El problema es que tanto Colin Trevorrow como Juan Antonio Bayona creyeron que han estado rodando un peliculón y no deja de ser una obra mediocre en todos los sentidos de la que sólo puede salvarse su escena inicial. Lo de Trevorrow, además, empieza a ser sangrante. Este tío jamás debió haber tocado una saga tan icónica como la que nos ocupa y sí un gran cineasta como Gareth Edwards. No hay más mérito en su trabajo que el decir sí a todas las sugerencias de un acabado Steven Spielberg y enchufar a un mindundi como Derek Connolly.
Fuera la desgana y arriba el talento.