Uf, no sé, Herbert. Yo a Burton lo veo últimamente muy tontorrón y reiterativo. No le veo esa mala baba y ese toque gamberro que tenía en sus inicios.
Bueno, volvamos al turrón, que dirían en Humor Amarillo. Recién vista
Cartago en llamas, un italo-péplum un tanto deslavazado y confuso basado en una novela de Emilio Salgari, la cual no tenía demasiada chicha, pero sí algo de
limoná. Aquí la
limoná está bastante diluida. No tiene esas simpáticas barbaridades que tanto encanto suelen prestar incluso al ítalo-péplum más costroso (malos malísimos, malas buenísimas, exóticas danzas, refinadas toturas, fozudos brutos pero de buen corazón, mucho abalorio y fleco y cartón piedra vistoso y un montón de señores en falditas), sino cierta pretensión de seriedad que lo vuelven algo antipático, en contraste con lo no muy acabado de su factura, además de lastrada por un ritmo irregular y un mal equilibrio entre los distintos elementos de la historia, con unos actores no de esos sonrojantes que suele haber en coproducciones de la época, pero tampoco, particularmente inspirados. Sin embargo, tampoco es de ésas tan malas que resultan involuntariamente cómicas. Hay un triángulo amoroso que en ocasiones se convierte en un rombo, un proscrito que al final se vuelve un héroe, mucha pendencia interna entre los cartagineses, una guerra con Roma que casi no da tiempo a contar y una miajilla de carne femenina al aire. Todo muy rutinario y algo aburrido. A destacar la presencia de Terence Hill cuando aún no era Terence Hill y de Paolo Stoppa y Pierre Brasseur (un actor al que yo asociaba sobre todo con el cine de terror debido a su papel del Dr. Génessier en
Los ojos sin rostro), éstos dos últimos en papeles como de alivio cómico y asazmente ridículos en minifalda, que diría Yulifero Mármol. Sólo para adeptos al género.