Con las películas pasa igual que con la comunicación política: es absurdo juzgarlas si no van dirigidas a uno. Yo fui el público perfecto para una película estupenda, Parque Jurásico, pero una secuela dos décadas después no está pensada para mi. Porque no soy el niño que fui en 1993 y porque no existe nada parecido a un niño de 1993. Fuimos todos reemplazados por niños de 2015, que son un absoluto misterio. De su infancia solo sabremos dentro de diez años cuando les entre nostalgia y empiecen a escribir.
Es absurdo que juzgue Jurassic World, así que allá voy.
1. La película tiene un ritmo trepidante. La película se nos presenta ágil y solo necesita diez minutos para que sean devorados los primeros incautos. Desde ahí el ritmo siempre va en aumento. A mitad de metraje pensé que con tanta pirotecnia que llevábamos, el final solo podía ser una decepcionante vuelta a la calma.
Pero me equivocaba. La película consigue sublimarse en una secuencia de acción que no defrauda. Es una escena en esencia valenciana, con ese gusto —discutible— por la ornamentación excesiva y el uso del estruendo para silenciar un ruido. Es una escena larga y cuando crees que ya no cabe un dinosaurio más, aparece un mosasauro, un tyrannosaurus rex y algo peor que un rex. A ese redoble de dinosaurios le anticipo yo un gran éxito.
2. El parque es una maravilla. En la película de 1993 el parque no llegó a abrir sus puertas porque el circo de pulgas de John Hammond se vino abajo antes. Nunca pudimos verlo inaugurado… hasta ahora. Jurassic World se nos muestra en su apogeo y es una maravilla que parece salida de la imaginación de Julio Verne. Suyos parecen los hologramas, la atracción de la piscina, los safari en vehículos-esfera y hasta los bebé triceratops, que son más simpáticos que todos los gatitos de internet.
Pero el parque no es perfecto y eso es aún mejor. Es mercantilista, está abarrotado y desanimaliza a sus habitantes. Le pasa como a los zoológicos y los museos de animales disecados: son lugares que tuvieron una función y la han perdido. ¿Pero cuánto valor tenía un museo del XIX lleno de animales (muertos) que de otra manera nadie en Europa vería jamás? ¿Y un circo que recorriese la España de 1956 con un león y una jirafa? Es difícil juzgar el valor de un hipotético parque jurásico, pero es un bonito dilema al que asomarse.
3. En la práctica, la heroína es la chica. El protagonista de Jurassic World es un tipo espontaneo, fuerte y amigo de sus animales cazapersonas —porque es su naturaleza y hay que respetarlos—. La protagonista es una ejecutiva cargada de responsabilidad, sin hijos y algo neurótica. Son dos personajes arquetípicos, pero modernos y que violan algunos clichés.
Por ejemplo, el de su relación con la violencia. En teoría él es el hombre de acción, pero en la práctica es ella la que resuelve los problemas. Y lo hace por la vía violenta. Es ella la que, bengala en mano y tiranosaurio mediante, desencadena el caos que acaba por resolverlo todo. Y es ella también quien salva la vida del chico y no al revés. Me refiero a la escena del beso, que es la típica escena de tensión-sexual-por-fin-resuelta, pero girada. Porque es ella la salvadora y él quien la besa agradecido.
4. Los dinosaurios se comen muchas personas. Jurassic World es una película apta para jóvenes, pero tiene suficiente mala leche como para dejar morir a mucha gente. Y se agradece. Los dinosaurios devoran un par de cabras y docenas de personas. La cosa llega a tal punto que la sala acabó celebrando cada carnicería con un alboroto mudo. (Me vino a la cabeza una mítica sesión de Battle Royale en el Festival de Sitges cuyo público festejaba cada muerte con aplausos).
La secuencia más divertida ocurre cuando los pterosaurios atacan el centro del parque y las veintidós mil personas allí apretadas. Parece la típica escena que se resolverá con gente corriendo y chillando, pero no: los saurios voladores cazan visitantes a picos llenos. Los derriban o los vuelan por lo aires. La cámara hasta se recrea para enseñarnos la agonía de un personaje que ni siquiera nos caía especialmente mal: la niñera. Vemos tranquilamente como le atacan varios pterosaurios y casi la devoran, pero la dejan caer al agua y —como somos unos listillos— pensamos que, ajá, no se atreven a matarla. Entonces los pterosaurios bucean y la devoran bajo el agua.
Ese juego entre la película y el espectador es otra de sus virtudes.
5. La película se ríe de sí misma. No soy muy aficionado al humor en el cine de aventuras, pero en Jurassic World diría que funciona. Especialmente cuando bromea con los tópicos del género de aventuras (y de paso con nuestras expectativas). Cuando amaga con salvar a la niñera y entonces la mata. Cuando nos sugiere que el monstruo marino está por aparecer… y efectivamente aparece. O cuando nos amenaza con una escena manidísima de chico-besa-chica, y hasta suena la música, pero, ay, no, perdón, que resulta que la chica tenía novio.
* * *
Habrá espectadores que encontrarán otras virtudes en la películas y quienes no encuentren ninguna. También habrá quien la critique por razones que yo estoy dispuesto a tolerar —como que algunos dinosaurios tengan pinta de reptiles en lugar de lucir las plumas que ahora sabemos que los cubrían—. Pero hay una carencia que a mi me cuesta perdonar.
En Jurassic World no hay científicos.
Los héroes de Parque Jurásico eran científicos, y no unos cualquiera, sino tipos como Ian Malcolm: un matemático que parecía una estrella del rock. Toda la película estaba en realidad repleta de ciencia. Por ella desfilaban descubrimientos, paleontólogos y ordenadores para paleontólogos, brazos robots y coches eléctricos, discusiones sobre evolución y ecosistemas en equilibrio. Los protagonistas huían de devoradores prehistóricos, pero mientras nos explicaban cómo clonar dinosaurios extrayendo su ADN de un mosquito muerto en ámbar hace millones de años.
Por todo eso Parque Jurásico actuaba como un virus. Nos metía dentro la curiosidad por la selección natural, la teoría del caos o los pájaros que son en verdad dinosaurios. Salías del cine con la sensación de que existen cosas dignas de asombro, y esa sensación seguía contigo mucho después de acabada la película.
No hay nada de eso en la secuela. Jurassic World es una experiencia divertida y absorbente pero se desvanece con los títulos de crédito. No encuentro en ella nada capaz de infectar a los niños. Es posible que el problema esté en mis ojos viejos y que los niños sí salgan del cine agitados y hablando muy rápido. Si es así, solo lo sabremos dentro de diez o veinte años, cuando la bruma de la nostalgia los envuelva y los empuje a escribir.