Mi corazón no late si no se lo dices (My Heart Can't Beat Unless You Tell It To, 2020), de Jonathan Cuartas
Variante laica del tema del vampirismo, sin crucifijos, ataúdes, mausoleos, ajos, espejos, maldiciones ni océanos de tiempo. Thomas (Owen Campbell) es un joven enfermizo, muy pálido y enclenque, que no soporta la luz del sol y que se alimenta de la sangre humana que le proporcionan diligentemente sus hermanos, Dwight (Patrick Fugit) y Jessie (una inquietante Ingrid Sophie Schram), obligados a salir de caza para mantener la despensa bien provista. Debut como director de largometrajes de Jonathan Cuartas, con guion propio, que recuerda ligeramente las adaptaciones de la novela de John Ajvide Lindqvist, “Déjame entrar”, aunque Lindqvist se aproximaba al fenómeno vampírico de manera más convencional.
La película, de corta duración (apenas una hora y media, toda una bendición en los tiempos actuales de excesos injustificados en el minutaje), se deja ver con curiosidad y agrado (aunque no disimula los momentos más desagradables). Cuartas mantiene el pulso sin necesidad de entrar a explicarnos el porqué de la condición de Thomas. Un director a tener en cuenta en el futuro (de hecho, veo que se le otorgó el premio a la mejor dirección revelación en el último Festival de Sitges).
Una obra maestra (The Burnt Orange Heresy, 2019), de Giuseppe Capotondi
Atractivo largometraje del poco prolífico director italiano Giuseppe Capotondi, que veo que se ha dedicado sobre todo a la televisión (por ejemplo, varios capítulos de la serie Suburra).
Basada en una novela del escritor estadounidense Charles Willeford, “The Burnt Orange Heresy” (1971), con guion de Scott B. Smith, la película de Capotondi nos introduce en el mundo del coleccionismo de obras de arte. El famoso crítico James Figueras [sic] (un sobrio Claes Bang) viaja, junto a Berenice (Elizabeth Debicki) con la que acaba de iniciar una relación amorosa, a la mansión en el lago Como del mefistofélico coleccionista Joseph Cassidy (un Mick Jagger perfecto en un papel sulfuroso, que parece a punto de cantar en cualquier momento “Simpathy for the Devil”: “Please allow me to introduce myself/I'm a man of wealth and taste/I've been around for a long, long years/Stole million man's soul and faith”). El desafío que le plantea a Figueras parece una actualización, también laica, como en el film anterior, del mito de Fausto. El crítico ha de conseguir una entrevista de un pintor al que Cassidy tiene alojado en los alrededores de la mansión, Jerome Debney (magnífico, como siempre, Donald Sutherland). El artista no tiene ninguna obra visible, todas ellas devoradas por las llamas. Poco después de iniciar la aproximación al pintor, descubriremos que además de la entrevista lo que ha de conseguir a cualquier precio es una obra de Debney. Y cuando digo “a cualquier precio”, quiero decir sin poner límites en la forma de hacerlo.
Con estos materiales, Capotondi construye un thriller sumamente entretenido e inquietante, muy bien resuelto en lo interpretativo, y sobrio en lo formal. Otro director a tener en cuenta en el futuro, aunque en este caso el italiano ya pasa de los cincuenta.