En España nunca han sido populares, pero en los países anglosajones siempre han tenido los audiolibros gran aceptación.
Yo he pasado los últimos tiempos leyendo a los clásicos rusos. Hasta este momento, sólo había leído los cuentos populares recopilados por Afanasiev y cosas de Dostoyevsky, que, quitando las Memorias de la casa muerta, no me gustaron mucho (se me hizo todo pesadísimo y muy discursivo). He leído cuentos de Pushkin (notablemente, La dama de picas, incitada por la excelente película con Anton Walbrock, que recomiendo encarecidamente; no ha sido, sin embargo, lo que más me ha gustado del lote); Gógol (me llamó la atención especialmente La nariz, que me pareció se anticipaba a cosas como La metamorfosis de Kafka); y Turgueniev.
De Turgueniev he leído Humo, que ha sido lo que más me ha gustado de todo. Lo que podría haber sido carne de telefilme culebronero para la sobremesa, se convierte en una novela escrita con gran estilo y sensibilidad, que le sirve a Turgueniev para presentarnos no sólo una historia de amor al uso de la literatura del Realismo, sino para plantear gran parte de los problemas de la Rusia de su tiempo. Una serie de personajes convertidos en arquetipos inolvidables pasan por las páginas de este libro.
A mediados del siglo XIX, y en el elegante destino vacacional de Baden, frecuentado por potentados y aristócratas, el protagonista, Gregorio Litvinof, un joven ruso noble pero sin demasiados bienes de fortuna (personaje que debía de ser frecuente en la Rusia de por aquel entonces, mas aún después de la emancipación de los siervos), espera la llegada de su prometida, Tatiana, una joven simple y buena y de su excéntrica y pesada tía. Cuando de pronto se cruza en el camino de Litvinof la aristocrática Irene, su primer amor, una mujer fascinante y misteriosa. Sin embargo, como descubrirá Litvinof, tanto el mundo en que se mueve como cosas que él creía firmes e inmutables, no son más que apariencias, vanidad, humo, como reza el título. Un ligero fatalismo impregna esta novela sobre el flotante mundo de las clases altas rusas, que recuerda un poco a aquel otro mundo flotante de las pinturas Ukiyo-e, con la diferencia de que aquí no hay esa alegría de vivir y ese hedonismo de los artistas japoneses, y que sirve para que Turgueniev ponga sobre el tapete, por medio del personaje de Potughine, el misántropo (me pregunto si sería una especie de alter ego del autor) los tremendos problemas y contradicciones de la sociedad rusa del momento. Una obra maestra, de lo mejor que he leído en mucho tiempo.