Desde luego que los platos que prepara la señora del policía son sencillamente asquerosos. La sopa tiene ahí flotando más porquería que en el río Támesis, cadáveres incluidos.

Había cabezas de pescados (que eso nunca se sirven, sino que se utiliza solo para darle gusto al caldo y se retiran) y además, una cosa gelatinosa, que daba mucho asco. De hecho, cuando ella se vuelve, el marido echa todo en la sopera.
Y hay un momento en que está comiendo otro plato (no se si es las manitas de cerdo), y cuando no le miran, escupe un pedazo gordo de la boca. Repugnante es poco.
Por cierto, que no se nos olvide una frase del policía. Su esposa quiere invitar al protagonista, una vez sabido que es inocente. Ella le pregunta si le gustará los platos que prepara, y él le contesta, ya sin reparos: "Está acostumbrado a comer en la cárcel. Se puede comer ya cualquier cosa". Zasca

Ella, que coge la indirecta, porque es muy lista, se va todo apurada, a la cocina. A lo mejor, hay esperanza de que abandone el curso.
