No he visto muchas películas que sean capaces de contener, a la vez, todo lo bueno y todo lo malo que significa la palabra ‘Hollywood’. Por lo menos, no como Soy Leyenda. Dando por sentado que es disfrutable, entretenida y todo lo que uno quiera, es un film que durante una hora y cuarto es, simplemente, una exhibición de puesta en escena, interpretación, montaje, diseño de producción y, en alguna parte, algo parecido a caracter, alma y personalidad propia. Desgraciadamente, su último acto contiene inconsistencias, horteradas y lo que es peor, capitaliza en su punto débil: su obligación de ser una película amable, comercial, y (tómese esta palabra en el sentido menos ofensivo posible, por favor), cobarde. Y sin embargo, ésta es la peli de palomitas de las navidades. Ni más ni menos.
Una no acreditada Emma Thompson da la noticia del siglo: la humanidad -y más concretamente ella- ha encontrado una cura para el cáncer que, desgraciadamente, termina su ciclo de acción con efectos no deseados (léase fallecimientos masivos y una gran parte de los supervivientes convertidos en…ejem, vampiros). Corte a tres años después, en un Nueva York desolado, habitado por el único hombre vivo: el científico Robert Neville, que día tras día persiste en encontrar un reactivo contra el virus, a costa de perder todo lo que le queda de cordura, acompañado casi exclusivamente por su fiel, valiente y leal (y algo tonta) perra Sam-. De ésto pasamos a ver una hora y quince minutos que combinan la excelencia técnica de unos efectos especiales a los que tendrian que mandar el Oscar por correo; junto con cierto sentido y encanto personal, encarnado en Will Smith, alma y pilar de esta película.
Mi amor incondicional por este actor es de sobra conocido por los asiduos de la página, y Soy Leyenda no me hace sino reafirmarme. Llevando sobre sus hombros una producción de 150 millones de dólares como quien se estuviera mordiendo las uñas, Smith refleja todas las cualidades del hombre cotidiano e inspira tal simpatía que llega a cualquier tipo de audiencia. Es por eso por lo que es el único actor que realmente considero que es capaz de llenar salas. Pero eso no se gana con sólo una cara bonita (Orlando Bloom y Paul Walker saben de que estoy hablando). Hace falta carisma y de eso Will Smith anda bastante sobrado. Es por ello que es capaz de vendernos la última escena que tiene con su perra, que pone final a los setenta y cinco minutos mencionados (uno desearía que la película se terminara justamente ahí, lo que la hubiera convertido en un verdadero pepino nuclear de película). Neville come, se ejercita, investiga… pero sobre todo espera algo. Si espera a un superviviente o que alguien le libre de su miseria, es algo que a veces no nos queda muy claro. Es un matiz, pero es interesante y Tito Will lo vende perfectamente.
Pero a pesar de lo que diera a pensar esta carta de amor homoerótico, hay que decir que a Smith quizás se le va la mano un poco en el último tercio del film y, con todo, es sólo parte de un cuadro global, presidido por la espectacular representación de una ciudad vacía, devastada, muerta y absorbida por la naturaleza. El empleo del ordenador en Soy Leyenda consiste en incorporar detalles para enriquecer la narración y convencer al espectador. No es nuevo y Zodiac también lo hacía. Ésa es la función principal de un efecto especial. Dicho éso, la precisión alcanzada aquí es algo de lo que, por primera vez en meses, se puede decir que es “lo nunca visto” y “para cagarse”: calles forradas de hiedra, fauna salvaje vagando por las calles, planos largos de cientos de coches sumergidos en el cauce de un río, un espectáculo apocalíptico y, sobre todo, la espectacular sensación de vacío que convierte este ambiente en algo incómodo, espantoso, por suceder todo a la luz del día. Y piensas “joder, encima con vampiros”. Vampiros, ah… la parte que empuja esta película desde el limbo “ciencia ficción semirrealista” hacia los terrenos del cine fantástico puro y duro. Smith matando chupasangres…repartiendo hostias…esto va a ser la leche. Venga esos vampiros.
La madre que parió a los ”vampiros”.
Se te cae el alma a los pies. Privados de cualquier rasgo reconocible o distintivo, pertenecen a la modalidad genérica “bicho tipo Gollum” creados íntegramente por ordenador a imitación de los seres humanos que, por mucho que se empeñe Zemeckis, son más difíciles de reproducir que un edificio hecho polvo. No dan miedo y se comportan como absolutos imbéciles. Atacan organizadamente dependiendo de cómo le brote al guión. Además, no es que tengan mucho que aportar a la historia: no tienen inquietudes (como sí sucedía en la versión anterior de la novela de Matheson, con Charlton Heston) y simplemente, se limitan a saltar, comer y asustar pero como parecen moñas, es necesario un golpe de efecto. Y Lawrence los presenta más de lo que debería. Los perros vampiros -oh, sí, los hay- son otro cantar, y protagonizan una sensacional escena con un suspense imaginativo. Llegados a este punto en el que aparece la figura del director, hay que decir una cosa: es el único aspecto en el que Lawrence la pifia un poco. Pero técnicamente hablando, lo borda de forma total y absolutamente perfecta, demostrando en las escenas de “terror” que menos, de vez en cuando, es más. Y que es mejor dejar cosas a la imaginación. La primera presentación de los vampiros es, sin que sirva de precedente, muy efectiva.
Soy Leyenda tiene sus problemas, pero el menos responsable es Francis Lawrence, que da una lección de habilidad cinematográfica y de sentido común poco habitual en Hollywood: una puesta en escena orgánica, fotografía atmosférica, no hay dos planos que se repitan, saca partido del escenario Y NO USA APENAS BANDA SONORA. No, Lawrence no sólo no es el culpable ni mucho menos, sino que este tío comienza a convertirse en un director a seguir. El verdadero culpable…
…si hay culpables, deberían ser dos. Del primero no estoy muy seguro, porque es imposible saber hasta qué punto ha metido las manazas en esta película. Creo es Akiva Goldsman. El tío que casi ejecuta la saga de Batman como quien rompe el cuello a un pollo, así como creador de guiones que son maquillados por la habilidad de sus directores (me refiero a Una Mente Maravillosa, por ejemplo). Mientras no puedo estar seguro qué escenas, diálogos, ha incorporado exactamente, tengo dos pistas: la primera, el “and” en sus créditos, que da a entender que no ha trabajado con Protosevich y que le llamaron para reescribirlo (si lo hubieran hecho juntos aparecería, como estipula la ley, un “&”).
La segunda pista es que, en su último acto, Soy Leyenda es un desfile de moralina asquerosita, donde nuestro héroe (Smith es particularmente responsable de ésto) es repentinamente humanizado a través de otros dos personajes que sólo existen para justificar UN JODIDO PLANO DE CÁMARA, POR EL AMOR DE DIOS y de repente destapa una fijación obsesiva por Bob Marley (el espíritu cantante jamaicano es, aparentemente, su guía en para la vida -hombre, el tío liaba petas con papel de periódico-). Y además, descubrimos que le mola Shrek. Sí. Shrek. Gracias por aportarnos este dato, tan relevante para el desarrollo de la historia.
Añadiamos a Dios (no el Dios Dios, me refiero al Dios de Akiva Goldsman, el siempre duro-pero-justo Dios de Hollywood, vamos) a la ecuación y sumemos a toda la mezcla el problema mencionado de los “vampiros”, un refugio secreto de lo más conveniente (y tácticamente estúpido) y un anteriormente inmaculado Smith a punto de caer en las redes de El Príncipe de Bel-Air sin saber por qué. El resultado es que el último acto asesina al film, le roba todas sus bazas, y sólo un último contraataque de nuestro héroe termina dando un poco de energía lo que es en general, el clímax final más decepcionante que me he echado a la cara en mucho tiempo. Pero todo esto al final es una gilipollez. La película hace sin esfuerzo lo mínimo que se le pide, que es entretener. Pero si buscamos algo enriquecedor, terrorífico, extraño, aislado, no lo encontraremos aquí. Esta peli es una superproducción. A ver si con un poco de suerte, el “director’s cut” nos da una sopresa. Ojalá sólo dure setenta y cinco minutos.