La ambigüedad es siempre un buen recurso en este género de historias, porque normalmente te exigen de entrada una suspensión de la incredulidad superlativa. Ese "horror cósmico" que comenta Frank Zito es la gran aportación de Lovecraft, más allá de toda su mitología de Cthulhu y compañía. Hay un momento en el relato que hemos comentado (cito la traducción de la edición de Valdemar) en que ese narrador subjetivo dice: "Sólo en las terribles fantasías producidas por las drogas o el delirio es posible que algún hombre haya hecho un descenso como el que yo hice". Pues eso: ¿quién nos dice que la narración no sea el resultado de las drogas o el delirio? Algo, por cierto, extensible a buena parte de la obra lovecraftiana, lo que la hizo tan atractiva en los 60/70 para una sociedad que descubría el LSD, el peyote y una visión nueva sobre el mundo de los sueños.
Por cierto, la edición de Valdemar tiene dos defectos. Uno objetivo: reunir todos sus relatos en dos tomazos hace francamente incómoda la lectura. El otro más subjetivo: a mí el intento de Juan Antonio Molina Foix (uno de los traductores) de adecuar el inglés macarrónico que aparece en algunos relatos (como mínimo en "El horror de Dunwich" y "La sombra sobre Innsmouth") al castellano, creando un dialecto más macarrónico si cabe me parece fallido, muy incómodo de leer. Me gusta más la traducción de esos relatos en la edición de Alianza, aunque no recoge la variante lingüística que crea Lovecraft.