Dado que estamos en proceso de revisar la filmografía completa de Visconti, en algunos casos tendré que recurrir a mi poco estimado, al menos en lo que a visionar cine se refiere, YouTube. Ya he estado mirando por encima las copias que se pueden encontrar ahí de “Sandra” y “El extranjero”, mis “eslabones perdidos” del ciclo, y puedo decir que mis más flojos DVDs las superan en calidad. Pero en fin.
Así he visto el episodio “Anna Magnani” de “Siamo donne”, con unos subtítulos generados automáticamente que os juro que mencionaban a Icarly y a Lady Gaga, entre otras premoniciones de un futuro 60 años posterior. El “sketch” es bastante divertido, y de nuevo me viene a la mente, como en “Bellissima”, el tipo de humor temperamental y castizo que hizo fortuna en el cine español durante las mismas décadas, y es que España miraba por aquel entonces mucho a Italia. Fijaos si no en Berlanga, que llamaba a Richard Basehart por haberlo visto en “La strada” y a quien tomaríamos por una versión “marca Hacendado” del Fellini de entonces de no ser porque algunos temas los tocó antes que Fellini…
Volviendo a Visconti, la anécdota sobre si un “basset hound” puede o no ser considerado un perro faldero, y la disputa sobre ello con un taxista que llega hasta un cuartel de la policía, reposa un 80% sobre la actuación y un 20% sobre la dirección, aunque hay un par de momentos brillantes. Al revés que en “Bellissima”, donde vemos primero a Maddalena perdida en un plano general entre el resto de madres que llevan a sus niñas a la prueba, aquí estamos siempre con la actriz hasta un momento en el cuartel de policía en el que de repente cambiamos a un gran plano general en el que percibimos su voz más lejana, reverberando en el gran espacio, y hay un “travelling” a lo largo de una barandilla que nos revela a un hombre desocupado tumbado en ella hasta que llegamos a la escalera por donde Magnani y toda la comitiva suben. Supongo que se trata un poco de poner la anécdota en un contexto más grande y de sugerir el posible protagonismo de otros elementos, desocupados, obreros o antisociales, que viven un poco al margen de las pantallas, mientras los actores del cine popular dan voces y gesticulan desde la pantalla.
También me llaman la atención esos pequeños detalles sociales, como el taxista que canta una canción referida al Duce, o esas niñas que cantan subidas a dos autocares en lo que, presupongo, debe de ser algún tipo de excursión religiosa. Son pinceladas menos grotescas de las que habría introducido Fellini, pero son elocuentes a la hora de sugerir que el “viejo régimen” no se había ido del todo en la Italia de los 50.
Y queda toda la parte final, con las bambalinas del teatro, en la que vemos lo que sucede cuando Magnani no llega a su número y es necesario cambiar el orden de las actuaciones. En sintonía con la broma de la narración inicial, en la que la protagonista se refiere a su mala fama de temperamental y un tanto antipática, Magnani para a una de las jóvenes bailarinas que la precedieron, obligándola a saludar como es debido. Me gusta cuando vemos el reverso del decorado, en una perspectiva inversa a la del público, y me sorprende lo buena que es la actuación de la actriz como cantante, en un número que supone todo un canto a la belleza nocturna de la ciudad de Roma, y en el que me parece detectar algún doble sentido un tanto equívoco. Terminamos en un primer plano que supone todo un homenaje a la carismática intérprete de “Roma, ciudad abierta”, a la que no volveríamos a ver en un film de Visconti.
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