La Costa de los Mosquitos (The Mosquito Coast, 1986)
La Costa de los Mosquitos era el proyecto que quería llevar a la pantalla Weir antes de Único testigo, con Jack Nicholson como protagonista, pero problemas financieros le obligaron a dejarlo de lado un tiempo y dedicarse a la historia con los Amish. Quizá porque quedó satisfecho de esta experiencia, Harrison Ford repitió con Weir, ahora en el papel de Allie Fox. La película, no obstante la presencia de la estrella del momento, tuvo un mal resultado comercial y Ford recibió duras críticas (un poco como Nicholson en The Shining) por considerar su interpretación exagerada (algo que no es cierto si se tiene en cuenta la novela de Theroux), aunque según se puede leer en imdb, esta fue una de las interpretaciones que más contento dejó al actor: "It's the only film I have done that hasn't made its money back. I'm still glad I did it. If there was a fault with the film, it was that it didn't fully enough embrace the language of the [source] book [by Paul Theroux]. It may have more properly been a literary rather than a cinematic exercise. But I think it's full of powerful emotions".
Como comenta Ford, la película debe mucho a la obra del mismo título que adapta. El guionista, el siempre interesante Paul Schrader, hizo un excelente trabajo, aligerando el texto de algún personaje secundario, reduciendo las prolijas descripciones de Theroux y, ciertamente, limando el lenguaje hasta darle una forma más convencional, ya que en la novela toman la voz a menudo los indios y mestizos de la costa hondureña con un lenguaje sui generis, hecho de una mezcla de castellano, inglés y lenguas nativas (lo cual en la traducción que he leído no queda del todo bien resuelto). El libro de Theroux es extenso (casi 600 páginas), pero en esencia todo lo que se cuenta tiene su reflejo en la película. Los cambios más notables radican en que que Schrader/Weir fusionan los dos predicadores que aparecen en la novela, y en el final, notablemente más suavizado en la película (comprensible en cierto modo).
Allie Fox (Harrison Ford) es un tipo asqueado de vivir en Estados Unidos, que no soporta en qué se está convirtiendo el país (una especie de defensor del American Fisrt ultrarradical). A su vez, está convencido de ser un genio, manteniendo una especie de enfrentamiento personal con Dios (lo que nos puede hacer recordar en algunos momentos a Frankenstein o incluso al capitán Ahab) en su tarea de mejora el mundo imperfecto resultado de la creación. Trabaja de hombre para todo, de manitas, en una granja donde vive con su mujer (Helen Mirren) y sus cuatro hijos, a los que no lleva a la escuela: Charlie (el malogrado River Phoenix, que apuntaba a estrella),
Jerry (un excelente Jadrien Steele, que no ha tenido continuidad en el cine) y las gemelas April y Clover (las hermanas Rebecca y Hilary Gordon, que solo participaron otro film).
Harto de que le ofrezcan productos importados (japoneses entonces; ahora serían chinos),
de ver cómo se explota a trabajadores inmigrantes, o de la estupidez de su jefe, dedicado al cultivo de espárragos, Fox lo deja todo y se embarca para Honduras con toda la familia. En la travesía conocen al reverendo Spellgood (Andre Gregory; Theroux le otorga un nombre irónico, como en cierta forma también lo es el del protagonista), que tiene una misión en la selva hondureña. Fox muestra desde el primer momento su hostilidad hacia el predicador.
En Honduras compra un pueblo semiabandonado en medio de la selva, Jerónimo, que de manera un tanto quijotesca quiere convertir en una próspera hacienda, en una especie de paraíso terrenal.
Como parte de ese nuevo mundo, construye una máquina gigantesca y terrorífica, Fat Boy, una fábrica de hielo, que atemoriza y maravilla a la vez a la población de indios y mestizos, los cuales acaban tratando a Allie casi como una divinidad. Allie se comporta como una especie de iluminado verborreico que no para de hablar y de trabajar sin descanso (hay momentos en que la cámara lo en un movimiento continuo, pegada a él). Su delirio creciente lo lleva a organizar una absurda expedición para llevar un bloque de hielo a los indios de la montaña, pero el hielo se deshace durante el trayecto y llegan con las manos vacías.
Allí entran en contacto con unos hombres blancos, que creen que son prisioneros. En realidad, son guerrilleros que aparecerán poco después por Jerónimo.
Para deshacerse de ellos, Allie los encierra en Fat Boy, pero no consigue congelarlos a tiempo, y cuando los visitantes indeseados disparan para abrirse paso y escapar de la trampa, Fat Boy revienta incendiando el poblado y vertiendo su carga de amoniaco, lo que envenena el río y convierte en inhabitable el “paraíso” creado por Allie.
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Forzados a abandonar Jerónimo, a bordo de un bote que guía su amigo Mr. Haddy (Conrad Roberts), se trasladan a la orilla de una laguna (en la novela; en la película parece más bien la costa marítima). Entre despojos, materiales arrojados a la playa por las tormentas, Allie construye una casa-balsa y decide instalarse allí permanentemente, como una suerte de nuevo Robinson Crusoe. Para acallar las dudas de su familia les cuenta que Estados Unidos ha desaparecido, destruida por alguna catástrofe apocalíptica. Pero su soberbia, su hibris, va a volver a llevarlos al fracaso: cuando llegan las lluvias, su pequeño hogar desaparece bajo las aguas y quedan a merced de la crecida. No obstante, consiguen sobrevivir y, en un paso más hacia el desastre, Allie decide continuar y adentrarse en el río Patuca corriente arriba, hacia lo más profundo de la selva.
La confianza ciega de sus hijos Charlie y Jerry, que había sido hasta entonces ciega, cada vez se resiente más. El ídolo paterno se desploma y comienzan a sentir el deseo de su muerte (esto aún está más acentuado en el libro). Recordemos que la película, como la novela (escrita en primera persona), está narrada por Charlie, el hijo mayor, aunque la voz en off nunca resulta excesiva, aparece de manera muy dosificada.
Cuando pierden la hélice de la embarcación y Allie ha de sumergirse en el río, llegan a pensar que ha muerto, lo cual genera una espantada alegría en sus vástagos masculinos, pero no es así, y su regreso comportará el castigo de los traidores. Cuando Allie cree que cada vez están dejando más atrás la corrupta civilización, les espera una sorpresa: cánticos religiosos les llegan desde la orilla, han llegado a la misión de Spellgood. El reverendo mantiene a sus feligreses atentos a una pantalla de televisión desde la que imparte sermones grabados (entre los feligreses, una sorpresa para cinéfilos: Mrs. Kennywick, a la que ya conocimos en Jerónimo, interpretada por Butterfly McQueen, la inolvidable criada Prissy de Lo que el viento se llevó).
Mientras, Charlie y Jerry consiguen contactar con Emily (Martha Plimpton), la hija mayor de Spellgood, a la que ya hemos conocido durante el viaje en barco hasta Honduras, donde se mostró muy interesada por Charlie, con su aire de Lolita (al parecer, a raíz de esta película, mantuvo una relación amorosa con River Phoenix).
Mientras Emily les de las llaves de un coche, con el que quieren huir de su padre, Allie incendia la misión generando de nuevo el pánico, pero esta vez con peores consecuencias para él: Spellgood, le dispara, y a consecuencia de la herida, morirá poco después en la balsa. La muerte de Allie, en cierto modo plácida, reconociendo en parte el fracaso de sus intentos, pero creyendo aún que viajan río arriba, en realidad supone la liberación de la familia que, río abajo, llega al mar y a la libertad. En la novela, Allie, casi paralizado por la herida, consciente de que su familia no ha seguido sus instrucciones, muere en un playa desierta, picoteado por los buitres, arrancándole uno de ellos la lengua. Final atroz, que supongo que no se atrevieron a trasladar a las imágenes del film.
Con todo, la película resulta demasiado amarga como para que el público respondiera positivamente. Ver a Harrison Ford convertido en poco menos que un demente cruel, un ser endiosado que no vacila en poner en peligro constantemente a su familia, que actúa como un dictador ilustrado frente a indios, mestizos, mujer e hijos, no creo que facilitara su carrera comercial. A pesar de ello, tengo que decir que cada vez que la veo, y ahora mucho más después de leer la excelente novela de Theroux, me parece más y más reivindicable. Weir encaja a la perfección la temática presentada por Theroux con sus intereses habituales, como esa larga lista de enfrentamientos entre culturas, de lucha con la naturaleza, de irrupción de elementos fantásticos en situaciones realistas (Fat Boy como claro ejemplo). Esta vez incluso la banda sonora de Maurice Jarre, mucho más comedida que en otras ocasiones, se ajusta perfectamente al film, así como la excelente fotografía de John Seale. Magnífica película. La próxima (que no comentaré hasta, aproximadamente, el 10 de agosto, o sea que hay tiempo para recuperar a los rezagados) será El club de los poetas muertos, en este caso un gran éxito de público, pero que a mí no me gustó en su día, aunque no la he revisado desde entonces, o sea desde su estreno hace 29 años. Veremos si el tiempo ha jugado a su favor o si la presencia de Robin Williams y un mensaje demasiado dulzón me siguen resultando indigestos.