Después de un largo lapso veraniego, retorno a mis comentarios sobre la obra cinematográfica de Bergman. Me pongo al día con mis visionados dando cuenta de una sola vez de tres films muy distintos entre sí, de forma quizá algo más breve que en ocasiones anteriores: En el umbral de la vida (1958), El rostro (1958) y El manantial de la doncella (1960).

En En el umbral de la vida Bergman sitúa en primer plano, a partir de un guión ajeno (de Ulla Isaksson, guionista también de El manantial de la doncella), un tema que ya hemos visto repetidas veces que ha merecido su interés de manera episódica: el momento de la venida al mundo, el nacimiento. A través de tres casos distintos nos enfrentamos con diversas posibilidades: 1) la mujer que está de tres meses y aborta de manera natural (Ingrid Thulin), perdiendo así el hijo no deseado por su marido (Erland Josephson, que recuerda en su actitud negativa ante el embarazo de su mujer la que tenía el personaje de Gunnar Björnstrand en Fresas salvajes); 2) la joven que quiere abortar (Bibi Andersson), que ya lo ha hecho en otra ocasión y lo ha intentado también en esta (a base de quinina y coñac), que sabe que no puede contar con el padre de la criatura y teme la reacción de su madre; y 3), la feliz embarazada (Eva Dahlbeck), madre primeriza próxima ya al parto, que tiene una relación tierna y amorosa con su marido (Max von Sydow), y para quien su vida parece girar alrededor de la criatura que va a nacer.

La película va a mantener en todo momento la unidad de tiempo, aparentemente sólo unas pocas horas, y de lugar, la sección de maternidad de un hospital, sin que en ningún momento la cámara salga al exterior. La iluminación, clara, lechosa, casi sin sombras (el director de fotografía es Max Wilen, en su único trabajo con Bergman), le da al conjunto un tono aséptico, fríamente quirúrgico, lo cual hace aún más angustiantes los descarnados primeros planos de las actrices, la exhibición casi obscena de sus temores, su dolor, sus lágrimas.









Estamos ante lo que podríamos denominar una pieza de cámara, teatral en su estructura argumental y en su desarrollo expositivo. Quizá el hecho de que lo que está presente en tantas películas de Bergman (el dilema entre vida y muerte que conlleva que nazca o no un nuevo ser) pase aquí a un primerísimo plano no acaba de beneficiar demasiado el resultado, aunque el nivel interpretativo es soberbio. El final, distinto para las tres mujeres, adquiere, en especial en el caso de la más joven, un tono un tanto aleccionador que sorprende en una película de Bergman.

Sigo en otro post.