Prosigamos con otra anomalía dentro de nuestra extensa filmografía, ya que, quizá buscando la originalidad o algunos trazos distintivos, Beauty and the beast (Edward L. Cahn, 1962) [tv: La bella y la bestia] no es solo una adaptación más, de las muchas existentes, del relato La bella y la bestia (La belle et la bête, Jeanne-Marie Leprince de Beaumont, 1757) —del cual surgieron con anterioridad dos maravillosas películas: la ya referida francesa La bella y la bestia de Cocteau, y la checoslovaca Panna a netvor (Juraj Herz, 1978)—, ya que su posicionamiento la conducen por los caminos del cuento de hadas macabro, del relato clásico de terror con un hombre lobo incluido. Es significativo recordar que la obra literaria no habla de licantropía, sino de un encantamiento. Es más, las otras dos citadas adaptaciones convertían al personaje maldito en un hombre león y un hombre pájaro respectivamente. En esta ocasión, la fábula original queda maquillada por el guión de George Bruce y Orville H. Hampton, centrando la acción en el drama medieval de un joven noble, de nombre Eduardo, afectado por las malas artes de un brujo enemigo de su padre. Su condena consiste en convertirse en hombre lobo con la caída de la noche, lo que anima a su codicioso hermano, anhelante por heredar el trono, a instar a los aldeanos para que lo destruyan. El amor de una joven conseguirá superar todos los inconvenientes, para que sus sufrimientos puedan tener un final feliz.
No hallamos aquí a la bestia sedienta de sangre y hambrienta de carne de otras propuestas, ya que Eduardo, pese a su apariencia monstruosa, es un ser afable, alejado de cualquier pensamiento negativo. Son las formas lo que más lo sitúan en este contexto, ya que el responsable del maquillaje lobuno era nada menos que Jack P. Pierce, el genial y pionero artista que, quizá afectado por la nostalgia, recreó unos rasgos muy parecidos a los que confeccionara para Larry Talbot en su inmortal serie —pese a que fuera despedido por la productora un buen número de años antes, viéndose abocado a trabajar en películas menores y proyectos televisivos—. La influencia del cine de la American International Pictures, bien próximo en espacio y tiempo, se deja notar en el uso del colorido de la fotografía de Gilbert Warrenton, en la dirección artística de Franz Bachelin, con sus aproximaciones ambientales de época, así como se reconocen algunos guiños atmosféricos al cine de la Universal; tal es el hecho de que los lugareños porten antorchas cuando se acercan al predio de la bestia. Mark Damon —intérprete de La caída de la casa Usher (House of Usher, Roger Corman, 1960), frente al genuino Vincent Price— es el actor que se oculta bajo tanto vello, en esta discreta y amable fantasía terrorífica destinada a todos los públicos, que despertaría pocas pasiones, tanto a favor como en contra, y que significaría el último trabajo de Edward L. Cahn, debido a su inminente óbito.