En mi infancia no solo volaba el borrador, también un enorme manojo de llaves, de esas grandes y pesadas de antaño. Alguna vez una mano justiciera lo acabó lanzando a la calle (el colegio estaba en un primer piso). Los castigos corporales de todo tipo estaban al orden del día, desde el palmetazo en la mano a la zurra en el trasero con los pantalones bajados (o, incluso, también con los calzoncillos abajo, en un gesto que al daño físico añadía la humillación).![]()