26. El cuarto poder (Deadline - U.S.A., 1952), de Richard Brooks



Todavía con contrato en la Warner, Bogie fue cedido a la Twenty Century Fox para protagonizar este drama escrito y dirigido por Richard Brooks. Brooks había sido periodista, por lo que conocía de primera mano el funcionamiento de la redacción de un periódico. Así, de la defensa de un determinado modelo de periodismo trata la película, de la prensa que se mueve según un ideario liberal de compromiso social (“liberal” entendido tal como se concibe en Estados Unidos), en cierto modo coincidente con el que defendió Bogart en Hollywood, aun reciente su participación (de la que salió bastante escaldado) en el Committee for the First Amendment, organizado como respuesta a la “caza de brujas” en el ámbito cinematográfico capitaneada por el senador McCarthy.

Después de un film aventurero, abierto, luminoso y en color, como The African Queen, Bogart vuelve a su tradicional imagen en blanco y negro de un personaje más bien adusto y malcarado, Ed Hutcheson, que se ha de enfrentar a la venta del diario del que es redactor jefe (editor), “The Day”, cuando las herederas del que fuera su fundador (las dos hijas y la viuda) plantean desprenderse del negocio, tentadas por el propietario de un periódico sensacionalista, el “Standard”, que quiere eliminarlo para ganar cuota de mercado.

Hutcheson hace ver de forma apasionada a las propietarias su oposición a la desaparición del rotativo, pero su defensa de la cabecera solo parece remover la conciencia de la viuda (una Ethel Barrymore poco aprovechada).



A pesar de que se cierne sobre la plantilla la sombra de un despido inminente, el personal acepta echar el resto para finalizar, antes del cierre, la investigación sobe un caso que pone en evidencia la corrupción que se enseñorea de la ciudad: la aparición del cadáver de una joven, que pronto se sabrá que era la amante de Tomas Rienzi (bien interpretado por Martin Gabel), el típico mafioso de origen italiano (como el Lagana de la languiana The Big Heat que comentamos hace poco) que ha sobrevivido a la época de la Ley Seca como un próspero empresario que mueve los hilos de la política local.

Cuando uno de los jóvenes e idealistas periodistas, George Burrows (Warren Stevens), es salvajemente golpeado por meter las narices donde no debe, Hutcheson se va a tomar finalizar la investigación y publicarla como un acto de reparación, de justicia, como una demostración de que “The Day” es necesario, si no se quiere que la corrupción domine la sociedad.

En mi opinión a Brooks le solía perder el mensaje, expuesto a menudo de manera poco sutil, incluso en alguno de sus mejores films (como en In Cold Blood), notándose en muchas de sus películas más su faceta de guionista que la de director. Así, toda la trama es más que transparente y previsible, llena de subrayados y de tópicos sobre la figura del abnegado periodista, capaz de arruinar su vida privada y de poner en peligro el pescuezo por defender la verdad. Los discursos de Hutcheson ante las propietarias o, más tarde, ante el juez que ha de dirimir la venta, resultan retóricos, por mucho que Bogart se esfuerce en inyectarles algo de pasión.



Asimismo, se explota el típico peaje que paga en su vida privada por ser un periodista comprometido con su trabajo, algo común a tantos policías del cine negro. Hutchison ha perdido hace años a su mujer, la mucho más joven Nora (una Kim Hunter, que venía de rodar, A Streetcar Named Desire, que, como la Barrymore, está completamente desaprovechada), que para más inri planea ahora casarse de nuevo. La relación está muy mal explicada, con una coda final completamente inverosímil.



Solo algunos apuntes de puro cine negro salvan el interés del film, como, por ejemplo, cuando unos falsos policías (entre los que reconocemos la cara de Joe Sawyer, un habitual del género) se llevan de la redacción al hermano de la mujer muerta para evitar su testimonio, y provocan su caída sobre la rotativa, donde muere aplastado. Poca cosa para un film que prometía más. Junto a estos breves fogonazos, dan algo de empaque a la vida de la redacción un grupo de excelentes actores de carácter: Paul Stewart, Ed Beagley, Jim Backus…, así como la ambientación conseguida en las instalaciones de un diario auténtico, el “The New York Daily News”.



Como curiosidad cinéfila, hay una secuencia dentro de un automóvil, en que Hutchison conversa con Rienzi y que recuerda enormemente la famosa secuencia entre Marlon Brando y Rod Steiger de On the Waterfront: ¿inspiración para Kazan?



Pero, a pesar de mis críticas, Deadline – U.S.A. es la gloria comparada con la siguiente película del tándem Bogart/Brooks.