Moonfleet (1955)
Moonfleet siempre me ha parecido una maravillosa película de aventuras, una de las mejores del género y uno de los mejores films de Lang, por mucho que dijera odiar el Cinemascope en que está rodada, o la productora (MGM) modificara el final del film.
Alcaudón ya ha dado suficientes argumentos sobre la diferencia de la película respecto a la novela de John Meade Falkner, por lo que no me extiendo en la materia, entre otras cosas porque no la recodaba tan distinta, salvo en el final. O sea, que me centro directamente en el film, sin valorar su carácter de adaptación literaria.
Y, en este sentido, me parece una película modélica. Ya desde el primer momento, cuando sobre un mar embravecido se suceden los créditos, mientras suena la vibrante música de Miklós Rózsa, una bella banda sonora romántica que le viene a la trama como anillo al dedo, uno queda atrapado en el encanto de la narración y los personajes.
Y es que, además de un film de aventuras, brillante, la película tiene un fascinante tono romántico, resaltado, quizá involuntariamente, por el hecho de estar rodada en estudio, lo que se nota en los fondos pintados (muy visibles, aunque no tanto como en Rancho Notorious). Ese aire artificial, permanentemente nocturno (hay solo un par de escenas diurnas), sirven para dar densidad al relato, sin disimular su carácter de fantasía.
Tenemos de todo: un cementerio sombrío; una iglesia oscura; la inquietante estatua de un ángel sin ojos; otra de Sir John Mohune, imponente; la cripta donde los contrabandistas esconden sus mercancías, rodeadas de los podridos ataúdes de la familia Mohune, entre los cuales el de Barbarroja, o sea Sir John; un tesoro escondido, el de Barbarroja, un enorme diamante que nadie sabe dónde está; un medallón que encierra el secreto de la localización de la piedra preciosa, mediante una clave escrita usando versículos de la Biblia; un castillo y en él un pozo, el más profundo de Inglaterra, se dice; contrabandistas malcarados (entre los cuales, Sean McClory, Melville Cooper o Jack Elam); nobles corruptos (excelentes George Sanders y Joan Greenwood como Lord y Lady Ashwood); insinuantes bailarinas gitanas (la francesa Liliane Montevecchi); un jardín salvaje en la vieja mansión de los Mohune; sensuales y vengativas amantes despechadas (la sueca Viveca Lindfors como Mrs. Minton); un espectacular duelo de sable contra alabarda; traiciones, conspiraciones, emboscadas.
Y por encima de todo hay una historia de amistad y de aprendizaje mutuo entre un facineroso Jeremy Fox (excelente Stewart Granger) y un joven e inocente niño, John Mohune (Jon Whiteley), descendiente de Sir John, que, como intuye Fox, va a llevarlo a la perdición al obligarle a actuar con nobleza, en contra de su carácter, un carácter marcado (como la piel de su espalda) por la diferencia de clases que llevó a los Mohune a echarlo de la mansión para poner fin a sus amoríos con Olivia, la madre de John.
Hay una relación entre ambos basada en la admiración del pequeño John por Jeremy, incapaz de ver en él el criminal que es, proyectando sobre su nuevo tutor, probablemente, las virtudes que John espera de un padre (el suyo no fue más que el “primer primo disponible” que encontraron los Mohune para emparejar a Olivia). Siempre que veo la película, a pesar de que la diferencia de edad lo impide, pienso en John como el hijo de Jeremy, fruto del amor con Olivia. Y algo hay de paternidad deseada, aunque imposible, en la manera que Fox lo trata y lo protege.
Esta vez me eximo de incluir imágenes en mi comentario porque Alcaudón ya hizo un uso extensivo de ellas. Con todo, no me puede resistir a incluir un par de uno de los momentos más icónicos de la filmografía de Lang.
El contraste con los dos siguientes films es enorme, temática y estéticamente. Pero, en todo caso, completan una filmografía, la de Lang en Hollywood, que consiguió algunos de sus mejores logros en la recta final, a pesar de sus eternos problemas con las productoras y sus constantes desengaños en la llamada “meca del cine”.
La semana que viene, aplicando este ritmo de “propulsión a chorro” introducido por Alcaudón, intentaré comentar los dos siguientes films: While the City Sleeps y Beyond a Reasonable Doubt, dos magníficas críticas sociales en forma de cine criminal.