Por un lado es cierto que actualmente el mejor cine de terror es aquel que se realiza fuera de los grandes estudios (a las mencionadas sumo The Lords of Salem, The Neon Demon, Goodnight Mommy, Under the skin, Bone Tomahawk o La invitación), pero tampoco es menos cierto que cada cierto tiempo hemos visto algunas grandes producciones que dignifican el género y que son igual de necesarias en su evolución (Cisne negro, El hombre lobo, Prometheus, Crimson Peak, las dos entregas de The Conjuring o No respires).
Lo que nos preocupa a los aficionados es el hecho de que los grandes estudios rechacen los guiones más arriesgas y originales, y se dediquen a vivir de rentas (ya sean remakes, secuelas, adaptaciones o encargos), en lugar de apoyar la visión personal de un director o aprovechar las infinitas posibilidades de un género tan diverso. Lo crematístico no está reñido con lo artístico, pero se empeñan en hacernos creer lo contrario.