Excelente artículo de Hernan Casciari en su casi siempre excelente blog sobre series y televisión:
La publicidad en medio de un chiste no es graciosa
Las llamadas comedias de media hora duran 22 minutos y tienen dos pausas publicitarias. Mientras que las series de una hora tienen en realidad 44 minutos y, en medio, tres cortes naturales. ¿Demasiados números para un artículo frívolo sobre la tele? Quizás con un gráfico podamos comprender la idea de una forma más clara y divertida:
Como se ve, los minutos exactos de cada bloque, sumados a los de la publicidad (en gris), hacen que cada emisión dure exactamente 30 minutos en el caso de la comedia, o 60 en las series de situación dramática.
Para ello, la pauta publicitaria debe amoldarse milimétricamente al patrón argumental. Entonces no es casual que la estrategia comercial posea premisas similares a la estructura de un guión:
Esta semejanza estructural entre ocio y negocio no es arbitraria. Todo está pensado y funciona. Lo que se intenta es cuidar con esmero —como si fuesen trillizos rubios recién nacidos— a los tres pilares únicos del espectáculo:
• se cuida al cliente: es decir a la publicidad, que al ser breve y ubicarse en puntos estratégicos del clímax dramático, no deja que el espectador haga zapping ni se harte;
• se cuida el target: es decir a nosotros como audiencia, que sabemos cuándo comienza exactamente lo que queremos ver, cuándo acaba, y cuánto dura cada corte;
• y, finalmente, se cuida al producto: es decir a la obra artística, que no se resiente en lo argumental puesto que su estructura dramática se puede ‘calcar’ bajo la estrategia comercial.
Ahora, bajemos al infierno
He querido introducir estos elementos técnicos para contrastarlos mejor con la estrategia audiovisual de la televisión española. Y utilizaré para ello la emisión de un producto estrella de Antena 3: The Simpsons, que tiene cada sábado alrededor de tres millones de espectadores fieles. Veamos de qué forma cuida la TV generalista uno de sus éxitos más longevos.
He escogido para el test el doble capítulo de The Simpsons que se emitió el sábado 9 de junio para toda España. La grilla de Antena 3 promociona la obra con un comienzo a las 21.45 y un cierre a las 22.45. Por tanto, puse a grabar ese segmento de 60 minutos y me fui a ver el partido del Barça por Canal Digital.
Esto es lo que me encontré al ver la grabación:
Para empezar, el capítulo uno (en verde) no comenzó a las 21:45, por lo que tuve que ‘adelantar’ cinco minutos de publicidad. Cuando sí arrancó el episodio, se saltaron el primer corte narrativo natural, pero pusieron —un ratito después— dos publicidades en medio de un chiste. Es decir, no sólo anularon el clímax previsto por la trama: también despedazaron un diálogo.
El resto del capítulo fue sin cortes, cargándose como siempre el break natural, y entonces ocurrió lo peor: mutilaron los créditos del capítulo uno y pegaron el capítulo dos (en naranja) sin presentación: borraron —aunque parezca increíble— la pizarra de Bart y la broma del sofá.
Promediando la confrontación argumental del segundo capítulo, otra vez fueron a publicidad (¡dieciséis minutos!) rompiendo otro chiste por el medio. Hubo que esperar un cuarto de hora para reír: maravilloso. Y entonces cerraron la emisión, cómo no, destrozando de nuevo los créditos finales del segundo episodio.
A mí me podrán decir lo que quieran sobre el negocio de la televisión. Pero esto no tiene pies ni cabeza. Los gerentes de cadenas —descubrí el sábado— no son hijos de puta que ganan más haciendo las cosas mal. Lo insólito es que son imbéciles que, al hacer esto, pierden dinero.
Los mismos dos capítulos, con las mismas exactas 58 publicidades, podrían haberse distribuido de la siguiente manera:
No les habría costado nada hacerlo bien. El único problema es que no están apasionados por lo que hacen. No les gusta trabajar de eso. Lo odian.
Es esto, y no otra cosa, lo que me sorprende de las cadenas españolas de televisión. La increíble capacidad que poseen para no apasionarse sobre ninguna materia: no les interesa la televisión, no les importa el arte popular, no intentan comprender el marketing. Son tan eficaces en su necedad, tan tarambanas, que logran romper los tres vértices del triángulo sin pestañear:
• descuidan al producto: es decir a la obra artística, manipulándola, destrozándola y escupiendo sobre sus creadores, actores, guionistas y técnicos;
• descuidan el target: es decir a nosotros como teleplatea, que jamás sabemos cuándo comienza lo que queremos ver, ni cuándo acaba, y que por eso huimos despavoridos de la pantalla;
• y sobre todo descuidan al cliente: es decir al auspiciante, jurándole que la gente se queda pegada al televisor para ver sus avisos, cuando en realidad la eficacia publicitaria tradicional está moribunda.
Nada podemos hacer nosotros como espectadores para cambiar esta tendencia, por supuesto que no. Somos, tan solo, la moneda de cambio entre las cadenas y sus clientes.
Pero sí puede cambiar las reglas de juego Peugeot, el Salón del Automóvil, El Corte Inglés, Volkswagen, el BBVA, Citroen, Minute Made, Ford, la ONCE, Axe, Samsung, BMW, Movistar, Vodafone, Mitsubishi, Burger King, Fiat, Titán, Campofrío, Sunny, Liberty Seguros, Pepsi, Bollicao, CEPSA, Orange, Barclay’s, Schweppes, Nintendo, San Miguel, Euromillones, Port Aventura, Regal, Winterthur y Cruzcampo. Esto es, quienes publicitaron el sábado en The Simpsons —por Antena 3— y perdieron dinero en la inversión.
Ustedes, señores auspiciantes, también son traicionados cada sábado, porque nosotros no estamos viendo su comercial durante esas pausas descalibradas, intempestivas y torpes. Antena 3 nos obliga a irnos, nos rompe el chiste por la mitad, nos espanta del sillón, y les miente a ustedes diciendo que estábamos allí.
Nosotros, últimamente, estamos en otra parte. Estamos en un sitio en donde The Simpsons comienza cuando queremos, acaban cuando debe ser, y los chistes son graciosímos —entre otras virtudes— porque tienen el ritmo que les impone su autor.
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