precisamente su denunciante quien la libera para llevarla a la Casa de Té, donde se espera que trabaje como geisha. Allí la va a reencontrar Olaf, el cual, para liberarla de su destino (o quizá simplemente para aprovecharse de ella), accede a casarse y a pagar el precio preceptivo. Pero se trata de un matrimonio que puede romperse en cualquier momento, sin validez según los cánones occidentales. Olaf la puede “poseer” durante 999 días, pero con derecho a divorcio en cualquier momento. Este es un punto un tanto oscuro en la historia, ya que no queda claro cuál es el estatus de O-Take-San, cuáles son esas leyes que se invocan varias veces, si emanan del emperador o del budismo. ¿Hasta qué punto está obligada O-Take-San a quedarse en la Casa de Té? ¿Acaso es por ser huérfana? ¿Está bajo la tutela del templo?



Y en este punto la historia ya conecta, más o menos, con la ópera de Puccini, de desarrollo bien conocido. La joven asume el papel sumiso de la mujer japonesa. O-Take-San muestra a Olaf su herencia: unas muñecas, el cuchillo con que su padre se ha dado muerte y la conocida figura de los tres monos: uno se tapa los ojos, otro la boca y el tercero los oídos. Es el símbolo de las virtudes de la mujer japonesa: no ven nada, no dicen nadas, no oyen nada.



Pronto, Olaf vuelve a su país. Tiempo después (Lang lo soluciona con una elipsis temporal), volvemos con O-Take-San, que ha dado a luz un niño, el pequeño Olaf. Han ido pasando los años, sin tener noticias del padre de la criatura ni disponer de dinero para sobrevivir.



Cuando se cumplen 4 años del matrimonio, se presiona a la mujer para que abandone su hogar (Olaf solo pagó por 3 años su contrato como inquilina del guardián de la Casa del Té), lo cual comportará su regreso a Yoshiwara (lo cual me deja la duda de si quiere decir que ha de volver al Bosque Prohibido o a la Casa de Té) y que su hijo sea entregado al estado.

Finalmente, Olaf retorna a Japón con su auténtica esposa. A requerimiento de la sirvienta de O-Take-San, la mujer decide visitar a la joven. Se descubre así que se ha mantenido fiel a un hombre ya casado, mientras que ha rechazado las ventajosas peticiones de matrimonio del príncipe Matahari (en la ópera su nombre es Yamadori, también en la obra de Belasco; según parece matahari es una palabra de origen malayo; en todo caso, la famosa espía holandesa fue fusilada en 1917, o sea con anterioridad al film). Matahari es un personaje un tanto oscuro, del que desconocemos por qué muestra tanto interés por la muchacha: ¿se ha enamorado de ella?, ¿por su belleza?, ¿como un acto de desagravio por la muerte del padre?

En todo caso, descubierta la falsedad del matrimonio, y perdido su hijo, la joven decide poner fin a su vida con el mismo cuchillo que utilizó su padre. El honor por encima de todo (en esto, O-Take-San no puede escaparse a los rígidos códigos de la cultura nipona).



Harakiri es la historia de una desdicha, de una joven inocente aplastada por el egoísmo occidental y la intolerancia y el rigor opresor de las tradiciones japonesas. Estremece esa imagen de O-Take-San mirando fijamente el horizonte, a la espera del regreso de su “marido”. O su insistencia en mantenerse fiel a quien cree que es su esposo, a pesar de todas las evidencias y de los ofrecimientos de Matahari. Olaf es un canalla sin escrúpulos, que se aprovecha de la muchacha, a la que suponemos virgen. Por su parte, el monje es un odioso personaje, que se venga primero del padre por cuestionar las tradiciones de las que es valedor, y después de su hija, por rechazar sus libidinosas intenciones. Venganza, confrontación de culturas, exotismo, amores pasionales: elementos todos ellos muy presentes en el cine de Lang.

En definitiva, un dramón de mucho cuidado, con final trágico, que Lang filma con gran sensibilidad, con un esmerado gusto por la decoración de los ambientes y los encuadres de los planos. Me parece un film notable, aunque por supuesto no está aún a la altura de las grandes obras maestras del cine silente languiano. Recomendable para amantes de la ópera de Puccini, para languianos de pro y, en general, para aficionados al cine mudo.