REVISANDO (SUCINTAMENTE) LA (ESCUETA) FILMOGRAFÍA (COMO DIRECTORA) DE IDA LUPINO (1918-1995) / PARTE IV:
HARD, FAST AND BEAUTIFUL (1951)
Directora: Ida Lupino.
Producción: The Filmakers, Inc.
Distribución: RKO Radio Pictures, Inc.
Productor: Collier Young.
Guion: Martha Wilkerson, basado en la novela “American Girl” de John R. Tunis (Nueva York, 1930).
Dirección artística: Albert S. D’Agostino y Jack Okey.
Decorados: Darrell Silvera y Harley Miller.
Fotografía: Archie Stout.
Música: Roy Webb.
Montaje: George C. Shrader y William Ziegler.
Reparto: Claire Trevor (Millie Farley), Sally Forrest (Florence Farley), Carleton G. Young (Fletcher Locke), Robert Clarke (Gordon McKay), Kenneth Patterson (Will Farley).
Duración: 1 h 17 m 36 s.
Rodaje: del 12 de julio al 3 de agosto de 1950.
Estreno: 9 de junio de 1951, con preestreno en San Francisco el 23 de mayo.
El título de la tercera (o cuarta, depende de cómo hagamos el conteo) película como realizadora de la gran Ida Lupino bien podría ser un homenaje a la famosa frase que el personaje encarnado por John Derek, Nick Romano, usaba como leitmotiv en LLAMAD A CUALQUIER PUERTA (1949), “vive rápido, muere joven y deja un bonito cadáver” y que muchos cinéfilos atribuyen por error al James Dean de REBELDE SIN CAUSA (1955), quizás porque ambas obras están firmadas por el mismo director, Nicholas Ray.
Algo nada descabellado, por otra parte, dado que la actriz suplió durante unos días a Ray como director en una de sus grandes películas, ON DANGEROUS GROUND (1951).
Y como no hay dos sin tres, de la profunda amistad que se forjó entre la actriz y el actor protagonista, el gran Robert Ryan (1909-1973), surgió por un lado la idea de un breve cameo de los dos en la película hoy comentada y por otro lado en su participación en una película producida pero no dirigida por ella, BEWARE, MY LOVELY (1952) de Harry Horner.
Por primera vez en su carrera como directora Ida contó con una estrella en su reparto, Claire Trevor (1910-2000), quien había ganado en un Oscar en 1949 a la mejor actriz de reparto por su papel en la espléndida CAYO LARGO (1948) de John Huston.
De hecho, HARD, FAST AND BEAUTIFUL (por cierto, sin signo de admiración final, como se indica erróneamente en la cartelería y así lo refleja la mismísima IMDb) bien podría ser el punto de inflexión en la breve carrera como cineasta de la actriz pues a partir de este momento contaría en sus repartos con grandes actores y actrices como veremos en THE HITCH-HIKER (1953) – Edmond O’Brien – y THE BIGAMIST (1953) – Joan Fontaine, la propia Ida y el ya mencionado Edmond O’Brien -.
Sin embargo, la realizadora seguía confiando en sus viejos colaboradores, como el director de fotografía Archie Stout (uno de los operadores favoritos de John Ford, con el que trabajó en obras maestras del calibre de FORT APACHE (1948), EL HOMBRE TRANQUILO (1952) o THE SUN SHINES BRIGHT (1953)) o el montador William Ziegler, además de recuperar a la protagonista de sus dos primeras películas, Sally Forrest y a dos de los actores de la obra precedente, OUTRAGE (1950), Robert Clarke y Kenneth Patterson (al que todos los amantes del cine fantástico recordarán por su papel de padre de Becky Driscoll (Dana Wynter) en la magistral LA INVASIÓN DE LOS LADRONES DE CUERPOS (1956) de Don Siegel…
… director con el que también podríamos establecer un vínculo con Ida a través de su cinta PRIVATE HELL 36 (1954))...
Otra novedad que observamos al visionar los títulos de crédito es que el guion no es original, como sucedía en las propuestas anteriores de la directora, sino que toma como base la primera novela del popular escritor norteamericano John R(oberts) Tunis (1889-1975), “American Girl”, la cual a su vez tenía como sustrato la vida real de la famosa tenista Helen Wills Moody (1905-1998), considerada una de las mejores de toda la historia de dicho deporte.
Aunque sólo nos demos cuenta al final de la proyección el inicio de la película es un avance del final de la misma, algo que ya la directora había probado en OUTRAGE cuando vemos a la protagonista, Ann Walton (Mala Powers), huir del escenario donde ha sufrido la agresión de la que no seremos partícipes hasta más adelante.
La voz en off de la madre de la protagonista, Millie (Claire Trevor), irá desgranando de forma puntual la historia, un recurso habitual en el cine norteamericano de la época pero que Lupino sólo usará esporádicamente.
Florence (Sally Forrest), es una tenista amateur con un gran potencial, como pronto se percata el joven y guapo Gordon (Robert Clarke), sobrino de un pilar acaudalado de la sociedad de Santa Monica, California, donde residen.
Millie alentará ese romance entre los jóvenes como un primer peldaño en su escalera hacia el éxito social (y económico) que siempre ha soñado y que su (aburrido, para ella) esposo, Will (Kenneth Patterson), no ha sido capaz de proporcionarle.
- No podía dejar la ocasión de mencionarlo (ya me conocéis…) pero no deja de ser curioso que dos películas que tienen como tema central el tenis – por cierto, un deporte con escaso recorrido en el cine norteamericano comparado con otros mucho más populares como el beisbol o el fútbol americano – se rodaran (y se estrenaran) el mismo año.
Me refiero a la película hoy comentada y a la obra maestra (una de tantas) de Alfred Hitchcock, EXTRAÑOS EN UN TREN (1951).
Lo menciono además porque la protagonista se apellida Farley y el nombre del protagonista, el supuesto héroe y tenista para más señas, Guy Haines, es…
… Farley Granger…
Lupino usará un gesto tan habitual como es el del padre de ofrecer un cigarro como un reflejo del ascenso social que empieza a saborear Millie según su hija va ganando torneo tras torneo.
Si en la primera ocasión el presidente del club de tenis local acepta el ofrecimiento agradecido, en la segunda ocasión el mismo será rechazado por el ambicioso Fletcher Locke (Carleton G. Young), indigno de su exquisito paladar.
Fletcher y Millie (o viceversa) iniciarán un romance a espaldas lógicamente del marido de esta, pero que no tiene más razón que ser que la ambición de él de convertir a Florence en una tenista capaz de llegar a lo más alto y el nuevo tren de vida que le supone a ella los éxitos de su hija.
Quizás el mayor problema de la película, no tan redonda como las tres anteriores de la realizadora, es que el personaje encarnado por la siempre encantadora Sally Forrest no está demasiado bien trazado y está demasiado supeditado al de su madre.
Por ello la transformación final de ella en lo que su madre quería, una máquina de ganar torneos y, por tanto, de ganar dinero, es un tanto brusca.
El personaje del padre, bien encarnado por Kenneth Patterson, simboliza todo lo contrario de su esposa.
Ida usa la puesta en escena para acentuar esa dicotomía.
Las camas del matrimonio que no están juntas sino opuestas una a la otra.
O la forma en la que el personaje siempre aparece como desgajado, aislado, frente a los tejemanejes de su intrigante esposa.
Para él el deporte no consiste únicamente en ganar o perder sino simplemente en participar y disfrutar.
La decisión final de Florence de abandonar el mundo del tenis después de haber ganado por segunda vez el torneo que la lanzó a la fama y regresar a casa con su padre y del brazo de Gordon supondrá un final notablemente amargo y que enlaza con el principio de la película.
La madre, sentada sola en el campo de tenis vacío y donde sólo se oyen los pelotazos que hicieron ganar a Florence su último título y a Millie se le diluyen sus vanos sueños de grandeza.
Feliz tarde y cuidaros.