Clash by Night (1952)
Poco que añadir al comentario de Alcaudón. Desconozco la obra de Clifford Odets del mismo título, estrenada una década atrás, en 1941, y situada en Staten Island, en lugar de la californiana Monterey (ciudad que tuve el gusto de visitar en 1987, lo que me permitió comprobar que, como se muestra en el film, las focas merodean por el puerto), por lo que no puedo opinar sobre la adaptación de Alfred Hayes, en la que al parecer modificó substancialmente el original, en particular su final, ya que Odets resolvía la trama con un crimen, el del amante por parte del marido.
A pesar de un reparto competente, la película adolece de una cierta rigidez fruto de un exceso de transparencias y de una marcada teatralidad a la hora de organizar las secuencias (que, a menudo, y como ha señalado Alcaudón, parecen trasladadas tal cual a la pantalla, uno casi se imagina estar asistiendo a la representación en un escenario). Por desgracia, el tono semidocumental del inicio, con la llegada al puerto de la flota sardinera y la descarga en la fábrica de conservas (entre el revoloteo de gaviotas y zambullidas de focas), que nos puede hacer recordar a Flaherty, se queda solo en el prólogo. Cuando aparece en pantalla Mae (Barbara Stanwyck), que ha llegado a la ciudad en tren, finaliza esa impresión para dar paso a un triángulo amoroso bastante convencional, centrado en la figura entre patética y ridícula del "cornudo", el bonachón y algo simplón Jerry D’Amato, patrón de un barco sardinero (Paul Douglas).
Aunque se intenta influir en el aspecto estético mediante la fotografía oscura (oscurísima en la copia que he visionado) de Musuraca, rebosante de sombras y penumbras (a mi modo de ver excesivas, un tanto inadecuadas para lo que se narra), la fuerza del film, más que en lo visual, radica en las interpretaciones. Y en ese capítulo mi valoración es diversa. Por un lado, empiezo por aclarar que todos los personajes me han parecido demasiado artificiosos, algo que atribuyo más al guion o a la obra de Odets que a los actores, aunque ahí Lang podría haber influido. El personaje de Jerry me parece demasiado tópico, un cornudo de manual, sin matices, reforzado por la interpretación de Paul Douglas.
Más interesante me parece tanto el personaje de Mae (Stanwyck, como siempre, está fantástica), para mí sin duda lo mejor de la función, e incluso el de su amante, el violento Earl (Robert Ryan, en uno de esos papeles que solía bordar), el proyeccionista del cine local. El desequilibrio entre los tres lados del triángulo es obvio: Mae es una mujer de mundo, que ha vivido y que ha vuelto a “puerto seguro” para restañar sus heridas; Jerry, por el contrario, parece no haber crecido más que en tamaño, un tipo honesto y trabajador, pero de una ingenuidad extrema, que acepta un matrimonio con Mae destinado al fracaso; por su parte, Earl es un hombre herido en su masculinidad, humillado por su esposa, un depredador en busca de presa. Mae y Earl se entienden desde el primer momento (las miradas de Stanwyck sobre Ryan no dejan lugar a dudas) y se atraen, pero ella sabe que con él reiniciará un círculo vicioso por el que ya parece haber pasado con anterioridad.
Junto al trío protagonista, la película nos ofrece el contraste de la pareja joven, formada por Joe (Keith Andes), el hermano de Mae, machito insufrible y violento, y su novia, la bella y pizpireta Peggy (una Marylin Monroe encantadora y candorosa, de ingenuidad y naturalidad desarmante), a la que dan ganas de salvar de las manos de su cretino prometido.
Como añadido muy teatral, tenemos a los dos viejos, el padre de Jerry, un italiano melancólico y amargado, presto al llanto (Silvio Minciotti), y el tío Vince, un viscoso y tóxico J. Carrol Naish que pulula por el film como si se tratara de un personaje escapado de otra película (quizá, como apunta Alcaudón, de una versión pobre de “Othello”).
Si la pasión entre Mae y Earl, que se encuentran y se juntan como dos náufragos sedientos, tiene fuerza y resulta verosímil (en México y Argentina veo que la película se conoce como “Tempestad de pasiones”, muy acorde con los elementos melodramáticos del film, propios de un culebrón),
el final, con las idas y venidas de Mae sobre si se queda o se va, se lleva a la niña o la deja con Jerry, junto al “rapto” de la pequeña por parte de su padre, y la rendición de Mae para recuperarla y reconciliarse con Jerry, me parece atropellado y poco creíble, porque, en todo caso, uno no se cree que no vuelva a aparecer un Earl en la vida de Mae, y que su afecto por la hija pese más que su asqueo por el tipo de vida que lleva con Jerry.
En conjunto, un film a mi modo de ver muy desequilibrado, del que me quedo básicamente con dos cosas: la pareja Stanwyck-Ray, aunque creo que se podía haber sacado más partido de esa relación amorosa, basada sobre todo en lo sexual, y el frescor que aporta la joven Marilyn en uno de sus primeros papeles importantes.
De la próxima entrega, The Blue Gardenia (que no sé si comentaré dentro de este mes o me quedará pendiente para la vuelta de vacaciones, hacia finales de agosto), al igual que le pasa a Alcaudón, no recuerdo nada de nada. Espero que sea una sorpresa positiva. Luego, en todo caso, ya nos llegaran, una detrás de otra, cinco magníficas películas que cierran la etapa norteamericana de Lang, y con las que alcanzó sus mejores logros en Hollywood.




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