Que al fútbol se le otorga una trascendencia incomprensible es algo que lleva sucediendo durante los últimos 20 años (como mínimo). O almenos eso nos lo parece a todos aquellos que no sentimos con tanta euforia todo lo que acontece al deporte rey. Pero como bien ha dicho un compañero: esto se siente o no se siente. Personalmente yo ayer lo sentí, y mucho. Y respeto a todo aquel al que le importara tres pimientos. Pero me emocioné enormemente al ver cómo ese grupo de chavales se alzaban campeones del mundo. Fue un auténtico espectáculo que tardaremos en olvidar.
Quizás se debe al hecho de que siempre hemos sido unos perdedores. Un equipo que siempre había creado expectativas en las rondas previas y que luego caía de un plumazo en las competiciones importantes. Y esa ha sido la tónica de los últimos 70 años. Bueno, a excepción de estos últimos dos, en los que nos hemos alzado como campeones de Europa y, posteriormente, del mundo. Y eso es algo muy muy grande que nos ha pillado a todos por sorpresa. De ahí esa explosión de alegría. ¿Qué hay de malo en eso?
Estoy de acuerdo que el forofismo desatado en lo que al deporte se refiere (no nos quedemos únicamente en el fútbol, ni tampoco en únicamente el deporte) es un tema a tratar, pero es que, y perdonadme por esto, parece que uno deba de pedir perdón por sentirse eufórico ante la victoria histórica de ayer noche.
Por supuesto que hay montones de cosas más importantes, pero un día es un día, e intentarle buscar una trascendencia más allá de la que realmente tiene me parece una soberana memez. Tanto el escuchar al periodista de tres al cuarto que pretende hacer ver que esto hermana al pueblo español y que es un orgullo nacional (verídico), como leer al que pide el mismo fervor en la gente cuando se trata de temas políticos, pasando por el atontao' que afirma que la la conquista del mundial es gracias a los jugadores del Barça y, por tanto, un 90% gracias a Catalunya (también verídico).
Dejad que disfrutemos hoy. Mañana ya habrá tiempo para debatirlo y ponerse sesudos.