Dr. Mabuse, der Spieler 1. Teil: Der große Spieler - Ein Bild der Zeit
Dr. Mabuse, der Spieler 2. Teil: Inferno - Menschen der Zeit (1922)



Para no alargar más mi desconexión de la revisión languiana, comento brevemente (más brevemente de lo que se merece) el díptico mabusiano, que tantos ríos de tinta ha hecho correr (incluidos los digitales de Alcaudón, aunque esta vez se ha mostrado más comedido que en otras ocasiones).

Comento las dos parte de una vez, quizá porque la separación, en el fondo, resulta un tanto artificiosa, solo comprensible por motivos de duración y por acomodo a los seriales, tan habituales, fueran literarios en forma de novelas por entregas, o cinematográficos (recordemos el maestro en la materia, el frances Louis Feuillade, del que sin duda bebe abundantemente Lang, como ya lo comprobamos en Die Spinnen). Eso justifica que el corte entre la primera y la segunda parte nos deje colgados (un cliffhanger de manual) de dos momentos culminantes: el rapto de la condesa Told (Gertrude Welcker) por parte de Mabuse y la muerte que parece amenazar a su sicaria enamorada y encarcelada, la intrigante bailarina Cara Carozza (Aud Egede-Nissen, actriz noruega a pesar del nombre del personaje).



Desconozco la novela de Norbert Jacques, pero en este tipo de cine lo importante no es tanto la fidelidad a un texto como la capacidad de mantener al espectador atento a la pantalla a base de acción trepidante y giros constantes de guion. En esto Lang se muestra ya un consumado especialista, mucho más maduro su cine que el que ofrecía en Die Spinnen (evolución espectacular en solo tres años), aunque ese díptico primigenio tenga quizá más elementos variados, tanto temáticos como en cuanto a las localizaciones. Y es que si algo le critico a Dr.Mabuse es una excesiva reiteración. Como tanto cine mudo de la época, el primer visionado suele ser muy impactante, pero cuando ya has visto el film varias veces (como es mi caso), empiezas a verle las costuras. Y las costuras en este guion firmado por Lang y Thea von Harbou es lo repetitivo: los disfraces, el juego y las tentativas de deshacerse del fiscal Von Wenk.

Puede sorprender, de entrada, que el papel protagonista recaiga en un fiscal (sobriamente interpretado por Bernhard Götzke)



y no en un inspector de policía o en un detective privado, ni siquiera en un aventurero del tipo Kay Hoog. A mi modo de ver, la elección (supongo que, ya en origen, de Jacques) refuerza el enfrentamiento entre la ley y el orden contra el crimen y el caos. La dialéctica entre ambos ejes del relato es evidente, hasta tal punto que en algún momento casi parece que se trate de las dos caras de la misma moneda, cuando Von Wenk recurre a las mismas artimañas que Mabuse, mediante los disfraces y sumergiéndose en el mundo clandestino de los locales de juego.



Para luchar contra el mal que representa Mabuse, Von Wenk ha de bajar al submundo en el que se mueve como pez en el agua el jugador.

Mabuse es un ser complejo, rodeado (como bien observa Alcaudón) por una pandilla de nulidades, algo, por cierto, que será frecuente entre los supervillanos del mundo del cómic, lo que en el fondo refuerza la soledad, un tanto patética, del malvado. Que esa especie de superhombre nietzschiano (en versión vulgarizada para todos los públicos) se sienta atraído por la condesa Told no deja de ser un detalle que sirve tanto para establecer otro eslabón entre Von Wenk y Mabuse, como para incrementar el patetismo del villano, llevado por Lang hasta las últimas consecuencias en la escena final, con un Mabuse enloquecido, atrapado en la guarida donde falsifican billetes, con la sola compañía de los ancianos ciegos (uno de los momentos más brillantes, aunque más inverosímiles, del film).



Como el argumento ya ha quedado delimitado por Alcaudón, me limito a destacar algunos detalles.

Carencia de identidad propia: ¿quién es Mabuse (encarnado por un histriónico Rudolf Klein-Rogge)? Al inicio del film lo vemos barajar una serie de fotografías, como si fueran cartas, con sus diferentes personalidades, pero ¿estamos seguros de cual es la auténtica?



¿No es el Dr. Mabuse, psicoanalista, una máscara más? No deja de ser curioso que su personalidad “oficial” sea la de psicoanalista, o sea, alguien que manosea las identidades de sus pacientes. La elección permite, sin duda, ciertos juegos interpretativos sobre el carácter premonitorio de Mabuse en relación con el ascenso del nazismo y la figura de Hitler, ese personaje endemoniado que fascinaba a las masas. No hay duda de que la película ve en Mabuse una expresión de algo que el nazismo hizo propio, a base de manipularlo: el pensamiento de Nietzsche. Hay dos momentos significativos: en el Acto VI de la primera parte, Mabuse declara: “Es gibt keine Liebe, es gibt nur Begehren! Es gibt kein Glück, es gibt nur Willen zur Macht!”, traducible por “¡No hay amor, solo hay deseo! No hay felicidad, solo voluntad de poder!”, frase que de bien seguro se podría extraer del filósofo alemán. Recordemos que “Der Wille zur Macht” fue el título que se le dio a una serie de notas dispersas de Nietzsche publicadas (y manipuladas) póstumamente por su hermana, convertida al nazismo durante sus últimos años (el propio Hitler asistió a su funeral en 1935).

El otro momento en que el vínculo con el nazismo se hace evidente es cuando en el último acto de la segunda parte, Mabuse, mientras quema documentos y sus esbirros hacen frente a las tropas desplegadas alrededor de su domicilio (momento, por cierto, que nos puede recordar films como Scarface, de Hawks, o el primer The Man Who Knew Too Much, de Hitchcock), declara: “ich fühle mich hier als Staat im Staate, mit dem von jeher im Kriegszustand lebte!”, o sea “me siento aquí como un estado dentro del estado con el que siempre he vivido en guerra”, algo que fue uno de los objetivo centrales del NSDAP: constituir un estado dentro del estado, estado que poco a poco fue substituyendo al estado oficial, hasta incluso en el uso de la bandera.

Hay todavía otro elemento sociopolítico relevante: la visión del capitalismo, especialmente en las alocadas jornadas que vive la Bolsa, manipulada hábilmente por Mabuse (y eso que estamos lejos todavía del crac del 1929). La Bolsa convertida en un casino más (como los nocturnos que frecuenta la alta sociedad) donde la burguesía entra en confrontación, para beneficio de los aprovechados como Mabuse.



Y como telón de fondo, como expresión del Zeitgeist, esa atracción por lo oculto, lo esotérico, lo misterioso, representado tanto por el psicoanálisis mabusiano, como por las sesiones espiritistas que gusta organizar el conde Told en su casa (también las habrá en la última entrega, ya en los sesenta, del Mabuse languiano), o las representaciones de otro de los avatares de Mabuse, el hipnotizador Weltmann (nombre que, literalmente, quiere decir “hombre de mundo”).



¿Expresionismo? Creo que Dr. Mabuse es un buen ejemplo de que la etiqueta “cine expresionista” se ha de utilizar con cuidado y con muchas reservas. ¿Qué hay de expresionista en la película? En mi opinión más bien poco, solo algunos detalles decorativos, aunque ese decorativismo apunta más al art déco, que al expresionismo. Se entiende en este contexto el comentario divertido del propio Mabuse: “el expresionismo no es más que un divertimento [o un pasatiempo] (eine Spielerei)”, afirmación que en alemán permite visualizar un sugerente juego de palabras entre “Spieler” y “Spielerei”. Quizá una manera de decirnos por parte de Lang que todo en la sociedad de su época se ha convertido en un juego, en que nada es sólido ni poseedor de una personalidad definida.

Y para demostrarlo la película se convierte ella misma en un juego del gato y del ratón entre Mabuse y Von Wenk. Primero en una mesa de juego, cuando Von Wenk resiste la fuerza hipnótica de Mabuse y salva la trampa que le tenía preparada. Después, cuando uno de los sicarios adormece al fiscal en un taxi, con gas, para abandonarlo después a su suerte en una barca. El porqué de que no lo maten directamente, que se preguntaba Alcaudón, creo que se debe a que Mabuse no quiere dejar rastro, quiere que la muerte del fiscal parezca accidental, como posteriormente, ya en el Acto V de la segunda parte, lo hipnotiza y le hace conducir un coche con destino a un precipicio. Es cierto que hay otros momentos en que Mabuse opta por el brochazo: cuando prepara la muerte de Hull y del fiscal, aunque Von Wenk consigue evitarla, o la bomba que otro de los sicarios coloca en el despacho del fiscal (escena que Lang recuperará en su último film, Die 1000 Augen des Dr. Mabuse, destinando el explosivo al comisario Kras, interpretado por Gert Fröbe). Reconozco que esa insistencia en el juego del gato y el ratón esta vez me acabó resultando un tanto reiterativo.

Quizá uno de los momentos más bellos sea el suicidio de Cara Carozza, un suicido por amor, porque, aunque parezca increíble, la bella bailarina parece sinceramente enamorada de Mabuse… ¿o no es más que el resultado, de carácter permanente, de la capacidad de Mabuse de dominar las mentes de los que lo rodean? Ahí encontramos otro elemento que se presta a las asociaciones con el triste destino que le esperaba a Alemania en las siguientes dos décadas.

Uno de los momentos más espeluznantes es el del suicido (en off visual) del conde Told (un inquietante Alfred Abel, que además de ser el amo de Metropolis, años después protagonizaría la versión alemana de la hitchcockiana Murder!, Mary, que comenté en su día en el hilo dedicado a Sir Alfred), después de una noche de pesadilla.



Finalmente, la secuencia de la locura de Mabuse tiene algo de shakespeariana, cuando se le van apareciendo los fantasmas de las personas que han muerto por su culpa, como si de un Richard III antes de la batalla de Bosworth o un Macbeth se tratase. Con un Mabuse convertido en un pelele, finaliza el film… pero Mabuse seguirá atormentando la vida de la sociedad alemana en el futuro.

No sigo, aunque evidentemente un film de cuatro horas da para muchos más comentarios. Ahora Die Nibelungen, que probablemente comente en versión reducida, aunque por motivos vacacionales ya será durante la segunda quincena de agosto.