05. El gran calavera (1949)
Después del escaso éxito de Gran Casino, Buñuel siguió con Óscar Dancigers como productor, ahora asociado con el actor Fernando Soler, que quería una película a su medida. Lo más importante del film es la entrada en la vida de Buñuel de Luis Alcoriza como guionista (aquí junto a su mujer Janet), y en esta ocasión también como actor (en el papel de Alfredo, el novio bien de Virginia).
Los Alcoriza firman una adaptación de la obra teatral del dramaturgo español Adolfo Torrado del mismo título de 1944. Alcoriza participó en los guiones de algunos de los mejores films de Buñuel en México, de Los olvidados a El ángel exterminador pasando por Él y otros más.
Desconozco qué de la película es de Torrado, qué de los Alcoriza (seguro que la ambientación mexicana y muchos de los diálogos) y qué de Buñuel, que seguro puso su nota en algunos detalles. En todo caso, se trata de una comedia moderadamente divertida, que sigue explotando esa vena popular (casi populachera) que cultivó el de Calanda en más de una ocasión en México (algo que ya había empezado a hacer en España con Filmófono).
Aunque Buñuel la despacha en sus memorias con un escueto “no creo que presente el menor interés”, más allá de reportarle éxito comercial y favorecer así que Dancigers se atreviera con el proyecto de Los olvidados (al igual que Alcoriza en las tareas de guionista, Dancigers estuvo detrás de la producción de muchos de los films mexicanos de Buñuel), creo que es demasiado duro con su película. Su menosprecio lo puedo compartir a la hora de valorar Gran Casino, pero El gran calavera me parece que tiene suficiente interés como para dedicarle un visionado desprejuiciado. Como ya la comenté hace un tiempo en el otro rincón (en 2016, ¡cómo pasa el tiempo!), y poco tengo a añadir, reproduciré lo dicho entonces con alguna apostilla.
Como decía entonces, la trama hubiera podido dar pie a un film de cualquiera de los brillantes directores de comedia norteamericanos citados. Hay buenas dosis de mala baba, con lo que pudiendo quedarse en una comedia más o menos moralista pasa a ser una carga de profundidad notable contra la alta sociedad mexicana (que como la española o francesa siempre estará en el punto de mira de Buñuel). Empezando por el retrato que se hace del dipsomaníaco irresponsable de Don Ramiro y siguiendo con su familia de parásitos o Alfredo y su madre bigotuda, Buñuel se pone las botas, en especial en la demencial secuencia de la recepción para celebrar el compromiso de Virginia (Rosario Granados) con Alfredo, en que la irrupción de un Ramiro completamente borracho dinamita todo el protocolo social.
La voz de la conciencia es aquí el hermano médico, Gregorio (Francisco Jambrina), que monta todo el tinglado teatral para simular la ruina de la familia.
Pero con tanto “éxito” que está a punto de llevar a Ramiro al suicidio, con lo que las buenas intenciones hubieran comportado malas consecuencias (algo muy buñueliano, si pensamos por ejemplo en Viridiana).
Algo forzado, demasiado puro, es el personaje de Pablo (Rubén Rojo), el electricista que consigue enamorar a la chica bien supuestamente venida a menos, pero sirve de contrapunto, contrasta cierta nobleza de las clases populares con la “nobleza” innoble de las clases altas. Em todo caso, el personaje permitirá que Buñuel ponga en sus labios la crítica a la aristocracia del dinero con un estentóreo “me dan asco”.
Hay un par de apuntes muy de Buñuel. Uno es un apunte romántico, convenientemente boicoteado desde dentro por el uso de unos altavoces, cuando los jóvenes se declaran mutuamente su amor. El otro, el más importante, la irrupción de Pablo durante la ceremonia del matrimonio dándose una mezcla, seguro que muy del gusto del director, entre los fragmentos litúrgicos (supongo que de la Epístola de San Pablo, que es la que se suele o solía leer en estas ceremonias) y el mensaje que contraprograma el otro Pablo, el anuncio publicitario de las medias “Suspiros de Venus” (nada más provocador que el fetichista anuncio de medias, algo que también aparecía en L’âge d’or, invocando la diosa pagana del amor). Solo queda mostrarnos a Virginia, con su lujoso vestido de novia, corriendo detrás del coche de Pablo. Magnífico remate que dudo que forme parte del texto de Torrado.
Aunque uno puede tener cierta prevención respecto a este film, creo que se deja ver muy a gusto. A destacar además la sobriedad de la mayoría de actores, en especial la pareja que forman Andrés Soler (en el papel de Ladislao, el hermano de Ramiro), que era hermano de Fernando en la vida real, y Maruja Grifell, como Milagros, la cuñada.
Para los escépticos, la semana que viene ya llegamos a un film que no ofrece dudas: Los olvidados, la primera (que no la única) de sus obras maestras mexicanas.