Y algo que siempre me ha asombrado de los grandes directores, desde Rouben Mamoulian (LA FERIA DE LA VANIDAD (1935)) hasta Akira Kurosawa (DODES'KA-DEN (1970)), es lo bien que solventaron el paso del blanco y negro al color.
Una de las grandes bazas, aparte del vestuario y los escenarios (naturales) en los que se desarrolla la acción, es el espléndido colorido que luce la película, a pesar de que la copia podía ser todavía más perfecta.
Qué curioso que en el otro rincón - el de Alexander Mackendrick - también estemos ante el primer trabajo en Technicolor de su director. Y un uso igualmente primoroso, aunque no tan exquisito, dado lo diferente de la ambientación.
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