Otro cineasta clásico nipón al que me gustaría ver más reivindicado es Tomu Uchida, contemporáneo estricto de Mizoguchi (nacieron el mismo año) que no gozó de la misma fama internacional pese a que en Japón se le considera uno de los grandes clásicos.
Mi conocimiento de su obra se limita a dos películas, “Una lanza ensangrentada en el monte Fuji” (Chiyari Fuji, 1955) y “Muerte en Yoshiwara”, conocida también, en inglés, como “Hero of the red-light district” (Yoto Monogatari: Hana No Yoshiwara Hyakunin Giri, 1960). Ambas películas las vi en un ciclo sobre cine yakuza, celebrado en el Círculo de Bellas Artes madrileño, que en cierta manera expandía el concepto que podemos tener sobre lo que es “cine yakuza”, puesto que en ninguna de las películas citadas de Uchida aparece clan mafioso alguno.
En principio, un yakuza es una especie de vagabundo antisocial sin oficio ni beneficio, dedicado a los placeres y al juego (al parecer, la palabra “yakuza” puede traducirse como “8, 9, 3” que es la puntuación nula en un popular juego de naipes japoneses), y que termina uniéndose, por inercia y en calidad de matón, al tipo de clanes regionales que terminarían convirtiéndose en la versión japonesa de la Cosa Nostra.
En las dos películas de Uchida, que vi hace ya casi 10 años y me encantaría recuperar, estas figuras al margen de la ley aparecen un poco como telón de fondo, pero no son el foco principal de la trama. “Una lanza…” se centra en el viaje de un señor samurái a lo largo de una comarca donde se rumorea que se esconde un asesino huido, razón por la cual le acompaña un guardaespaldas que encarnará la verdadera nobleza en contraste con la conducta menos digna de su señor. A lo largo del viaje se irá dejando en evidencia que la sociedad de entonces nunca daría oportunidades reales a un hombre de nacimiento humilde como el protagonista, aunque, irónicamente, esa misma estratificación social será la que lo salve al final de ser aprisionado y ejecutado por algo que no revelaré pues se trata del clímax de la trama. También recuerdo la enorme admiración que suscita en un niño que acompaña a la comitiva a lo largo del viaje y que protagonizará una escena final absolutamente antológica que da un colofón agridulce a esta pequeña odisea de la dignidad que, como sucede en los dos films de Uchida que conozco, mezcla drama, comedia y escenas de acción katana en mano.
La otra, “Muerte en Yoshiwara”, es ya en color y en ella repite protagonismo el actor Chiezo Kataoka. Recuerdo que el argumento trataba sobre un comerciante, creo que de textiles, a quien las mujeres rehuían debido a una marca de nacimiento en el rostro que consideraban de mal agüero, y que por tanto era un habitual frecuentador del mítico “barrio de los placeres” de Yoshiwara, en el antiguo Edo (hoy Tokio). Una muchacha era entrenada para ser geisha en un plan para despojar al protagonista de su dinero, hasta que al final el buen hombre, arruinado, descubre la superchería y se monta, como decía un ex profesor mío, “una de Tiberio”. Tengo también bastante buen recuerdo de esta peli, con sus composiciones suntuosas en scope y el trasfondo de crueldad que subyace al melodrama de época. Aquí creo que lo más parecido a un yakuza era un ex novio de la chica que surgía del olvido una vez se enteraba de que a ella le estaba yendo bien como aprendiz de geisha. El final, bastante violento y en el que el protagonista ya se harta de tanta bondad, remite en cierto modo a las espectaculares confrontaciones que clausuran el subgénero ninkyo eiga, en el que un meditabundo yakuza (a menudo Ken Takakura) se pasa toda la peli debatiéndose entre el honor y el deber hasta que al final saca la katana y se carga a trescientos. Bueno, el protagonista de “Yoshiwara”, a juzgar por el título original, se conforma con “hyakunin”, que me parece que es algo así como “cien”, pero el caso es que es una explosión final de violencia y de estética.
El resto de películas conocidas de Uchida incluyen "Amor, tu nombre es pena", alias “El zorro loco” (Koi Ya Koi Nasuna Koi, 1962), que es descrita en Wikipedia como “un cuento de hadas alucinatorio” que mezcla animación, imagen real, localizaciones reales y decorados de estudio y fue definida por una revista canadiense como "una de las películas más extrañas en cualquier idioma", y la que para muchos es su mejor película, hasta el punto de ocupar regularmente los primeros puestos en varias listas del mejor cine japonés de todos los tiempos: “Un fugitivo del pasado”, también conocida, en Francia, como “El estrecho del hambre” (Kiga Kaikyo, 1965), thriller criminal de generosa duración (183 minutos), que presenta una panorámica del Japón de la postguerra a través de la huida de tres atracadores, contada de manera retroactiva a través de una investigación policial, un poco a la manera de lo que años después haría Yoshitaro Nomura en “El castillo de arena”.
“Una lanza”, “Yoshiwara” y “El estrecho” están editadas en Francia en un pack descatalogado que venden por ahí a precios estratosféricos. Nuestros vecinos del norte también tienen editada una saga, al parecer de producción televisiva, sobre las aventuras del mítico Musashi Miyamoto, pero los múltiples informes sobre los defectos técnicos de la edición me disuadieron de su compra. Pero mi grato recuerdo de las dos películas mencionadas me pone en guardia ante cualquier aparición videográfica o filmotequera del cine de Tomu Uchida.




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