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Tema: Mary Shelley, la creadora de Frankenstein

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  1. #34
    A.K.A. Jane Austen Avatar de Jane Olsen
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    Predeterminado Re: Mary Shelley, la creadora de Frankenstein

    Revisada El espíritu de la colmena.

    No es fácil hablar de esta película porque creo que trata principalmente de emociones, de cosas indecibles. Si hace dos días, me ocupaba aquí de una peculiar revisión del mito frankensteiniano a cargo de un director español, Gonzalo Suárez, hoy nos ocupa otra hecha por otro director español y diametralmente distinto. Si bien el origen del Monstruo parece estar en el fondo de ambas películas, la manera de tratarla no puede ser más diferente, y si Suárez traía al primer plano una visión novelizada del origen de la famosa novela, Erice apela a las emociones. Y si su obra no cae en la aburrida pomposidad del primero, acaso se deba a su sencillez aparente, a su falta de pretensiones, al llamamiento que nos hace -ya en los títulos de crédito de la película, ilustrados con dibujos hechos por las propias niñas- a mirar el mundo desde los ojos de un niño. Un mundo que, visto así, resulta aburrido, monótono, incomprensible y en ocasiones, hasta cruel, pero que también puede destilar una magia que se pierde al llegar a la edad adulta.

    Ignoro cuales eran realmente las motivaciones de Erice al afrontar esta película, y como diría el propio Monstruo, no es mi intención llegar al fondo de la cuestión. Sin embargo, resulta tentador, aunque quizá sea hilar demasiado fino, establecer una serie de paralelismos entre la vida y la época de la Shelley y lo que se nos cuenta en la película.

    Pocas veces, al hablar sobre el contexto en que surgió Frankenstein, los críticos se paran a pensar que Europa acababa de salir de las guerras napoleónicas, que habían dejado medio continente en ruinas, y que los sueños de la revolución se acababan de ir al traste. El Romanticismo es hijo de la ilustración: no se puede entender éste sin conocer aquella. A veces se ha querido ver en el movimiento romántico una reacción indignada de la juventud de por aquel entonces frente a aquel mundo tan feo que les estaba tocando vivir: los viejos valores habían sido desterrados por la Ilustración y la Revolución Francesa, sin que llegaran a aparecer otros que les sustituyeran (o que fracasaron estrepitosamente); y cuando la gente vio que la cultura y el progreso científico no habían acabado con la ignorancia y la superstición, y que la lucha por nuevas libertades políticas y sociales sólo benefició a unos pocos, y que seguía habiendo dominadores y oprimidos, se rebeló contra todo aquello, bien volviendo los ojos al pasado, bien a la naturaleza salvaje, bien a la utopía. En otros lugares -como España- los valores de la Ilustración y la Revolución simplemente no llegaron, y el movimiento romántico se convirtió en una especie de reivindicación de los mismos.

    En España, en la época en que se ambienta la historia que nos cuenta Erice, se acababa de salir de una guerra civil que no fue sino un siniestro y sanguinario esperpento, y que al igual que las guerras napoleónicas, supusieron el fracaso de unos valores y unas ideas revolucionarios que habían prometido que harían al mundo mejor y a la gente más feliz.

    La Shelley pasó una infancia bastante solitaria, tal cual las dos niñas que protagonizan la película, y que seguramente -como ellas- exacerbaría su propensión a lo fantástico. Y el padre parece ser también un personaje de ideas avanzadas en medio de un ambiente exageradamente conservador.

    La película que nos cuenta Erice, en realidad, son varias historias, que sólo se ven unidas entre sí por el lugar en que suceden y los personajes comunes. Poco sabemos del verdadero carácter y antecedentes de estas personas, y todas estas historias parecen resumirse en un solo motivo: el mundo de los adultos visto a través de los ojos de la infancia.

    En un apartado pueblo castellano, situado en medio de ninguna parte, conectado con el resto del mundo sólo por el tren, y ocasionalmente (otro paralelismo más con la novela de la Shelley, que transcurre en gran medida en parajes desolados y solitarios, aunque muy distintos de la fría y a la vez abrasada estepa castellana), llega el cine. La película que se proyecta es El doctor Frankenstein, de James Whale. Dos niñas, hermanas -Ana e Isabel (Ana Torrent, que parece haber nacido sólo para hacer esta película, con su cara fina y pálida y sus grandes ojos oscuros y serios, e Isabel Tellería, respectivamente)- asisten a la proyección. La pequeña de las dos -Ana-, sobre todo, queda fascinada y aterrada a partes iguales con el clásico de la Universal. Las dos niñas son muy distintas, mientras que Ana es más callada y panfilota, Isabel es listilla y bastante trasto, y se pasa el día inventando picardías con que asustar a su hermana o hacerse la interesante.

    El padre de las dos niñas es Fernando (Fernando Fernán Gómez, muy comedido y excelente, en un desolado personaje que me recuerda en ocasiones al Jean Deboucourt de El hundimiento de la mansión Usher), que parece ser un intelectual republicano en lo que se dio en llamar exilio interior, que estudia la vida de las abejas. Tiene en su estudio un cuadro de San Jerónimo en el desierto, del estilo de Ribera, que parece reforzar esta idea, y su hija, hojeando sus albumes de fotos, descubre que en algunas de ellas está con Unamuno, otro intelectual que corrió parecida suerte. Pasa poco tiempo en casa, y está bastante desconectado de su mujer y sus hijas.

    Más fantasmal es todavía la madre, Teresa (Teresa Gimpera, todos los personajes se llaman igual que sus respectivos actores), una mujer solitaria y triste que parece mantener una relación epistolar con alguien a quien conoció hace tiempo y del que la guerra le separó.

    Viven en una gran casa de aspecto destartalado, con unas curiosas ventanas con celosías hexagonales y cristales ambarados, lo que le da un aspecto de colmena (el título de la película procede, al parecer, de un libro de Maurice Maeterlinck sobre la vida de las abejas, a las que el padre también estudia). La fotografía -muy hermosa- en tonos ocres, negros y dorados- refuerza esta impresión. Es como si se hiciera un paralelo entre las abejas, sus vidas ajetreadas, concentradas sólo en cuestiones vitales, y los seres humanos. También Camilo José Cela utilizó el símil de la colmena para la sociedad de la posguerra española en una de sus más famosas novelas.

    Un día, la monotonía de sus vidas se rompe cuando en un pajar abandonado de las cercanías aparece un "maquis", que poco después es abatido por la Guardia Civil. La fantasía de Ana, llevada por su soledad, el cerrado y gris mundo en que vive, y excitada tanto por la película de Whale como por las historias que su hermana le cuenta sobre espíritus en lugares remotos, ha querido ver en él un trasunto de su querido Monstruo, y ha intentado ayudarle (¿quién de nosotros no ha querido nunca ayudar al Monstruo, y ha soñado con salvarle de la soledad, convirtiendo su tenebrosa fábula moral en el cuento de La bella y la bestia?). Cuando su padre lo descubre, la niña se escapa y desaparece en el monte. Al estilo de las mejores películas de la Universal, los aldeanos salen a buscar a la chica, con antorchas y perros. Y en medio de la noche, Ana tiene su particular epifanía, y se sume -no sabemos si para siempre- en el mundo de los espíritus, mucho más hermoso que el prosaico y tristón mundo de los mayores.

    Al igual que le pasaba al Monstruo en la novela -y sobre todo en las películas de Whale, donde aparecía como un simple inocente- el mundo parece para Ana (y para los niños en general) un lugar extraño, hostil e incomprensible, donde se está incómodo y donde no se encuentra el lugar propio. Pero, a la vez, todo puede pasar en ese lugar. Hasta los sueños -y las pesadillas- se pueden materializar.

    Parecen haberse materializado para Fernando, para el cual, sus ideas avanzadas, sus deseos de un mundo mejor -como le pasara a Victor Frankenstein- parecen haber sido causa de su ruina. También para el pobre maquis, que viene a ser una especie de desdoblamiento del padre, del mismo modo en que el Monstruo era una especie de doble negativo de su creador. Y sin embargo, como nos recuerda el Doctor Frankensntein de Colin Clive ¡que sería de la humanidad si no hubiera gente que soñara..! Y ante todo, la mirada perpleja y seria de Ana, que sabe muy bien que los ojos son para ver -y si no lo sabe, lo aprende bien pronto- y que como Victor Frankenstein, también comienza descubriendo los entresijos de la naturaleza y el cuerpo humano:



    Todo esto lo cuenta Erice con una sencillez aparente, y a la vez con una belleza apabullante. Retazos de costumbrismo, de poesía visual, con un trasfondo de verdadero amor por el cine que se deja ver en cada momento. Posiblemente se pueda decir mucho más de la que quizá sea la mejor película del cine español, pero esta servidora -cual el propio Monstruo, una criatura ignorante y desdichada- no puede .
    Última edición por Jane Olsen; 09/09/2015 a las 16:25
    "People believe my folderol because I wear a turban and a black tuxedo [...] We're in show biz! It's all about razzle-dazzle. Appearances. If you dress nice and talk well, people will swallow anything."

    "Waving the flag with one hand and picking pockets with the other: that's your patriotism. Well, you can have it." Alfred Hitchcock's Notorious.


    "Haven't you any friends your age?-They bore me.-Why?-All they think about is Superman, cowboys..." Charles Chaplin's A King in New York.

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